martes, 13 de octubre de 2009

EL QUE VIENE


Vienes. Estás de camino. Lo sé porque te siento acercarte. Estás tardando mucho para mi gusto, pero creo que lo único que ocurre es que los dos estamos encontrando muchas desviaciones en nuestros caminos y eso está haciendo que nos cueste un poco más encontrarnos. Pero estamos en ello y eso es lo que importa.

No sé quién eres, ni cómo eres, no sé cuáles son tus gustos, tus aficiones, tus miedos y tus alegrías. Lo único que sé, con absoluta certeza, es la manera en la cual me vas a amar. Lo sé porque la he estado sintiendo todos estos años, quizás la he estado sintiendo desde que nací. Nos hemos amado ya mil veces, antes incluso de que nuestros cuerpos se hayan encontrado y, cuando lo hagan, todo les resultará increíblemente familiar por ello.

Tú conocerás todas mis curvas, mi respiración, los sonidos que emito cuando me corro y la expresión de mi cara cuando estoy a punto de hacerlo. Sabrás qué punto exacto del lóbulo de mi oreja tienes que morder para excitarme y las palabras que me tienes que decir y en qué tono las dirás para hacerme gemir. Conocerás el olor de mi sudor y el sabor de mi sexo. Sabrás la delicadeza con la que me gusta que me desabroches el sujetador, y que me encanta que me beses en el cuello mientras me penetras. Sabrás que el sexo me gusta cuanto más lento, mejor y que no hay mejor afrodisíaco para mí que el que me mires fijamente a los ojos mientras hacemos el amor.

Yo sabré que si te muerdo ligeramente el labio inferior mientras te beso, te vuelves loco de deseo, que te encanta entrelazar tus dedos con los míos mientras te mueves dentro de mí y que te corres inmediatamente si, cuando te estás acercando, introduzco la lengua en tu oreja...

Así nos amaremos. Con los ojos y el corazón abiertos, adivinando cada deseo, cada movimiento, cada beso, empapándonos en el sudor y la saliva del otro, fundiéndonos en cada orgasmo y renaciendo mejores y más bellos, para empezar de nuevo.

EL QUE SE FUE


Quizás pienses que acabé por olvidarte y no hay razón para que pienses lo contrario. Y supongo que es verdad que olvidé una gran parte de ti y que todo lo que sentí cuando estuvimos juntos ahora ha perdido fuerza o incluso ha desaparecido. O tal vez lo que acabo de decir es una gran mentira y la verdad es que te echo de menos cada día, cada minuto, en cada cosa que hago; tal vez la verdad es que estás en cada una de mis lágrimas y en cada una de mis carcajadas, que te busco cada vez que alguien hace una broma para guiñarte un ojo. Tal vez la verdad es que eres cada copa de vino que tomo, cada fresa que muerdo, cada palabra que digo y cada brochazo de colorete que me pongo. Eres cada beso, cada caricia, cada amante. Todo eres tú.

Mi alma te tiene anclado a ella sin remedio y mi cuerpo te sigue buscando sin cesar, perdido sin la referencia de tu cuerpo guiándolo hacia el placer como una brújula. Y es que mi cuerpo no recuerda nada mejor que tú, que tu boca que lo recorría milímetro a milímetro, que tu mano que me hacía correrme prácticamente en cuanto tocaba mi sexo, que tu lengua que hacía que temblara de arriba a abajo de puro placer, que tu voz que me susurraba al oído, que tu mirada que se clavaba en mi mirada mientras te movías dentro de mí.

Mi cuerpo recuerda cada pequeño detalle de la forma en que lo amabas, porque en la cama siempre lo amabas, siempre me amabas, aunque eso no fuera cierto una vez que salíamos de ella. Y eso lo recuerdan y lo agradecen tanto mi cuerpo como mi alma, y eso hace que, aún hoy, te sigan echando de menos.

Pase lo que pase, y pase el amante que pase por mi vida, sé que tu huella sobre mi piel va a seguir ahí; así quiero que sea, para hacerla entrar en calor en las noches frías y solitarias y para mantenerla viva, despierta y receptiva para todas las maravillas que están por llegar.

martes, 6 de octubre de 2009

EL DESPERTAR

Durante un tiempo, sólo hubo oscuridad. Llamo a esos años "los años dormidos", porque todos mis sentidos cayeron en una especie de letargo fatídico, como dormir sin soñar, como conocer sin amar, como lamer sin saborear... Mi piel, hasta entonces vibrante y lustrosa, dejó de responder al tintineo del deseo juguetón; las terminaciones nerviosas, hundidas en el agua de mis esperanzas rotas, luchaban para salir a la superficie sin conseguirlo. Como resultado, no miraba, ni escuchaba, ni saboreaba, ni palpaba, ni sentía.

Pero mi cuerpo estaba demasiado vivo y mi alma demasiado sedienta de alegría, risas, sexo y sensualidad como para que ese letargo durara para siempre. El deseo que lo mueve todo, que es el comienzo de todo, fue el que me hizo despertar.

El deseo de latidos acelerados, de mariposas revoloteando en mi estómago, de besos suaves como pétalos de rosa, de un sexo palpitante, de lenguas buscándose y encontrándose cada vez con más ganas, de palabras susurradas entre el lóbulo de la oreja y la cavidad del cuello, de dedos enredados en cabellos largos y suaves, de risas traviesas bajo el edredón, de lágrimas tras el orgasmo, de abrazos profundos y conversaciones banales... de un orgasmo tras el orgasmo... el deseo de todo esto fue lo que, tras esos años, y de repente, me despertó todos y cada uno de los sentidos. No olvidaré aquel día porque fue mi vuelta a la Vida, el retorno de mi conexión con la Madre Naturaleza...

Uno a uno, los dedos de mis manos comenzaron a cosquillear, pidiendo un cuerpo que tocar; mis labios comenzaron a hervir, pidiendo unos labios que besar; mi lengua comenzó a juguetear, buscando una garganta con la que jugar; mis pupilas se empezaron a dilatar, buscando imágenes que disfrutar y mi sexo comenzó a palpitar, buscando mi conexión perdida con el origen del placer.

Frente al espejo de mi habitación, la misma habitación que había sido testigo de mis jugueteos - sola y acompañada - de mi deseo, de mi placer, y también de ese letargo de mis sentidos... frente al espejo de esa misma habitación, me desnudé por completo y contemplé durnate largo rato ese territorio olvidado, mi hogar, mi templo. Primero mis ojos, y después mis manos, trazaron cada línea, cada curva, se adentraron en cada rincón y en cada hueco de ese paraíso recuperado. Después, con lágrimas en los ojos, me tumbé lentamente en la cama y, con las luces encendidas, tracé una línea perfecta desde mis labios hasta mi bajo vientre, sintiendo cómo cada nervio de mi cuerpo se despertaba con ese tacto.

Mi mano bajó hasta la boca de mi sexo, mis piernas se abrieron instintivamente y mi vagina recibió esa caricia tanto tiempo esperada, ávida y urgente. Jamás me había dedicado tanto tiempo, paciencia y cariño, jamás me había permitido amarme de tal manera, sin miedo a sentir demasiado, sin miedo a que tanto placer me sobrepasara, sin miedo a gritar, a reír a carcajadas, a llorar como un bebé... sin miedo a absolutamente nada.
Perdí la noción del tiempo y encontré el nexo, ése que nunca había llegado a perder pero hacia el cual, de alguna manera, había perdido el camino.

Cuando finalmente llegué a la culminación de mi placer, grité, reí y lloré, todo al mismo tiempo, celebrando el despertar de mis sentidos por todo lo alto, dejándome llevar por completo, queriendo contárselo al mundo entero, viviendo el momento tan plenamente como lo haría un niño, sin pensar en nada y sin sentir nada más que el impulso de celebrarlo como quien celebra el volver a nacer...