lunes, 14 de diciembre de 2009

LA TEORÍA DEL METEORITO


Hace algunas semanas, cumplí treinta años. La gente no paraba de decirme todo tipo de cosas acerca de este cumpleaños un tanto "especial" - algunos decían que entraba en la mejor etapa de mi vida; otros, que era una época de cambios; y algunos me avisaban de que no me sorprendiera si de pronto los treinta me golpeaban demasiado fuerte y sentía una especie de malestar, de angustia o de bajón.

La verdad es que yo he entrado en los treinta con alegría. Para empezar, me gusta el número. Siempre he sido fan de los números impares y el tres es un número de buen augurio de todas formas. Así que el hecho de entrar en esta tercera década de mi vida me hace ilusión. Sí es cierto que me estoy planteando (y sobre todo, replanteando) muchísimas cosas, pero no estoy segura de si la razón es la edad u otras cosas. Tengo nuevos objetivos, nuevos sueños, mis prioridades han cambiado y las cosas que antes me parecían tremendamente molestas ahora casi no me afectan. Esto último creo que se lo debo al Reiki, una práctica maravillosa con la que tomé contacto en el mismo fin de semana en el que cumplía años, hecho que considero significativo y casi premonitorio. El Reiki me ha abierto canales y caminos que me están haciendo una persona mejor y más completa y que están añadiendo mil y una posibilidades a mi vida. Estoy notando cambios increíbles en mi forma de pensar, en mi percepción, en mis capacidades, en mis sentimientos... así que ahora me toca seguir con mi práctica de Reiki felizmente y disfrutar del camino por el que me lleve.

En cualquier caso, y sea por las razones que sea, mi mundo está cambiando para mejor. El estrés, los agobios del día a día (y creedme, últimamente ha habido muchos) me afectan de manera distinta - vivo de manera diferente y aunque no sepa exactamente los caminos que he seguido para llegar hasta este momento vital, lo atesoro y lo agradezco muchísimo.

Incluso esa parte de mí adicta al trabajo y al orden me está dando un poquito de tregua últimamente. Por la forma en la que he sido educada y por mi propio carácter, siempre he hecho el trabajo primero y me he divertido después. Nunca antes me había planteado realmente el hacerlo al revés. Sin embargo, mi nueva filosofía es la siguiente: si voy a hacer dos cosas en un espacio determinado de tiempo, para decicir cuál de ellas hago primero me pregunto - "si dentro de cinco minutos un meteorito se estrellara contra la tierra y el mundo se acabara, ¿cuál de estas cosas valdría más la pena haber hecho? Y ésa es la que elijo para hacer primero.

Os pongo algunos ejemplos para explicarme mejor: este fin de semana he puesto el árbol de Navidad antes de hacer mi cama; también he visto mi peli favorita en DVD antes de lavar los platos; y ayer salí tranquilamente a merendar antes de ordenar y limpiar el salón. Al final he acabado haciendo todas las demás cosas igualmente, pero no he priorizado el trabajo por encima de la diversión. Porque, sinceramente, bastante nos hacen priorizar el trabajo en nuestas vidas como para que encima nos auto-impongamos tanta disciplina innecesaria.

Así que ya ves, querido lector, la teoría del meteorito funciona - piénsalo: si los próximos cinco minutos fueran los últimos que tienes en la tierra, ¿qué te gustaría estar haciendo ahora?
Y cuando ya lo tengas pensado, cierra este blog y adelante con ello.

lunes, 2 de noviembre de 2009

TU PROPIA AVENTURA

Estoy ensayando una obra que se llama "Elige tu propia aventura", basada en aquellos libros de nuestra infancia en los cuales tú decidías el destino que les tocaba a los protas - dependiendo de tu decisión, el libro iba por un lado o por otro, así que dependía de ti si la cosa iba mal o iba bien, si era divertido o aburrido, si era trágico o cómico... Me encanta participar en esta obra, porque me parece de lo más divertido que el público pueda decidir la escena que vamos a hacer y además me parece tremendamente útil y maravilloso que, en los tiempos que corren, recordemos que, siempre, siempre, existe la posibilidad de elegir nuestra propia aventura.

De primeras puede parecer raro, pero el caso es que la mayoría de las veces se nos olvida que nosotros somos dueños de nuestras vidas. Vale, siempre hay cosas que no podemos controlar -también las había en los libros de nuestra infancia, las opciones se veían limitadas por lo que había escrito el autor, no eran infinitas. El "autor" de nuestras vidas (llámalo Dios, Destino, Madre, Vida) también nos lanza X opciones y de ésas, tenemos la capacidad y el libre albedrío de elegir la que más nos apetece o la que nos parece mejor.

El caso es que, muchas veces, la aventura que imaginamos de pequeños o la que reimaginamos cuando crecemos un poquito, no acaba siendo la que vivimos. Pero esto no es necesariamente malo. Gracias a Dios, hay mil y una aventuras posibles, muchas más de las que nos ofrecía la colección de libros y eso es estupendo porque, si tu aventura imaginada se ve truncada por cualquier causa, sabes que siempre hay una cantidad inimaginable de aventuras que pueden sustituirla - aventuras que, muchas veces, ni siquiera se te han ocurrido aún. Digamos que es como si los autores de los libros de la colección siguieran escribiendo eternamente...

Hace un par de días, el 31 de Octubre, fue Halloween. Tengo un amigo que, por sus creencias, considera la noche de Halloween como la última noche del año y el comienzo de un año nuevo (es decir, lo que para la tradición cristiana sería la Nochevieja). Todos los años, mi amigo celebra una fiesta increíble, a la cual he tenido la suerte de asistir estos dos últimos años. En la fiesta, se celebra un ritual para dar la bienvenida al nuevo año y se habla de morir y de renacer. Esto no se refiere solamente a la muerte física, sino a todas las pequeñas y grandes muertes espirituales que experimentamos durante nuestras vidas, las cosas que perdemos, las despedidas, los finales... según las creencias de mi amigo, todas estas muertes llevan a un renacimiento, a un nuevo comienzo - con cada final, nos renovamos, crecemos y empezamos de nuevo, mejores y más fuertes.

Si lo intentamos, si vivimos desde la consciencia, desde el respeto por nosotros mismos y desde el Amor, podemos seguir renaciendo, seguir reinventándonos una y otra vez, independientemente de (o más bien, gracias a) cada pérdida, cada dolor, cada despedida, cada final.

Este año lloré durante el ritual de Halloween, por el tremendo peso de todas las cosas que he perdido y por el dolor y el vacío que me han causado estas pérdidas. Pero, en el jardín de mi amigo, con su presencia tranquila y reparadora, rodeados de calabazas y velas, y con la Luna llena brillando en un cielo totalmente descubierto, sentí que realmente podía renacer, que ya estaba renaciendo, y que los espíritus que me guían estaban aprovechando esa noche en la cual el velo entre nosotros y ellos se vuelve más fino para acompañarme, rodearme, envolverme y protegerme.

Así que ahora me toca elegir de nuevo mi propia aventura. Puede que no sea la que imaginé hace un año, puede que haya perdido cosas que nunca pensé que perdería, pero sé que de esas pérdidas van a surgir cosas maravillosas, nuevas aventuras, algunas de las cuales ni siquiera he imaginado todavía.

Por cierto, ¿sabéis que es lo que más me gustaba de los libros de "Elige tu propia aventura"? Que muchas veces, elegiera lo que elegiera, tomara el camino que tomara, siempre acababa en el mismo lugar - porque era donde tenía que estar.

Felices aventuras a todos...

martes, 13 de octubre de 2009

EL QUE VIENE


Vienes. Estás de camino. Lo sé porque te siento acercarte. Estás tardando mucho para mi gusto, pero creo que lo único que ocurre es que los dos estamos encontrando muchas desviaciones en nuestros caminos y eso está haciendo que nos cueste un poco más encontrarnos. Pero estamos en ello y eso es lo que importa.

No sé quién eres, ni cómo eres, no sé cuáles son tus gustos, tus aficiones, tus miedos y tus alegrías. Lo único que sé, con absoluta certeza, es la manera en la cual me vas a amar. Lo sé porque la he estado sintiendo todos estos años, quizás la he estado sintiendo desde que nací. Nos hemos amado ya mil veces, antes incluso de que nuestros cuerpos se hayan encontrado y, cuando lo hagan, todo les resultará increíblemente familiar por ello.

Tú conocerás todas mis curvas, mi respiración, los sonidos que emito cuando me corro y la expresión de mi cara cuando estoy a punto de hacerlo. Sabrás qué punto exacto del lóbulo de mi oreja tienes que morder para excitarme y las palabras que me tienes que decir y en qué tono las dirás para hacerme gemir. Conocerás el olor de mi sudor y el sabor de mi sexo. Sabrás la delicadeza con la que me gusta que me desabroches el sujetador, y que me encanta que me beses en el cuello mientras me penetras. Sabrás que el sexo me gusta cuanto más lento, mejor y que no hay mejor afrodisíaco para mí que el que me mires fijamente a los ojos mientras hacemos el amor.

Yo sabré que si te muerdo ligeramente el labio inferior mientras te beso, te vuelves loco de deseo, que te encanta entrelazar tus dedos con los míos mientras te mueves dentro de mí y que te corres inmediatamente si, cuando te estás acercando, introduzco la lengua en tu oreja...

Así nos amaremos. Con los ojos y el corazón abiertos, adivinando cada deseo, cada movimiento, cada beso, empapándonos en el sudor y la saliva del otro, fundiéndonos en cada orgasmo y renaciendo mejores y más bellos, para empezar de nuevo.

EL QUE SE FUE


Quizás pienses que acabé por olvidarte y no hay razón para que pienses lo contrario. Y supongo que es verdad que olvidé una gran parte de ti y que todo lo que sentí cuando estuvimos juntos ahora ha perdido fuerza o incluso ha desaparecido. O tal vez lo que acabo de decir es una gran mentira y la verdad es que te echo de menos cada día, cada minuto, en cada cosa que hago; tal vez la verdad es que estás en cada una de mis lágrimas y en cada una de mis carcajadas, que te busco cada vez que alguien hace una broma para guiñarte un ojo. Tal vez la verdad es que eres cada copa de vino que tomo, cada fresa que muerdo, cada palabra que digo y cada brochazo de colorete que me pongo. Eres cada beso, cada caricia, cada amante. Todo eres tú.

Mi alma te tiene anclado a ella sin remedio y mi cuerpo te sigue buscando sin cesar, perdido sin la referencia de tu cuerpo guiándolo hacia el placer como una brújula. Y es que mi cuerpo no recuerda nada mejor que tú, que tu boca que lo recorría milímetro a milímetro, que tu mano que me hacía correrme prácticamente en cuanto tocaba mi sexo, que tu lengua que hacía que temblara de arriba a abajo de puro placer, que tu voz que me susurraba al oído, que tu mirada que se clavaba en mi mirada mientras te movías dentro de mí.

Mi cuerpo recuerda cada pequeño detalle de la forma en que lo amabas, porque en la cama siempre lo amabas, siempre me amabas, aunque eso no fuera cierto una vez que salíamos de ella. Y eso lo recuerdan y lo agradecen tanto mi cuerpo como mi alma, y eso hace que, aún hoy, te sigan echando de menos.

Pase lo que pase, y pase el amante que pase por mi vida, sé que tu huella sobre mi piel va a seguir ahí; así quiero que sea, para hacerla entrar en calor en las noches frías y solitarias y para mantenerla viva, despierta y receptiva para todas las maravillas que están por llegar.

martes, 6 de octubre de 2009

EL DESPERTAR

Durante un tiempo, sólo hubo oscuridad. Llamo a esos años "los años dormidos", porque todos mis sentidos cayeron en una especie de letargo fatídico, como dormir sin soñar, como conocer sin amar, como lamer sin saborear... Mi piel, hasta entonces vibrante y lustrosa, dejó de responder al tintineo del deseo juguetón; las terminaciones nerviosas, hundidas en el agua de mis esperanzas rotas, luchaban para salir a la superficie sin conseguirlo. Como resultado, no miraba, ni escuchaba, ni saboreaba, ni palpaba, ni sentía.

Pero mi cuerpo estaba demasiado vivo y mi alma demasiado sedienta de alegría, risas, sexo y sensualidad como para que ese letargo durara para siempre. El deseo que lo mueve todo, que es el comienzo de todo, fue el que me hizo despertar.

El deseo de latidos acelerados, de mariposas revoloteando en mi estómago, de besos suaves como pétalos de rosa, de un sexo palpitante, de lenguas buscándose y encontrándose cada vez con más ganas, de palabras susurradas entre el lóbulo de la oreja y la cavidad del cuello, de dedos enredados en cabellos largos y suaves, de risas traviesas bajo el edredón, de lágrimas tras el orgasmo, de abrazos profundos y conversaciones banales... de un orgasmo tras el orgasmo... el deseo de todo esto fue lo que, tras esos años, y de repente, me despertó todos y cada uno de los sentidos. No olvidaré aquel día porque fue mi vuelta a la Vida, el retorno de mi conexión con la Madre Naturaleza...

Uno a uno, los dedos de mis manos comenzaron a cosquillear, pidiendo un cuerpo que tocar; mis labios comenzaron a hervir, pidiendo unos labios que besar; mi lengua comenzó a juguetear, buscando una garganta con la que jugar; mis pupilas se empezaron a dilatar, buscando imágenes que disfrutar y mi sexo comenzó a palpitar, buscando mi conexión perdida con el origen del placer.

Frente al espejo de mi habitación, la misma habitación que había sido testigo de mis jugueteos - sola y acompañada - de mi deseo, de mi placer, y también de ese letargo de mis sentidos... frente al espejo de esa misma habitación, me desnudé por completo y contemplé durnate largo rato ese territorio olvidado, mi hogar, mi templo. Primero mis ojos, y después mis manos, trazaron cada línea, cada curva, se adentraron en cada rincón y en cada hueco de ese paraíso recuperado. Después, con lágrimas en los ojos, me tumbé lentamente en la cama y, con las luces encendidas, tracé una línea perfecta desde mis labios hasta mi bajo vientre, sintiendo cómo cada nervio de mi cuerpo se despertaba con ese tacto.

Mi mano bajó hasta la boca de mi sexo, mis piernas se abrieron instintivamente y mi vagina recibió esa caricia tanto tiempo esperada, ávida y urgente. Jamás me había dedicado tanto tiempo, paciencia y cariño, jamás me había permitido amarme de tal manera, sin miedo a sentir demasiado, sin miedo a que tanto placer me sobrepasara, sin miedo a gritar, a reír a carcajadas, a llorar como un bebé... sin miedo a absolutamente nada.
Perdí la noción del tiempo y encontré el nexo, ése que nunca había llegado a perder pero hacia el cual, de alguna manera, había perdido el camino.

Cuando finalmente llegué a la culminación de mi placer, grité, reí y lloré, todo al mismo tiempo, celebrando el despertar de mis sentidos por todo lo alto, dejándome llevar por completo, queriendo contárselo al mundo entero, viviendo el momento tan plenamente como lo haría un niño, sin pensar en nada y sin sentir nada más que el impulso de celebrarlo como quien celebra el volver a nacer...

sábado, 12 de septiembre de 2009

La nueva era del romanticismo


Acabo de volver de Grecia, tierra de olivos, de playas de agua cristalina, de historia milenaria y del mejor yogur que he probado en mi vida.
El caso es que mucha gente me desanimó con respecto a este viaje. Por lo visto, fue todo un atrevimiento por mi parte hacer este viaje tan romántico sola. Como anécdota, os cuento que en la isla de Santorini, famosa por ser un destino ideal para parejas en su luna de miel, solamente hay habitaciones dobles - la mía tenía una cama enorme con dosel. Muy romántico, sí señor.

He vuelto de mi viaje con un mensaje para todos aquellos que malentendemos el romanticismo. Y digo "malentendemos", porque yo soy la primera que malentiende y confieso que tuve mis momentos de agobio ante la perspectiva de realizar el viaje con la única compañía de mi diario, mi cámara de fotos y mis ganas de disfrutar.
Os cuento que desde Santorini hasta Atenas hay ocho horas de barco; ocho horas que pasé durmiendo bañada por el sol, charlando brevemente con otros viajeros y mirando el mar... ese mar infinito, con sus miles de tonalidades de azul, ese mar que se extendía hasta más allá de donde nuestros ojos podían ver, abierto a un universo lleno de posibilidades.
Cuando ves la puesta de sol sobre el mar de Santorini, entiendes que todo es posible.

Observando y respirando en este viaje, entendí por fin la amplitud del concepto " romanticismo". Qué poco comprendemos el Amor. Yo he necesitado sentarme durante horas bajo el sol de Grecia, oliendo y lamiendo la sal sobre mi piel, para entender por fin lo limitado que está el Amor en el concepto de la pareja. Y lo limitados que estamos nosotros cuando no vemos más allá de ese concepto. Con los pies colgando sobre el agua en la cubierta de un barco, sintiendo cómo el mar salpicaba mis dedos, tuve la experiencia del Amor en un sentido mucho más amplio... la energía de la tierra, del mar, del sol, la sal que se posaba sobre mi piel, los mundos que descubro en mis viajes, la gente que camina por esta tierra sin sentido haciendo su camino de sensaciones y sentimientos, la belleza de todo lo que he visto y de todo lo que me queda por ver... eso es Amor.
Viajar, regalarme a mí misma - porque me cuido y porque me importa lo que vivo - mil y una experiencias en mil y una tierras donde se ponen mil y un soles... eso es Amor.
Tener la fuerza, la determinación y los cojones de estar sola conmigo misma y de vivir las consecuencias de esa soledad: las decisiones de cambio, lo mucho que esas decisiones descolocan, el atreverte a cambiar... eso es Amor.
Darme cuenta de que, como leí alguna vez, un alma gemela no es alguien que está contigo toda la vida, sino alguien que te cambia, que te hace mejor, que enriquece tu vida de alguna manera... el darme cuenta de eso, como una revelación, y mandarle luz y agradecimiento por ello... eso es Amor.
Volver a casa y encontrar que hay quien te comprende, que hay quien siempre está ahí, que hay pilares en tu vida que son inamovibles... eso es Amor.

Así que es cierto, he hecho un viaje romántico. Y me ha hecho feliz y me ha hecho mejor. Es la nueva era del romanticismo.
Y éste es mi mensaje - porque ya podemos correr, volar o viajar en barco a donde queramos, que el Amor, en todas sus formas, siempre estará. Así que gracias. GRACIAS.

viernes, 28 de agosto de 2009

Esperando la lluvia


Una de las muchas ventajas que me aporta mi perrita Julieta es que me obliga a salir de casa al menos tres veces al día. La pereza y el hastío no tienen cabida en nuestra convivencia y eso es maravilloso.

El caso es que, en muchas ocasiones, nos sentimos tan ahogados y atrapados que ni siquiera somos capaces de ver que lo único que tenemos que hacer para sentirnos mejor es abrir la puerta y poner un pie fuera - donde el aire, la luz y la vida nos dan la bienvenida y nos liberan de nuestro desasosiego.

La verdad es que, con el tiempo, aprendes que el valor de tu amor por algo o por alguien no reside en hacer lo imposible, contra viento y marea, sufriendo más que nunca en el vano intento de conservar algo que no se debe o no se puede conservar. Con el tiempo aprendes que, en contra de todo lo que hemos aprendido desde pequeños, la mayor prueba de amor, lo que más valor da a lo que sentimos, lo mejor que podemos hacer por lo que amamos, es cuidarnos a nosotros mismos. Y a veces, eso implica dejar marchar lo que amamos. El proceso no deja de ser doloroso, pero es comparable a ese abrir la puerta y salir a la calle, incluso cuando lo que deseamos es quedarnos en casa, ahogándonos en nuestro propio agobio. Y es que es inútil esperar una lluvia que descargue el ambiente si no vas a salir, ponerte debajo y sentirla en tu cara.
Siempre pienso en aquella historia de las vías de tren que se construyeron años y años antes de que existiese un tren para utilizarlas. Las vías se contruyeron con la fe de que ese tren llegaría algún día y, cuando finalmente llegó, las vías estaban preparadas para recibirlo. Cuando yo saco a Julieta a pasear, el aire suele estar cargado y hace un calor agobiante. Aunque parezca mentira, a mí me costó comprender que hay cosas que están fuera de mi control, como el tiempo que hace, los sentimientos y actitudes de los demás, la persona de la que me enamoro, y a veces, incluso mi propio cuerpo y mis propios sentimientos: ahora he optado por entender que no siempre voy a estar contenta, que no siempre voy a hacer una clase de danza perfecta, que no siempre tendré la voz modulada cuando canto, que no siempre estaré igual de inspirada sobre un escenario... Y sobre todo, he optado por entender que NO PASA NADA. Todos esos días "malos" también son parte de lo que soy y por fin aprendo a respetarlos como tal.

Gracias a esta comprensión, sigo sacando a Julieta tres veces al día, todos los días, incluso los que estoy triste o agotada y no me apetece soportar el calor - no solamente porque ella lo necesita, sino porque sé que, al igual que aquel tren, un día - y sin que ni yo ni nadie podamos controlarlo - el aire empezará a oler a lluvia... y yo estaré fuera para disfrutarlo.

lunes, 17 de agosto de 2009

El tintineo del hada


A veces me da la impresión de que camino sobre un campo de minas emocional.
Lo digo porque lo mismo paso días y días de tremenda felicidad, viviendo, disfrutando de todo, con la paz que solamente llega cuando sabes que estás donde tienes que estar, en el momento adecuado... y de pronto, ¡zas! Sin comerlo ni beberlo, me encuentro hecha un mar de lágrimas y contándole mis penas a algún familiar, amigo o ser divino. Solía pensar que esto demostraba una inestabilidad emocional ciertamente preocupante, pero he decidido dejar de agobiarme con eso. Porque, después de todo, tras las lágrimas siempre vuelve la risa, me vuelvo a tranquilizar y las aguas invariablemente vuelven a su cauce.

Me imagino que de lo que se trata es de convertir ese dolor de cabeza y esa sensación de hipotensión que queda después de una buena llorera en algo provechoso de lo que aprender, convertirlas en lecciones de vida para que dichas lloreras cada vez ocurran menos. Difícil cometido. Suele ser más fácil distraerse con un libro, una película, cualquier cosa, para que se te pase el disgusto...

Yo, últimamente, le he cogido gusto a la literatura fantástica. Creo que la cosa empezó con la saga de Harry Potter, o quizá empezó bastante antes, cuando aún estaba en el colegio y leía las Crónicas de Narnia. En cualquier caso, cada vez me atraen más esos mundos llenos de seres increíbles que (supuestamente) no existen en el nuestro.

El otro día, tras la llorera de turno, tras coger mi libro de fantasía de la estantería (tocaba "Corazón de Tinta") y tras ponerme a leer sobre monstruos y hadas, se me antojó tremendamente normal el hecho de que cuanto más real y desafortunado se vuelve nuestro mundo, más nos interesan esos mundos maravillosos donde nada es lo que parece y todo es mejor de lo que te hayas podido imaginar. ¿Cómo no sentirnos atraídos por las hadas danzarinas, por los belicosos monstruos que siempre son derrotados, por todos esos colores, olores y paisajes desconocidos?

Aunque parezca mentira, esos mundos fantásticos tienen cosas que enseñarnos; cosas sobre la belleza de la imaginación y sobre lo esencial que es seguir soñando... Además, son mucho más reales de lo que muchos se imaginan. Yo, por ejemplo, siempre he sido firme creyente en la existencia de las hadas (de verdad, lo juro, por algo mi nombre las evoca). Y el caso es que, si después de cada llorera me tengo que poner a analizar lo que he aprendido y lo que he sacado en limpio de mi disgusto, me gustaría saber que todo ese análisis está "custodiado" por seres de esos pequeños y grandes mundos paralelos al nuestro.

A algunos les parecerá una tontería, pero yo creo sinceramente que voy a aprender más, mejor y con más alegría si lo hago escuchando el tintineo de algún hada traviesa... ¿o no?

lunes, 10 de agosto de 2009

A mazazos


Cierta vez oí a alguien decir: "¿por qué me sigo dando mazazos en la cabeza? Muy sencillo: porque me siento fenomenal cada vez que paro". Curiosamente, es una de las tonterías más lógicas que he oído nunca. La verdad es que, en general, solemos ir por la vida como elefantes en una cacharrería, destruyendo a nuestro paso cosas grandes y pequeñas, cosas con y sin importancia, cosas reales e imaginarias, cosas buenas y malas, cosas nuestras y cosas de los demás.

Lo de ir pisando con cuidado hay quien no lo aprende nunca y los que sí lo aprenden, lo suelen aprender tarde, cuando la cacharrería ya está devastada, destruida y triste como un campo de batalla.

La búsqueda de lo que nos hace sentir bien, aquí y ahora, sin importarnos las consecuencias, es algo tremendamente común en nuestra sociedad hoy en día. Nos lo venden por todas partes. Los medios de comunicación, la publicidad y nuestro propio ansia de escapar de una cárcel moral y anímica que nosotros mismos nos hemos forjado a pulso con los años, hacen que busquemos poco más que la satisfacción inmediata: ese polvo rápido, esa tableta de chocolate que devoramos entera, ese paquete de cigarrillos que juramos duraría una semana fumado en un solo día, ese vestido que nos cuesta el sueldo de un mes... Y claro, los mazazos vienen luego y nosotros sabemos que vendrán, pero ¿qué nos importa eso en este momento, verdad? Y así, mazazo tras mazazo, acabamos con un chichón tremendo en la cabeza y con el mazo preparado para volver a empezar.

Yo he sido una experta en mazazos durante una gran parte de mi vida. Lo admito sin pudor, no porque esté orgullosa de ello, sino porque la última vez que empecé a sentir los porrazos autoimpuestos en mi cabeza, mi amor propio, mi ángel de la guarda, o algún otro ente que aún no he reconocido me hizo parar y replantearme las cosas. Es totalmente cierto que en lo que se refiere a las relaciones, he aprendido (con perdón) a hostias - para colmo, incluyendo alguna literal - y creo que ha llegado el momento de pensar en el por qué de eso y sobre todo, en remediarlo.

No creo que proceda ponerme a hablar ahora del proceso psicológico que he experimentado en estas últimas semanas, pero creo que sí cabe decir que es todo un descubrimiento darte cuenta (como una niña pequeña que descubre algo obvio por primera vez) que el amor no debe ir de la mano del sufrimiento, que no es romántico perder el sueño y el apetito por el ser amado y que no es cierto que cuanto más sufres, más amas... Ah. Y entonces, de pronto y como por arte de magia, empiezas a ver las cosas claras.

No sé a vosotros, pero a mí me asusta. O mejor dicho, me asusto. Yo misma me asusto. Me asusta pensar que me he pasado casi toda la vida (más o menos desde que el niño que me gustaba se negó a prestarme su sacapuntas en 3º de EGB) equivocándome tan drásticamente en mi planteamiento del amor.

Anoche me dio por pensar que todos estos años habían sido tiempo perdido. Cuántos días, horas, minutos, segundos, perdidos EQUIVOCÁNDOME. Pero esta mañana, con la luz del día y un par de cafés bien cargados, me he dado cuenta de que no. Evidentemente, tenía que darme todos esos mazazos para llegar a esta conclusión. Porque sin el dolor de los mazazos y sin los chichones posteriores, ¿cómo vamos a aprender y a comprender?

Claro que ahora, la clave está en lo que viene después. Porque una cosa es aprender de los mazazos y otra muy distinta, dejar de dárnoslos. Yo estoy en ello, lo juro; porque es cierto que me siento fenomenal cada vez que paro...
Pero tengo la impresión de que, con el tiempo y la energía que me voy a ahorrar al no tener que curarme los chichones, voy a hacer grandes cosas.