miércoles, 22 de diciembre de 2010

ESPEJITO, ESPEJITO


En el cuento de Blancanieves y los siete enanitos, la malvada reina vive obsesionada con un espejo, al cual exige constantemente una confirmación de que es la más bella del reino. Como ocurre tan frecuentemente con los cuentos de hadas, hay un significado más profundo y real por debajo de todo esto: lo cierto es que nosotros también nos pasamos la vida pidiendo confirmación a un espejo imaginario, ya sea éste nuestra pareja, ya sean nuestros amigos o familiares, o incluso la sociedad en general. Consciente o inconscientemente, necesitamos aprobación y a todos nos gusta agradar. Cierta vez oí a alguien decir que todo lo que hacemos en la vida, lo hacemos para sentirnos amados. El comentario me hizo pensar y creo que hay mucha verdad en ello. Necesitamos Amor de la misma manera en la que necesitamos aire para respirar. Del mismo modo, necesitamos sentirnos parte de algo - de un grupo, de una tribu, de una sociedad... Como mostraba Maslow con su famosa pirámide, el ser humano tiene necesidades de afiliación (asociación, aceptación, participación), así como necesidades de estima (que incluyen la necesidad de atención, aprecio, reconocimiento, reputación, estatus...)

Adam J. Jackson dice en su libro Los Diez Secretos del Amor Abundante que las personas que necesitan agradar de manera exagerada a los demás, no se gustan a sí mismos. Y es que, en el fondo, el espejo más meticuloso, más importante y más cruel somos nosotros mismos. La teoría de Maslow también habla del concepto de la estima alta: el respeto a uno mismo, la confianza, la maestría, los logros... En nuestra búsqueda de este estima alta, proyectamos nuestras inseguridades en los demás y las vemos reflejadas en sus ojos, que quizás de otra manera no mostrarían nada negativo en absoluto. Somos nuestro propio juez, nuestro verdugo, nuestro peor enemigo.

Está a punto de terminar otro año y, todos, de una u otra manera, hacemos balance de nuestras vidas en estas fechas. Es increíble la capacidad que tenemos (algunos más que otros) de autoflagelarnos, de castigarnos, de elegir lo peor de nosotros mismos para regodearnos en ello sin parar. ¿Y dónde queda todo lo bueno? Lo que hemos conseguido, lo que hemos hecho por los demás y, sobre todo, lo que hemos aprendido y cuánto hemos crecido... ¿Por qué a veces cuesta tanto acordarse de ello? Y, cuando nos acordamos, ¿por qué es tan fácil a veces quitarle importancia, rebajarlo en nuestra escala particular frente a las cosas malas?

Creo que también existe un elemento de "humildad exagerada", algo que hemos ido aprendiendo desde pequeños, como si temiéramos mostrarnos demasiado vanidosos ante los dioses... sin darnos cuenta de que la mejor manera de ofender a los dioses es no celebrar las bendiciones de nuestra vida. Con esta actitud, limitamos nuestra capacidad creativa, nuestra capacidad para amar, nuestra capacidad para crecer de verdad y ser mejores de lo que somos. Pienso sinceramente que si fuéramos conscientes de lo abundantes que somos, en todos los sentidos, lloraríamos desconsolados por no haber sabido vivir esa abundancia al máximo.

Quizás el cambio de año sea una buena oportunidad para proponernos, de una vez por todas, romper los límites imaginarios de nuestra existencia. El momento es ahora. Éste es el momento para desviar los ojos del espejo y mirar hacia el horizonte, para juzgarnos menos, amarnos mucho más y trabajar para engrandecernos un poquito cada día. Porque, como bien dice Adam J. Jackson, la verdadera nobleza está en mejorarnos a nosotros mismos.

Me encuentro en el proceso de aplicar esta teoría a la práctica y siento, ahora más que nunca, que el nuevo año viene cargado de nuevas posibilidades.

Es más, lanzando esa mirada limpia sobre el año que termina, puedo decir, sin lugar a dudas, que verdaderamente ha sido un año extraordinario.

lunes, 29 de noviembre de 2010

SI NO AHORA, ¿CUÁNDO?


En los últimos meses, he tenido la suerte de ir conociendo poco a poco a mis primas paternas (todas mujeres puesto que, por alguna razón, hay una abrumadora mayoría femenina en nuestra familia). Ésta ha sido una experiencia realmente maravillosa para mí: redescubrir a mi familia después de tantos años de distancia ha sido realmente bello. Además, he tenido la gran suerte de conectar muy especialmente con una de ellas, hija de un hermano ya fallecido de mi padre, al que me hubiera encantado conocer. Esta prima fue la encargada de darme mi primer regalo de cumpleaños de este año: un precioso libro de poemas y una tarjeta grabada con la voz de su niña de cuatro años, felicitándome. El paquete me llegó unos días antes de mi cumpleaños y lo abrí en plena calle, incapaz de esperar para ver lo que contenía. Como resultado, la mitad de mi barrio me vio llorando de emoción sentada en un banco al lado del quiosco de periódicos, pero me dio igual.

Y es que ésta es una más de las múltiples cosas en las que nos parecemos mi prima y yo: que demostramos lo que sentimos sin importarnos lo que piensen de nosotras. Mi prima me dijo una vez que le solían decir que bailaba como si nadie la estuviera mirando. Se lo decían en sentido literal, pero me atrevo a decir con total seguridad que así vive su vida en general.

Yo pasé muchos años de mi vida haciendo lo que se esperaba de mí y preocupándome tremendamente por lo que pensara o dijera la gente. Cuando era pequeña y decía que algo me daba vergüenza, mi madre me solía decir: "¿Vergüenza? ¡Qué tontería! Vergüenza les tendrá que dar a los ladrones y a los asesinos, ¡a ti no!". Claro que cuando era pequeña esto me parecía una chorrada, pero el caso es que mi madre tenía toda la razón.

Ahora, a mis 31 años, he modificado el dicho de mi madre, cambiándolo por: "vergüenza me dará dentro de 10 años cuando me arrepienta de no haber hecho esto"... y últimamente no me privo de hacer ni de decir nada. Entiendo que, mientras no le haga daño a nadie (incluyéndome a mí misma), es lo mejor que puedo hacer con mi vida. He dejado de posponer viajes para "un mejor momento", de tragarme lo que quiero decirle a alguien porque "no es apropiado" y de pensar en si "haré el ridículo" poniéndome tal o cual cosa. Porque si algo me hace feliz, ¿por qué no hacerlo? Y, como dice la tradición Zen, si no ahora, ¿cuándo?

Ya que ha quedado más que claro que lo único que tenemos es el ahora y que ni siquiera sabemos lo que va a pasar dentro de cinco minutos... vivamos ahora: dejemos de posponer la vida.

Mi prima cuenta en su blog que su padre y ella hablaban todos los días para decirse que se querían y que el día que él falleció, ella le había visitado en su oficina... lo hizo porque le apeteció de repente, sin pensarlo, por instinto... y a día de hoy ella sigue agradeciendo esa última oportunidad que le dio la Vida de ver a su padre y de pasar ese rato con él. No fue una casualidad y ocurrió porque ella hizo lo que su corazón le decía que hiciera en ese momento.

Así intento vivir mi vida, tanto en las cosas grandes como en las pequeñas. De esta filosofía viene todo lo que hago últimamente: el viaje a Nantes que me auto-regalé por mi cumpleaños, la tiara brillante que me puse en mi fiesta simplemente porque me encantaba, mi forma de comer, de reír, de hablar y de querer... de ahí viene todo... o al menos eso creía hasta hoy.

Hoy, gracias a mi terapeuta, me he dado cuenta de que hay un aspecto de mi vida en el que, sin querer, no he estado aplicando esta filosofía en los últimos meses... porque en el aspecto sentimental, ha habido demasiados tortazos, demasiadas caídas y demasiado dolor como para seguir arriesgando.

Pero quizás haya llegado el momento de quitarme lastre, de romper barreras, de volver a creer que merece la pena arriesgar, no solamente por todo lo bueno que puedo conseguir, sino por el simple hecho de hacerlo, de vivir... de bailar como si nadie estuviera mirando.

Durante mi viaje a Nantes, tuve la oportunidad de pasar tiempo con mi amiga Dominique, que amablemente me acogió en su casa, me enseñó los alrededores, me ofreció todo su cariño y amistad e incluso me dio una sesión de Reiki. Después de la sesión, me dijo que mi energía (debo añadir que por primera vez en muchísimo tiempo) está realmente equilibrada. Es cierto, lo está. En todos los aspectos menos en uno.

Hoy ha llegado el momento de trasladar ese equilibrio también a mi vida sentimental. Porque si no ahora, ¿cuándo?


Antigua foto de mi tío (izquierda) y mi padre (derecha)


Mi prima y su hija (mi linda "sobrinita")


Yo, en mi viaje a Nantes


En mi fiesta de cumpleaños, ¡con mi tiara brillante!

jueves, 4 de noviembre de 2010

MI PEQUEÑO MUNDO DE COLORES

En este mes de Noviembre cumplo 31 años. Parece que fue ayer cuando cumplí los 30, aunque en este año mi vida ha cambiado tanto como si hubiesen pasado diez. Me encuentro en un lugar de mi vida en el que, hace un año, jamás habría pensado que estaría. Por otro lado, jamás pensé que disfrutaría tanto de este lugar, que sería tan feliz (o más) que donde había estado hasta ahora.

Me costó mucho esfuerzo desvincularme, aunque fuera temporalmente, del mundillo del teatro. No me veía haciendo otra cosa, me sentía totalmente perdida sin esa brújula que había guiado todos mis pasos y decisiones en los últimos quince años. Y, sobre todo, tenía miedo. Tenía miedo de perder un tren imaginario en el que me había mantenido subida obstinadamente, contra viento y marea, a pesar de los empujones, de las zancadillas y de todas las demás agresiones y circunstancias adversas que caían continuamente sobre mí.

Sin embargo, un buen día finalmente comprendí que tenía que soltarme y saltar del tren, al menos por un tiempo. Y me obligué a tener fe, a creer firmemente que cuando quiera volver a subirme, podré hacerlo... porque si no hubiera creído, nunca me habría soltado.

Comencé a caminar sin rumbo fijo y durante un tiempo, lo pasé francamente mal. Porque me sentía perdida, sí, pero también porque me sentía culpable... culpable por comenzar a disfrutar de otras cosas tanto como había disfrutado del teatro en su momento. Pasada esta etapa difícil, pude al fin dejarme llevar por mi nueva forma de vida... Y entonces vino lo bueno.

Y es que, ¿cómo es posible descubrir nuevos mundos, nuevas experiencias, si no soltamos algo de nuestra vida anterior? ¿Cómo vamos a saber cuántas cosas bellas, útiles y maravillosas hay en el mundo si no les hacemos sitio? Al igual que nunca vemos a un nuevo amante, por muy cerca que le tengamos, mientras sigamos obsesionados con el último amante perdido, tampoco vemos todas las posibilidades que nos ofrece la vida hasta que dejamos marchar nuestra obsesión por la/s cosa/s que ocupaba/n nuestra vida hasta ahora.

Yo empecé a concentrarme en mi formación terapéutica y decidí volver a buscar formación artística, algo que no había hecho en varios años (y lo cual es, por otra parte, importantísimo en la vida de un actor). Y, como siempre, una vez abiertas las puertas de mi mente y de mi alma, comenzó a llover...

Cierto día, recibí otro email de una escuela de teatro de Madrid. Digo "otro", porque esta escuela llevaba enviándome emails informativos durante años. Nunca los abría... porque no tenía tiempo para formación. Pero aquel día, mi dedo, casi involuntariamente, hizo click en el ratón y el email se abrió. Anunciaba un curso de clown para hospitales y trabajo social, algo que había querido hacer durante años (¡y NO tenía tiempo!) y que además combinaba a la perfección mi trabajo artístico con mi trabajo terapéutico. Como os decía... comenzó a llover.

Y resulta que llovió a raudales, porque el curso no solamente era lo que buscaba, sino que me ofreció muchísimo más de lo que había esperado: una profesora profesional y encantadora, una formación excelente, un fin de semana lleno de solidaridad, risas y cariño y unos compañeros alucinantes. Mirando a mi alrededor el primer día de curso, recuerdo haber pensado en lo increíble que es que, en este mundo difícil, que puede llegar a ser tan sumamente oscuro, existan personas dispuestas a entregar su tiempo y su dinero con el único propósito de llevar alegría y Amor a los demás. Para quien no crea en milagros, debo deciros que esto, sin lugar a dudas, lo es. Todo acto de Amor lo es.

Por eso, aunque el mundo que nos rodea a veces parezca una película en blanco y negro, aunque mi propio mundo se tambalee de vez en cuando y corra el riesgo real de hundirme en un pozo oscuro de melancolía, yo sé (siempre he sabido) que existe otro mundo que siempre va a estar presente, aunque no siempre se vea.
Un pequeño mundo de colores como antídoto contra la mediocridad.



www.saniclown.com

viernes, 22 de octubre de 2010

HISTORIA DEL AHORA

Mi amigo Nelson es cuentacuentos. O, como dice él, contador de historias. Le conocí hace casi diez años, cuando entró a formar parte de mi clase de interpretación, en la sala Triángulo de Madrid. Por aquella época, yo tenía 21 años y me formaba como actriz, me tomaba todo absolutamente en serio y mi vida comenzaba a llegar a unos límites de intensidad casi preocupantes. Ésa era la época en la que aún me parecía que, si amaba algo o a alguien, tenía que darle hasta la última gota de mi sudor y de mi sangre, por siempre jamás.
Y así viví mi vida durante muchos años.

Con el tiempo, fui descubriendo que es imposible que el Amor sea sufrimiento y que la intensidad está muy bien en las pelis, en las novelas y en momentos muy puntuales de la vida de uno, pero que es insostenible y ridícula como algo permanente. Como me dijo un día una amiga: "Parisa, no te puede importar TODO".

Volviendo a Nelson, la razón por la cual le menciono aquí es que él siempre fue una de esas personas optimistas, llenas de energía y con un toque mágico, que contagian de alegría a todo y a todos a su alrededor. Siempre le envidié esa capacidad para vivir al máximo, que es sin duda la razón por la cual todo lo que ha hecho en la vida le ha salido bien, en el trabajo, en el Amor y en todo lo demás. Hace un año y medio, Nelson se casó con Lucía, una criatura preciosa y absolutamente dulce, que parece estar hecha para él. Tuvieron la amabilidad de invitarme a su boda y aún recuerdo a la perfección, como si lo hubiese visto ayer, la desbordante energía, las ondas prácticamente visibles de Amor y felicidad que desprendían.

He estado trabajando durante mucho tiempo para mejorarme a mí misma, para entender la vida y aprender a vivirla de la mejor manera posible. Y hace poco, después de años de trabajo espiritual y terapéutico, he comenzado a notar los cambios. En los últimos días, he conseguido incluso vislumbrar atisbos del más difícil todavía, de lo que más le cuesta al ser humano: vivir el presente. ¿Quién hubiese pensado que sería tan difícil? ¿En qué cabeza cabe que nos resulte tan duro estar aquí y ahora, cuando es lo único que tenemos? ¿Cuándo comenzó el ser humano a proyectar hacia el pasado y hacia el futuro de esta manera tan compulsiva?

Eckhart Tolle, en su libro El Poder del Ahora, nos anima a examinarnos a nosotros mismos para "pillarnos" en cuanto comenzamos a salir del presente. Yo estoy leyendo el libro en estos momentos y estoy realizando el ejercicio a diario y me parece realmente tremendo que nuestros contactos reales con el presente sean meros microsegundos que ocurren muy de vez en cuando. El 99,9% del tiempo estamos pensando en el pasado o en el futuro, pero muy rara vez estamos en el presente... Es un ejercicio alucinante y muy revelador y os animo a probarlo.

El caso es que, gracias a todo este trabajo que estoy haciendo sobre mí misma, he llegado a comprender por fin el gran secreto de Nelson y de otras (muy pocas) personas que conozco: el secreto es el ahora. Ni más ni menos. Su secreto es vivir el momento, en cada momento. Ésta es la "buena estrella" de Nelson - no es que sea un tipo increíblemente afortunado, es que sabe vivir.

Esto lo he comprendido esta misma noche, en un pequeño restaurante de Malasaña llamado La Rochela, donde Nelson contaba sus cuentos y presentaba su segundo libro de relatos, El Comprador de Soledades. Mientras le escuchaba contando sus historias y envolviéndonos con su poderosa magia, vi con absoluta claridad la fuente de su poder: su mejor historia es su ahora.

Cuando terminó la actuación, metí ese secreto descubierto en mi bolso, justo al lado de mi ejemplar dedicado de El Comprador de Soledades. Luego le di un gran abrazo a Nelson y me dirigí hacia la boca de metro, envuelta en su nube de alegría sin fin.


www.nelson-calderon.com

lunes, 27 de septiembre de 2010

EL CAMINO DE BALDOSAS AMARILLAS


Cuando era adolescente, me solían decir que parecía mucho mayor de lo que realmente era. Con el tiempo, mi aspecto físico y mi edad se han ido equilibrando y ahora no me suelen echar más años; sin embargo, sí que siguen diciéndome que en una primera impresión parezco muy seria y algo intimidante. Nunca he comprendido del todo la razón por la cual la gente se lleva esta errónea impresión de mí, pero lo cierto es que no hay nada más lejos de la verdad.

La realidad es que me río hasta de mi propia sombra y, en el fondo, tengo alma de niña pequeña. Me entra la risa cuando hablo de mis propias neurosis, disfruto como una enana con las pelis de Disney, cada vez que paso por el puestecito de golosinas de la calle Goya me compro algodón dulce y lo devoro en dos minutos, me sirve cualquier excusa para disfrazarme, no puedo pasar por delante del Imaginarium sin entrar y el lápiz que utilizo en el trabajo tiene una goma de borrar en forma de un enorme corazón de colores.

Como siempre he sido una persona de extremos, solía pensar que una adulta de treinta años no podía o no debía ser niña a la vez, y viceversa. Recuerdo haber estado sentada en reuniones de trabajo importantísimas en el extranjero y pensar: "¿Pero en qué estarían pensando mandándome a mí aquí? ¡Si aún soy una niña!" Y lo cierto es que he sido así en todos los aspectos de mi vida: todo ha sido blanco o negro, todo o nada... en mi trabajo, en mis relaciones y en todo lo demás.

Afortunadamente, el ser humano tiene la capacidad de pensar, de recapacitar y de cambiar. Poco a poco, me he ido dando cuenta de algo aparentemente muy obvio: que la vida no es blanca o negra, que me puedo permitir las combinaciones de colores y que los extremos, aunque pueden ser muy dramáticos y emocionantes, no suelen llevar a ninguna parte. Hay muchísimo más interés y emoción en los matices - lo que pasa es que hay que tener un ojo algo más experimentado y mucha paciencia para descubrirlo.

Creo que alguna vez he comentado que, cada vez que me voy de viaje, me agobia mucho volver a Madrid, que la ciudad se me hace pequeña y sofocante. Durante mucho tiempo, he dedicado tantas horas y energía a mis viajes (a planearlos, a hacerlos, a recordarlos) que el tema se ha convertido casi en una especie de obsesión. Hasta hace poco, lo único que quería era viajar, irme lejos, ver todos los mundos que hay en nuestro mundo, explorarlos, conocerlos, saber, saber, saber... Como una Dorothy sin su Toto, salía en cada viaje en busca de mis sueños, en busca de mí misma. En mi cabeza, iba hilando un viaje con otro, construyendo mi propio camino de baldosas amarillas, que me llevaría a ese sitio al otro lado del arco iris que tanto buscaba.

Y el camino de baldosas amarillas me ha llevado a sitios maravillosos, dentro y fuera de mí misma. Sin embargo, en el último viaje que he hecho, las circunstancias me han enseñado que, como en todo lo demás, en esto tampoco sirven los extremos. En esta ocasión, he vuelto a recordar lo maravilloso que es viajar, pero también me he dado cuenta de que hay otras cosas igual de placenteras e igual de importantes. He recordado todo lo que me ofrecen mi casa, mi ciudad y la gente que me rodea y he aprendido a dar a mis viajes la importancia justa: mucha, pero no total. Por primera vez en mucho tiempo, he vuelto a Madrid con ganas reales de volver a Madrid... y Madrid, como la hermosa y elegante señora que es, me ha recibido con los brazos abiertos.

He recorrido muchos caminos - en vibrantes calles neoyorquinas, en campos de arroz en Vietnam, en paradisíacas playas griegas - y aún me quedan muchos por recorrer. Pero, en esta ocasión, desde las rocosas montañas de Colorado y las serpenteantes calles de San Francisco, aprendí cómo volver a casa.

Así que me calcé mis zapatos rojos y dejé que ellos hicieran su magia.
No hay lugar como el hogar, no hay lugar como el hogar, no hay lugar como el hogar...



miércoles, 8 de septiembre de 2010

MI SON


Cuando éramos niños, el mundo nos parecía un cúmulo de posibilidades infinitas, todas a nuestra disposición, alcanzables por el simple hecho de desearlas y perseguirlas.

A medida que fuimos creciendo, nos dimos cuenta de que las posiblidades no son infinitas, por el simple hecho de que elegir una opción invariablemente implica desechar otra. Ésta es una de las muchas razones por las cuales de niños vivíamos prácticamente sin miedo y de adultos vivimos permanentemente aterrados por algo. El niño quiere algo y va a por ello. El adulto se lo piensa, avanza y retrocede mil veces, porque esto va en serio, porque la vida no es un juego y si me equivoco y elijo la opción menos adecuada, es posible que no tenga vuelta atrás. Es una peligrosa manera de vivir, porque una vez que tomamos una decisión y la llevamos a cabo, nos parece que hemos decidido nuestro destino para siempre. Entonces, si esa decisión no sale bien o la terminamos desechando, ¿qué nos queda? ¿Remordimientos? ¿Ansiedad? ¿Sensación de fracaso, de andar sin rumbo fijo?

Replantearse la vida de uno es duro. Admitir que quizás te equivocaste, que pasaste media vida haciendo algo que ahora tal vez ya no amas, o que ya no te importa tanto, o que ahora te hace daño... O admitir que, aunque estudiaste con ganas para cumplir tu objetivo, en el tiempo que tardaste en alcanzarlo el objetivo se diluyó para siempre... O admitir que esa relación ya no funciona, o que tal vez lo que no funciona es tu concepto del amor.

Yo siempre he sido una persona con los objetivos muy claros y siempre he luchado por conseguirlos. Siempre he conocido el son al que bailo, lo he tenido claro en mi cabeza y he sabido buscarlo cuando se perdía. Pero un buen día, las circunstancias y mis propias decisiones me forzaron a replanteármelo todo y el disco se paró de repente. Ya no había música. Y entonces, ¿qué? ¿Dónde estaba mi son? ¿Cómo iba a bailar ahora? No encontré la respuesta, así que me paré. Me quedé paralizada en medio de la pista de baile, haciendo pequeños intentos para recuperar la música pero sin fuerzas para salir corriendo a buscarla en otro sitio... entre otras cosas, porque no sabía muy bien lo que estaba buscando.

Estaba aterrada. Estaba triste. Estaba desesperada. Mil canciones lejanas me llamaban como cantos de sirena y yo no me decidía por ninguna... ¿y si me equivocaba? ¿Y si el son original era el correcto y lo estaba dejando marchar? ¿Y si no me gustaba el son que elegía para sustituirlo? ¿Y si me pasaba la vida buscando y no encontraba mi ritmo?

Finalmente, agotada, confusa e incapaz de pensar más, decidí dejar de buscar durante un segundo y quedarme quieta, sólo para ver qué pasaba. Poco a poco, las melodías que llegaban de la lejanía se volvieron más claras, más precisas y más cercanas. Y yo dejé que me envolvieran una por una, no porque me quisiera quedar con todas, sino porque, mientras escuchaba la música y mi cuerpo comenzaba a moverse lentamente de nuevo, me acordé de algo: en el baile no hay línea de meta - en el baile sólo hay baile.

Y entonces, ¿por qué tengo que saber en todo momento el son específico al que bailo? ¿Y si me permito, tranquilamente y sin presiones, moverme al son de varias melodías a la vez durante un tiempo? Puede que no todos mis movimientos sean coherentes, bonitos o llenos de sentido... pero no cabe duda de que los habré vivido y disfrutado.

Dicen que los niños están en posesión de la verdad... yo estoy completamente de acuerdo. Quizás no nos equivocábamos de pequeños cuando veíamos tantas posibilidades para nuestras vidas. De hecho, una de las razones por las cuales me gusta tanto viajar es la infinidad de posibilidades que me brinda. También es una de las razones por las cuales me he dedicado al teatro durante toda mi vida: cuando actúo, puedo ser mil personas en una, vivir mil vidas en una... y esto, paradójicamente, es lo que me hace ser más yo, lo que me ha ido convirtiendo en la persona que soy hoy en día.

Del mismo modo, todas las melodías que ahora me envuelven irán convirtiéndome a partir de ahora en la(s) persona(s) que seré el resto de mi vida... Aún me siento perdida y algo triste, pero sé que no será así siempre. Y seguiré teniendo miedo de escoger, pero escogeré. Y si la melodía elegida termina, volveré a escoger.

Y así me moveré al ritmo de este son infinito, bailando, riendo, cayendo, levantándome y volviendo a empezar, hasta donde mi cuerpo y mi alma aguanten.

lunes, 26 de julio de 2010

POR AMOR AL ARTE


Mi amiga Eva me ha sugerido esta mañana que escriba sobre la seducción. Aunque me ha parecido una idea preciosa, he tardado menos de dos segundos en saber con total certeza que ése es un tema que lamentablemente no puedo ni debo abordar. Os juro que no tengo ni idea del asunto. Y no es precisamente porque sea una ermitaña antisocial que no sabe cómo comportarse con el sexo opuesto (aunque me temo que sobre eso también tengo mis serias dudas). En realidad, es porque siempre he sido de la infantil y banal opinión de que la seducción y el amor no tienen reglas ni métodos que seguir, que son cosas que simplemente deben ocurrir, no cosas que debemos hacer. Una estupidez, lo sé. Mi (malísima) justificación es que no soy la única que piensa de este modo. Erich Fromm dice en su libro El Arte de Amar:

"¿Es el amor un arte? En tal caso, requiere conocimiento y esfuerzo. ¿O es el amor una sensación placentera, cuya experiencia es una cuestión de azar, algo con lo que uno "tropieza" si tiene suerte? Este libro se basa en la primera premisa, si bien es indudable que la mayoría de la gente de hoy cree en la segunda."

Pues bien, yo siempre he creído en la segunda premisa y me temo que el libro de Fromm, que leí cuando tenía unos 24 ó 25 años, no lo entendí, o más bien no lo quise entender.

El caso es que la segunda idea de Eva esta mañana fue que escribiera sobre las musas. Mi curiosidad por el hecho de que mi amiga me hablara de estos dos conceptos de manera tan seguida, me llevó a recordar el libro de Fromm (que habla del amor como un arte, que hay que aprender, practicar y perfeccionar) y a relacionar esto con la implicación de mi propia vida con el arte.

Mi vida ha estado relacionada con el arte desde mi infancia. Cuando era pequeña, solía pintar al óleo (me temo que no era muy buena), luego mis padres me apuntaron a clases de gimnasia rítmica y, hasta que cumplí los 12 años, me doblaba y retorcía como si estuviera hecha totalmente de goma (qué tiempos aquellos - mi flexibilidad de adulta se ha visto considerablemente reducida). También estuve un tiempo aprendiendo a tocar la guitarra y la flauta. Y a los 13 años me subí a un escenario en el colegio y desde ese día hasta ahora, no me he vuelto a bajar de él. Cuando comencé a trabajar como actriz, decidí suplir por mi cuenta las carencias en la formación que estaba recibiendo, así que comencé a estudiar danza y canto para complementar mi oficio.

La danza no me resultó fácil. Sin una buena base de ballet clásico y habiendo comenzado a bailar relativamente tarde, ha pasado tiempo hasta que me he sentido cómoda en mi papel de bailarina. Pero el canto ha sido mucho más difícil todavía. Cargada con un trauma de hace años, una certeza de "no saber", de "no poder", mi voz se cerraba y yo me escondía para cantar a solas y evitar que alguien me pudiera oír. Se podría decir que no oí mi propia voz hasta que, por una de esos maravillosos encuentros de la vida, comencé a recibir clases de mi profesora actual, Silvina Tabbush (un ángel que me ha enseñado mucho más allá del deber de una profesora y una de las personas con más talento que conozco). Al igual que hice en su momento con la danza, he ido superando pequeñas y grandes barreras en cada clase, sin desistir, trabajando, desanimándome y volviendo a empezar y celebrando las pequeñas victorias cuando ocurrían.

Hace algunas semanas, me desplacé hasta mi clase de canto derritiéndome en el calor de 38ºC de este verano madrileño. Llegué agotada y somnolienta, bebí un poco de agua y comencé a cantar. Fue uno de esos días en los que el trabajo de todos estos meses se muestra, como un regalito envuelto en lazos y papel de seda y consigo cosas que nunca imaginé que podría conseguir. Recuerdo que dije: "¡Es magia!". A lo que Silvina respondió: "No es magia, es venir a clase con 38ºC de calor."

Y me di cuenta de que tiene razón. Todas esas "casualidades", los "días inspirados" en los que canto o bailo mejor que nunca, no son casualidades para nada. Son el resultado de todo mi trabajo, de mi perseverancia, de ese caer y levantarme y no perder la fe en mí misma y en mis posibilidades. Creo que sí es cierto que el arte tiene un gran componente de inspiración, de azar, que sí es cierto que hay días en los que las musas, esas diosas de las artes, te visitan y hacen que, por un momento, dejes de ser humano y te conviertas en una (pequeñísima) manifestación de Dios... Pero como decía Picasso, "cuando llegue la inspiración, que me encuentre trabajando".

Entonces, ¿es posible que sea igual con el amor? Que cada encuentro que he tenido, bueno o malo, cada historia que he vivido, lejos de ser el resultado de un concepto adolescente de amor "mágico", sea el resultado de lo que he hecho hasta ahora, de mi trabajo personal y del hecho de seguir intentándolo y no perder la fe, aunque me caiga cientos de veces? ¿Es posible que Erich Fromm, psicólogo, psicoanalista y filósofo de renombre, tenga muchísima más razón que yo respecto a este tema? Madre mía, qué revelación...

Así que, con mi perseverancia y mi capacidad para amar a todos los niveles (y de paso, con mi capacidad para reírme de mí misma como arma de repuesto), del mismo modo en el que sigo yendo a clase todos los días, con calor, lluvia o nieve, del mismo modo en el que me he caído y me he levantado decenas de veces con mis producciones teatrales... de ese mismo modo debería abordar mis relaciones sentimentales.

Se me ocurre que puedo aprovechar la gran fortuna de tener la oportunidad de equivocarme y volver a empezar, de destruir y reinventarme a mí misma mil y una veces.

Aunque, también se me ocurre que Silvina tenía razón en aquel caluroso día, cuando me dijo: "Eso no es suerte. Eso es construir una vida".

domingo, 27 de junio de 2010

CARRERA DE FONDO


En la calle de Alcalá de Madrid, muy cerca de mi piso, hay una cafetería a la que suelo ir de vez en cuando, para escapar un ratito de la rutina y estrés de mi trabajo de oficina. Una de las pequeñas certezas de mi día a día es que allí siempre me van a recibir con una sonrisa, normalmente acompañada de una invitación a una taza de café o a un trozo de tarta de limón y merengue.

Hace algunos días, frente a una taza de café humeante, el camarero me confesó que está en crisis. "Como todos", me dijo. Sí, como todos. La crisis económica general nos está afectando a todos a nivel personal. O quizás es que nuestras crisis personales han encontrado la excusa perfecta para manifestarse con la crisis económica.

Lo cierto es que el ser humano adulto está lleno de pequeñas y grandes crisis, reminiscencias del pasado en las que nos regodeamos e hipótesis del futuro que podrían no ocurrir nunca, pero a las que tememos como si fueran verdades terribles e inamovibles del mañana. El presente suele ser lo que menos nos importa - tendemos a pasar de puntillas sobre él, mirando hacia atrás o hacia delante, pero nunca alrededor.

La verdad es que el presente es el único lugar desde el cual podemos lidiar con nuestras crisis, intentar arreglar lo que tiene solución y aprender a vivir con lo que no la tiene. Mi terapeuta me dijo hace poco que las crisis son buenas, porque nos dan la oportunidad de evolucionar. Ahora veo que tenía razón (como siempre). Con mi crisis particular - y con dos años de terapia y mucho trabajo personal en los que apoyarme - he comenzado a hablar de cosas de las que ni me había planteado hablar hasta ahora... Había más mierda de la que mi terapeuta había pensado. Había más mierda de la que yo misma había pensado. Pero hablar de ella, lejos de abrir la temida caja de Pandora de la que quería huir a toda costa, me ha hecho sentir más limpia y ligera de lo que me he sentido en mucho tiempo.

Sin embargo, sé que el trabajo no termina allí. De hecho, en las últimas semanas me he dado cuenta de que es muy probable que el trabajo no termine nunca. Me he dado cuenta de que el ser humano es un proyecto de trabajo continuo y permanente, un proyecto eternamente inacabado, un trabajo en progreso. El secreto no es arreglar el problema de tu vida de una vez; el secreto es trabajar todos los días para mejorar, mientras no dejamos de vivir y de dar valor a nuestro ahora. La comprensión de este hecho ha sido tan poderosa para mí, que ha cambiado por completo mi perspectiva sobre mi vida y sobre el mundo que me rodea.

Hace unos días, bailé en el festival de fin de curso de mi escuela de danza. El número era una preciosa coreografía de jazz musical, estilo Fosse. Los días anteriores al festival, anduve algo agobiada porque la coreografía incluía una doble pirueta... y las piruetas siempre han sido mi punto débil. Sin embargo, el día del festival, tomé la decisión tajante de disfrutar de la experiencia al máximo, independientemente de mis limitaciones y de mi miedo. Desde ese lugar de ilusión y alegría por lo que estaba viviendo, me resultó mucho más fácil ver que mi participación en esa experiencia era mucho más que una doble pirueta, que existían decenas de otros factores que determinaban lo que estaba ocurriendo y mi papel en ello.

Y desde esa nueva comprensión, tuve una de las experiencias más bonitas de mi vida hasta ahora. Además, desde allí llegaron también las ganas de seguir trabajando cada vez más duro para perfeccionar mi punto débil, sin agobios, sin prisas, sin exigencias exageradas y sin ninguna otra razón que el deseo de evolucionar.

La vida, como la danza, no es un sprint por llegar a una meta. La vida es una carrera de fondo... y esa carrera está llena de baches y obstáculos. No siempre se viaja hacia delante y no siempre se viaja todo lo rápido que uno quisiera. Pero lo mejor que podemos hacer es seguir avanzando, celebrar nuestras victorias, darnos tiempo para hacer duelo por los fracasos y las pérdidas e intentar no perdernos el paisaje por el camino.

En otras palabras: seguimos trabajando... disculpen las molestias.

sábado, 19 de junio de 2010

LA RED INVISIBLE


Facebook tiene muchos detractores. Yo tengo amigos que se niegan rotundamente a hacerse un perfil, porque les aburre o les horroriza; no pueden entender que los que sí lo utilizamos queramos exponer nuestras vidas al mundo de esta manera. Yo les entiendo, aunque también les explico que solamente expones lo que te interesa... El caso es que a mí Facebook me encanta. Me parece que, efectivamente, puede ser un arma de doble filo, pero a mí me ha permitido encontrar a un montón de personas que han sido importantes en mi vida de una u otra manera.

Lo más bonito, con diferencia, ha sido encontrar a mi familia. Esa familia desperdigada por el mundo, esos seres de mi propia sangre a los que nunca llegué a conocer porque las circunstancias nos separaron. Las circunstancias políticas de nuestro país... y más tarde, las circunstancias personales de nuestra familia, que ha tenido su propio campo de batalla desde hace décadas.

Como consecuencia de todo esto, mi familia se redujo a mis padres y mi hermana durante muchísimos años. Y quizás ésa sea una de las razones por las cuales somos una familia tan unida. Yo llevo algunos años intentando romper un poquito el cordón umbilical, ser más independiente, desprenderme un poco de la enorme responsabilidad de esa piña tan sólida... pero la verdad es que solamente lo quiero hacer hasta cierto punto.

En realidad, me siento muy afortunada de tener una familia tan fuerte. La pura realidad es que mi madre es mi modelo de longanimidad y de belleza, mi hermana es el pilar más sólido frente a mis paranoias y mis tristezas y mi padre, simple y llanamente, es mi héroe.

Aun así, desde pequeña me ha dado mucha pena no tener una familia grande, con tíos, primos y abuelos incluídos, que se reuna una vez al año en una fiesta familiar para comer, charlar y acabar peleándose por cualquier tontería... recuerdo que envidiaba a mis amigos porque hacían grandes cenas de Navidad con sus familias, aunque ellos las odiaran (las cenas, no a sus familias). Envidiaba hasta a la gente que me decía: "buff.... este sábado tengo la boda de mi prima... ¡qué rollo!"...

Así que cuando, gracias a Facebook, mis familiares comenzaron a volver a mi vida poco a poco, trayendo con ellos sus vidas y a sus propias familias, a sus hijos, a sus parejas... sentí una gran alegría. Estoy teniendo una experiencia maravillosa conociendo a mi prima de Nueva York, que tiene una niña de tres años y escribe un blog sobre ella... y a su hermana Bianca, que hace años fue Miss Connecticut, un bellezón que se está dedicando ahora a recomponer nuestro árbol familiar... y a mis primas de Londres, mujeres alegres y graciosas, con las que comparto ideas, aficiones y formas de ver la vida... y a mi tío de Colorado y a sus hijos, quienes tienen nombres americanos además de nombres iraníes... Hay una red invisible entre todos nosotros... siempre la ha habido, aunque no la hayamos podido utilizar hasta ahora para estar en contacto.

Ahora, gracias a una red informática, se nos ha dado la oportunidad de reforzar nuestra propia red, de seguir tejiéndola para que sea cada día más fuerte y de asegurarnos de que no volvemos a perdernos la pista los unos a los otros. Nuestro árbol familiar va a seguir creciendo, y me encantaría que cada uno de nosotros estuviera presente en la vida de los demás para verlo.

Hace un tiempo, Bianca nos pidió a todos que reuniéramos a nuestra parte de la familia y nos hiciéramos una foto para añadir al árbol familiar. Así que miembros de una misma familia, separados por kilómetros y kilómetros de tierra y océano, nos reunimos en pequeños grupos en todos los rincones del mundo para hacernos nuestra foto...

Más tarde, Bianca nos envió algunas de esas fotos por email. En ellas, todos pudimos ver a esas personas extrañas y sin embargo tan familiares, sonriéndonos desde una foto digital que nunca hasta ahora habíamos imaginado poder llegar a ver...

miércoles, 12 de mayo de 2010

EQUILIBRISTA


El 11 de Septiembre de 2001, las Torres Gemelas de la ciudad de Nueva York se convirtieron en un montón de cenizas y escombros, llevándose con ellas no solamente las vidas, sino también los sueños, los anhelos y las esperanzas de miles de personas: las víctimas, sus familias, sus amigos y, por extensión, una infinidad de personas más en todo el mundo. Y es que este atentado, al igual que el del 11-M de Madrid o el de Londres, creó un agujero negro en el día a día de cada uno de nosotros - nos pareció, literalmente, que el mundo se acababa. Y la sensación iba mucho más allá que el miedo por lo que pudiera ocurrir después de los atentados. Nuestro mundo, todo lo que hasta entonces se nos había antojado seguro, sólido, casi inquebrantable, desaparecía como si el suelo desapareciera bajo nuestros pies. De pronto, éramos increíblemente conscientes de nuestra insoportable fragilidad, de lo terriblemente efímero de nuestras vidas.

La verdad es que, cada día, hay miles de pequeñas caídas y derrumbamientos - versiones en miniatura del desastre de las Torres Gemelas; versiones íntimas, personales e intransferibles. Pasamos por la vida como auténticos equilibristas, sosteniéndonos sobre una cuerda, a miles de metros del suelo y sin red. La vida puede cambiar en un solo segundo - en un solo momento pasamos de la alegría a la tristeza, de lo cómico a lo trágico, de la salud a la enfermedad, de la seguridad al abismo, de la luz a la oscuridad.

Evidentemente, no tenemos consciencia de esto todo el tiempo - y menos mal, porque nos volveríamos completamente locos. Pero esta falta de consciencia también hace que nos olvidemos de vivir el momento, de aprovechar cada segundo, sabiendo que lo único seguro del momento siguiente, es que no hay nada seguro. Por esta razón, la gente que vive experiencias cercanas a la muerte se replantea las cosas, decide cambiar de actitud ante la vida, de aprovechar al máximo su segunda oportunidad. Pero qué bueno sería el darnos cuenta de todo esto sin la necesidad de pasar por una experiencia tan traumática y difícil. Hay gente que lo consigue y esto es realmente admirable.

La otra cara de la moneda es el miedo. Si realmente estamos haciendo equilibrios sobre una cuerda, si en cualquier momento podemos caernos al vacío sin red que nos proteja, ¿no será mejor quedarnos quietos para evitar la caída? ¿Por qué arriesgar? ¿Realmente merece la pena? Después de todos los golpes - las relaciones acabadas, los trabajos complicados, las aventuras fallidas, las decisiones mal tomadas - ¿sigue teniendo el equilibrista ganas de caminar?

Hay que admitir que tirar la toalla es a veces una opción realmente tentadora. Y estar completamente quieto para no caer, también. El equilibrista se acomoda, se acaba sentando sobre la cuerda, abanicándose y observando las caídas y recuperaciones de los demás. Pero poco a poco, comienza a ver algo más - comienza a ver todo lo que pasa entre caída y caída, todas las emociones, las risas, las lágrimas, los abrazos, los besos, la superación, el Amor... y se comienza a cansar de estar ahí sentado, sin tener la opción de vivir todo aquello.

Y lo que es peor - de pronto llega una ráfaga de viento de ninguna parte y el equilibrista sentado acaba cayendo al vacío como todos los demás. Mientras cae piensa en lo inútil que ha sido no arriesgarse a caminar sobre la cuerda y en todo lo bueno que se ha perdido por no hacerlo...

Recuerdo que Manuel Vicent escribió en su columna de opinión en El País acerca del atentado de las Torres Gemelas. Decía algo así como: "caen las Torres Gemelas y el mundo se derrumba; a la mañana siguiente, veo a una adolescente en el autobús leyendo poemas de amor - y el mundo se recompone". De la misma manera, el equilibrista cae al vacío y llega, aterrorizado, hasta el suelo... y entonces se da cuenta de que no le hacía tanta falta la red, porque resulta que rebota. Un poco magullado y con heridas que sin duda dejarán cicatriz... pero rebota. Y si tiene suerte, encuentra además a alguien que le tiende una mano para ayudarle a volver a subir.

Entonces, con un poco de fuerza de voluntad, vuelve a poner un pie en la cuerda, dispuesto a caminar.
Y el mundo se recompone.

miércoles, 28 de abril de 2010

A BOCADOS


Creo que hoy en día somos dueños de nuestras propias vidas y que, en la mayoría de los casos, tenemos la suerte de elegir cómo las vivimos. Por eso no me gusta tirar balones fuera y echar la culpa a los demás, a la vida, a la mala suerte o al destino de las cosas que hago o dejo de hacer. Considero que, salvo en contadas ocasiones, mis decisiones son mías y, sean cuales sean los resultados, me tengo que atener a ellos sin responsabilizar a nadie más. Los angloparlantes tienen una expresión muy buena para esto, que siempre me intento aplicar y que, traducido, viene a ser algo como "te has hecho tú mismo la cama, así que ahora acuéstate en ella".

Por eso, he evitado expresamente comenzar esta entrada diciendo que la sociedad moderna nos ha impuesto unos cánones de belleza que llevan a millones de jóvenes a matarse de hambre para estar cada día más delgadas... Independientemente de que esto sea cierto, sinceramente no creo que lo que os voy a contar aquí pueda ser achacado a ello.

Hace unos años, me pasé muchos meses comiendo bastante menos de lo que debía para perder esos kilos que supuestamente "me sobraban". Llegué a perder 12 kilos, lo cual en una estatura de 1,85 creedme que no era especialmente bonito. El caso es que yo me veía estupenda y no creía a nadie que, con sus mejores intenciones, me dijera lo contrario para hacerme entender que me estaba pasando... Me daba igual tener la cara lánguida y chupada, un cabezón enorme que hacía efecto Chupa-Chups sobre mi cuerpo y muy poca energía para hacer cualquier cosa.

En algún momento - no recuerdo cuándo ni por qué - acabé recapacitando. Lo malo es que, hace un par de semanas, me volvió a pasar algo muy parecido. Todavía no estoy muy segura de a qué situación de estrés o angustia respondía esa necesidad que sentía de repente de controlar mi peso hasta el límite y de manera totalmente exagerada, pero la verdad es que tampoco creo que importe mucho a estas alturas. Creo que lo que importa ahora es, simplemente, que esta vez he recapacitado de manera mucho más inmediata.

Lo de que la vida hay que comérsela a bocados, a veces lo entendemos demasiado tarde. Pero la vida hay que morderla, lamerla y chuparla, sacándole todo el jugo. La vida tiene uno que comérsela como si fuera el primer y último trozo de la mejor tarta de chocolate del mundo. La vida hay que vivirla con los ojos abiertos y los sentidos despiertos. La vida hay que andarla, hay que bailarla, hay que usarla y mancharla y amarla.

Y todo esto, desde luego, no se hace controlando cada movimiento, cada segundo, cada bocado. Este concepto puede ser fácil de entender, pero a veces es muy difícil de llevar a cabo. Yo tengo serios problemas para soltar el control. Lo admito alegremente, porque hace unos años no habría sabido admitirlo. Lo admito alegremente, porque estoy trabajando para encontrar un equilibrio. Y lo admito alegremente porque ahora comprendo cosas que hace unos meses no podía comprender.

La verdad pura y dura es que a mí, cuando me privo de la comida, me pasa igual que cuando me privo del sexo - que se me pone cara de vinagruza y una mala hostia de cuidado. A mí esas porciones diminutas de vida se me quedan muy, pero que muy cortas.

Así que ahora lo tengo claro: vuelvo a ir por la vida dando unos bocados de campeonato y guiñando el ojo a todo lo que me gusta - incluído mi propio reflejo...

lunes, 29 de marzo de 2010

A VECES SOY MALA, A VECES TE ODIO


Suelo decir que hay que dejar Madrid de vez en cuando para poder seguir amándola - a mí me encanta Madrid, es una de mis ciudades favoritas del mundo para vivir. Sin embargo, al menos una vez al año, tengo que marcharme durante unos días. Esto responde a mi intensa necesidad de estar cerca del mar cada cierto tiempo, pero también responde al hecho de que la ciudad me estresa y me agobia y a veces necesito apartarme de todo eso para no volverme totalmente loca.

Sí, la verdad es que a veces odio Madrid. Y, como si de mi bella amante se tratase, me cuesta decírselo, me cuesta admitir que a veces necesito estar lo más lejos que puedo de ella. Es que no sé cómo se lo tomaría.

Además, me da por pensar que el hecho de que la ciudad me agobie dice cosas "malas" de mí... por ejemplo, que todo el trabajo espiritual que estoy haciendo para encontrar el equilibrio interno no está funcionando. O quizás que es una muestra de debilidad el no poder afrontar los retos de la gran ciudad. Día tras día, año tras año, dejo Madrid y vuelvo, con la piel más morena, el sueño reparado y la tranquilidad perfecta, dispuesta a comerme el mundo, sólo para darme cuenta de que el mundo es el que me come a mí. Me estreso a los cinco minutos de aterrizar en Barajas (de hecho, la semana pasada volví de Canarias y me estresé incluso antes de coger el avión en Las Palmas) y entonces entro en un círculo vicioso de pensamientos negativos sobre la ciudad y sobre mí, esa pareja de amantes aparentemente perfecta que una vez más ha entrado en discordia.

Y entonces, pienso en desertar. En salir de esta relación tóxica y destructiva que me corroe el alma y me ahoga, en mandar a Madrid a freir espárragos y echarme otra amante... dependiendo de dónde haya estado de vacaciones, pienso en una amante cosmopolita y moderna, más interesante, cultural y estimulante que Madrid... o bien pienso en una amante tranquila y hogareña, que me aleje del estrés causado por la gran ciudad y me permita dedicarme a la vida contemplativa.

Y así ando, repitiendo la historia una y otra vez, atrapada en mi particular relación de amor-odio.

Como en cualquier relación, cuando las cosas van mal, tienes que pararte un momento y pensar, con toda la objetividad posible, en los pros y los contras de irte y de quedarte. Hay que sopesar la situación con calma antes de tomar una decisión. Y supongo que créeis que ahora voy a decir que eso es lo que hago cada vez que entro en crisis, ¿verdad? Pues no. Evidentemente, no lo hago. Cualquiera que me conozca un poco sabrá que esperar eso de mí es tontería, porque yo no me muevo sopesando pros y contras - yo me muevo por pasiones inmediatas y desatadas que nunca me llevan a nada bueno. Pues con esto, soy exactamente igual. Me lanzo a buscar posibles destinos para mi nuevo hogar, despotrico todo lo que puedo y más, lloro, pataleo y a Dios pongo por testigo de que no seguiré viviendo aquí.

Y entonces, de repente, pasa algo. Pasa algo que sobrepasa todos los pros y los contras, que huye de toda lógica y que responde a la intuición de un solo momento. Algo que me hace entender por qué estoy aquí y no en cualquier otro sitio del mundo. En esta última ocasión, todo ocurrió porque mi compañero Jorge, alumno de la misma clase de danza que yo, decidió marcharse a Argentina a pasar unos meses. La semana pasada nos despedimos de él en clase y creo que todos (yo desde luego lo hice) le dedicamos nuestro baile a él, para que se llevara lo mejor de nosotros para los momentos de soledad o tristeza. Luego, bajo las instrucciones de nuestro profesor, unos compañeros le dedicaron abiertamente su coreografía... el ser testigo de esa danza llena de sentimiento, de esos bailarines llenos de talento, de ese momento mágico en el que la danza tracendió la coreografía, trascendió la música, trascendió sus cuerpos y se convirtió en un ritual, en una invocación, en un contacto con lo Divino - ese momento fue el que me hizo ver, con toda claridad, que estaba exactamente donde tenía que estar. En el sitio adecuado, en el momento adecuado. Y todo mi agobio y mi impaciencia por dejar esta ciudad se desvanecieron en un solo segundo.

Yo creo que, en el fondo, lo que me pasa cada vez que dejo Madrid y vuelvo es que veo cosas de mí que no me gustan (falta de calma, impaciencia, supuesta debilidad) y no quiero aceptarlo. El problema no es mi amante, el problema soy yo. Y el problema no es que tenga cosas malas, el problema es que me niego a admitir que las tengo. Y a lo mejor, como me decía ayer mismo mi amiga Nuria, el secreto está en que te encanten tus cosas malas tanto como las buenas, en que te perdones, en que te aceptes. Siempre me ha costado horrores... pero me parece que la chica tiene toda la razón...

Así que ésta es mi nueva "tarea" - y como bien decía Nuria, no me está resultando nada desagradable de llevar a cabo. La sensación es maravillosa. Bajar la guardia y mostrarte (a ti misma y a los demás) con todos tus defectos y debilidades, paradójicamente, te hace mucho más fuerte y mucho más feliz. Así que me planto y lo digo:

"Madrid, no eres tú, soy yo. A veces soy mala. A veces te odio. Muchas veces me equivoco. A veces soy débil. A veces grito y lloro. Otras veces, río a carcajadas. A veces, hasta deslumbro.
Soy humana. Estoy viva.
Y ésta es mi realidad."

martes, 23 de febrero de 2010

HÉROES DEL DÍA A DÍA


Mi terapeuta me habló una vez de la importancia de no dejarnos deslumbrar por las personas que "brillan" mucho en apariencia. Me avisó de que, en muchas ocasiones, detrás de todo ese brillo hay algo mucho más oscuro y en muchas otras ocasiones, simplemente no hay nada. Evidentemente, esto me lo dijo porque yo tengo una tendencia clara a engancharme a hombres muy "brillantes", hombres con trabajos impresionantes, o vidas apasionantes, carismáticos y/o muy atractivos. Según mi terapeuta, si me parara a fijarme de verdad, la mayoría de estos hombres deslumbrantes acabarían descubriéndose como personas bastante mediocres (de esto puedo dar fe) y quizás, fijándome un poquito más incluso, vería a mi alrededor a bastantes hombres que en principio no son tan alucinantes pero que, tras raspar un poco la superficie, se mostrarán como lo que realmente son: personas increíbles que tienen muchísimo que ofrecer.

No sé si ha sido por los consejos de mi terapeuta, por el proceso de autoconocimiento al que me estoy sometiendo o por las dos cosas, pero cada vez veo más claro lo que me quería decir en aquella sesión de terapia. He pasado por una época "oscura", por llamarla de alguna manera, una época llena de altibajos, de esfuerzo, de lucha, una época que me ha dejado con un agotamiento casi crónico que me está costando quitarme de encima. Ahora que comienzo a salir de esa oscuridad, mi fe en mis creencias y en mí misma se ha reforzado muchísimo, mientras que mi fe en las personas, en el ser humano, ha flaqueado bastante. Me cuesta mucho más confiar, intimar y desear un acercamiento de cualquier tipo con otra persona y soy muy consciente de ello porque solía estar completamente abierta. El cambio se nota mucho.

Aun así, puesto que mi alma se está reforzando cada día más, el hecho de haber perdido la confianza en la humanidad no me ha trastornado demasiado. Es más, me he sentido cómoda con ello, cómoda en esa "soledad vital" en la cual soy única dueña de mis acciones y de mis circunstancias. No espero nada de nadie y por lo tanto nadie me decepciona. Es más, poco a poco, he ido comprendiendo a las personas, comprendiendo que son como son, que cada uno tiene sus circunstancias, que hay mil factores que afectan sus decisiones y sus actos y que todo lo que hacen y lo que dejan de hacer tiene, de una manera u otra, su razón de ser.

Hace poco, por una de esas "coincidencias" (¡no existen!) de la vida, se cruzó en mi camino una persona especial que me hizo mi carta astral Maya. Él me dijo que el Universo tiende al equilibrio kármico y que, por lo tanto, las personas que nos hacen daño en esta vida nos están devolviendo el karma de una vida anterior. Esto quiere decir que nosotros, en otra vida, hicimos el mismo daño a otra persona. Por lo tanto, me dijo, no debemos sentir odio ni rencor hacia estas personas. Debemos pensar que, al limpiar nuestro karma, ellas están ensuciando el suyo propio y éste, a su vez, deberá ser limpiado en otra ocasión.

Sean cuales sean las razones, la gente es como es. Somos tantísimas personas en este mundo, tantísimas energías moviéndose... puede ser que la armonía absoluta en el mundo nunca se produzca, pero la armonía dentro de nosotros sí es posible. Esto lo he comprendido.

Lo mejor de todo esto es que, una vez encontrada una mayor tranquilidad y habiéndome liberado de tantos rencores y agobios por otras personas, parece ser que se han abierto otras puertas en mi alma y por lo tanto, en mi vida. Para empezar, todo se está volviendo muchísimo más fácil. Mi trabajo como actriz está fluyendo de una manera insólita, soy completamente feliz en el escenario y no me importa nada más que estar en el momento y hacer mi trabajo, porque para eso estoy allí - para eso estoy aquí.
Lo mismo me ocurre con el resto de mis actividades - es increíble el poder que se libera cuando no estamos gastanto toda nuestra energía en preocuparnos de lo que dicen, hacen o piensan los demás. Somos seres increíblemente poderosos y abundantes -me temo que esto se nos olvida con demasiada facilidad.

Por otro lado, y curiosamente, en cuanto he dejado de agobiarme por la falta de atención, ayuda o apoyo por parte de los demás, la ayuda y el apoyo han comenzado a llegar. Cuando menos lo esperaba, han aparecido, uno a uno, ángeles en forma de manos amigas, que han estado cuando lo he necesitado, para ayudar de manera práctica o moral y para prestar su apoyo cuando hacía falta.

Así que ahora sí entiendo el consejo de mi terapeuta - el brillo no está en lo más deslumbrante. El brillo está en todas esas personas que, en contra de todo pronóstico, en contra de todo el cinismo y egoísmo de nuestro mundo actual, trabajan y se esfuerzan cada día por ser felices y crean una vida para ellos mismos.
Y encima, a veces, aún les queda tiempo y corazón para tender una mano a otro ser.
Son los héroes del día a día.
Y su brillo es el que realmente perdura.

domingo, 3 de enero de 2010

CAMBIO


Ésta es la primera vez que escribo en el blog desde que hemos entrado en el 2010, y por supuesto, no podía pasar este hecho por alto. Para colmo, no solamente estrenamos año, también estrenamos década. El 2009 ha sido un año duro en general e, impulsados por el entusiasmo general y por las ganas de mejorar nuestras vidas en este nuevo año, hemos entrado en el 2010 con ilusión, con sueños de un futuro mejor y con los más nobles propósitos. Salvo contadas excepciones, así lo hacemos cada 31 de Diciembre, intentado exorcisar demonios y abrir puertas a nuevas posibilidades, comiendo las uvas de la suerte, llevando ropa de interior roja, metiendo oro en la copa de cava... Y en el momento de las campanadas, nos olvidamos de todo y nos concentramos en entrar en el nuevo año con buen pie, disfrutando del momento.

Mientras nosotros hacemos planes de vida entre sorbos de cava y bocados de turrón, la vida va por su lado, sigue su curso inexorablemente y sin contar con nuestra opinión. Veréis, en el último par de años he comprendido una cuantas cosas sobre la vida. Son las siguientes:

1) Cada segundo de la vida es total y absolutamente impredecible.
2) En general, cuanto más planeas algo, peor sale.
3) Los logros de una persona son directamente proporcionales al número de veces que se ríe al día - el mal humor rara vez lleva a buen puerto.
4) Da igual cuánta gente conozcas y a cuántas situaciones te enfrentes - la gente y las situaciones nunca van a dejar de sorprenderte.
5) Las cosas no suelen ser lo que parecen. Es inútil imaginar que sabemos lo que pasa tras las puertas cerradas de una casa o de un corazón, porque nunca lo sabremos de verdad.
6) El Amor y la magia existen, pero no son lo que yo pensaba que eran.
7) La impaciencia ralentiza absolutamente todo.

Así que pasito a pasito y batacazo tras bacatazo, he ido comprendiendo cada una de estas cosas y he llegado al 2010 con algunas actitudes nuevas como resultado de esta nueva comprensión. Entro en el nuevo año de la siguiente manera:

- disfrutando del aquí y ahora (porque no sabemos lo que pasará mañana, o dentro de 5 minutos)
- planeando solamente lo justo (porque, como decía Borges, "los planes tienen una manera de caerse en la mitad")
- riéndome mucho, sobre todo de mí misma (porque no hay casi nada tan grave ni tan serio como para no poder hacerlo)
- sin esperar nada de nada ni de nadie (porque fijo que me volveré a sorprender)
- sin emitir juicios ni opiniones sobre nadie (porque qué sabré yo...)
- sabiendo que la magia viene de los deseos y de la fe y entendiendo que el Amor no cae del cielo, sino que se trabaja para convertirse en lo que es
- sacando paciencia como sea y de donde pueda (siempre que lo he conseguido, ha merecido la pena)

Si lo pensamos con calma, es realmente tremendo que ya sea 2010 - el tiempo pasa, la vida sigue, el mundo gira... Nuestro tiempo en la Tierra es un verdadero regalo. Así que pienso disfrutar de cada momento como si fuese el momento de las campanadas, ese momento del cambio de año en el que nos olvidamos de todo, dejamos de preocuparnos y de hacer planes y nos ponemos a vivir.

¡Muy feliz 2010 a todos!