miércoles, 22 de diciembre de 2010

ESPEJITO, ESPEJITO


En el cuento de Blancanieves y los siete enanitos, la malvada reina vive obsesionada con un espejo, al cual exige constantemente una confirmación de que es la más bella del reino. Como ocurre tan frecuentemente con los cuentos de hadas, hay un significado más profundo y real por debajo de todo esto: lo cierto es que nosotros también nos pasamos la vida pidiendo confirmación a un espejo imaginario, ya sea éste nuestra pareja, ya sean nuestros amigos o familiares, o incluso la sociedad en general. Consciente o inconscientemente, necesitamos aprobación y a todos nos gusta agradar. Cierta vez oí a alguien decir que todo lo que hacemos en la vida, lo hacemos para sentirnos amados. El comentario me hizo pensar y creo que hay mucha verdad en ello. Necesitamos Amor de la misma manera en la que necesitamos aire para respirar. Del mismo modo, necesitamos sentirnos parte de algo - de un grupo, de una tribu, de una sociedad... Como mostraba Maslow con su famosa pirámide, el ser humano tiene necesidades de afiliación (asociación, aceptación, participación), así como necesidades de estima (que incluyen la necesidad de atención, aprecio, reconocimiento, reputación, estatus...)

Adam J. Jackson dice en su libro Los Diez Secretos del Amor Abundante que las personas que necesitan agradar de manera exagerada a los demás, no se gustan a sí mismos. Y es que, en el fondo, el espejo más meticuloso, más importante y más cruel somos nosotros mismos. La teoría de Maslow también habla del concepto de la estima alta: el respeto a uno mismo, la confianza, la maestría, los logros... En nuestra búsqueda de este estima alta, proyectamos nuestras inseguridades en los demás y las vemos reflejadas en sus ojos, que quizás de otra manera no mostrarían nada negativo en absoluto. Somos nuestro propio juez, nuestro verdugo, nuestro peor enemigo.

Está a punto de terminar otro año y, todos, de una u otra manera, hacemos balance de nuestras vidas en estas fechas. Es increíble la capacidad que tenemos (algunos más que otros) de autoflagelarnos, de castigarnos, de elegir lo peor de nosotros mismos para regodearnos en ello sin parar. ¿Y dónde queda todo lo bueno? Lo que hemos conseguido, lo que hemos hecho por los demás y, sobre todo, lo que hemos aprendido y cuánto hemos crecido... ¿Por qué a veces cuesta tanto acordarse de ello? Y, cuando nos acordamos, ¿por qué es tan fácil a veces quitarle importancia, rebajarlo en nuestra escala particular frente a las cosas malas?

Creo que también existe un elemento de "humildad exagerada", algo que hemos ido aprendiendo desde pequeños, como si temiéramos mostrarnos demasiado vanidosos ante los dioses... sin darnos cuenta de que la mejor manera de ofender a los dioses es no celebrar las bendiciones de nuestra vida. Con esta actitud, limitamos nuestra capacidad creativa, nuestra capacidad para amar, nuestra capacidad para crecer de verdad y ser mejores de lo que somos. Pienso sinceramente que si fuéramos conscientes de lo abundantes que somos, en todos los sentidos, lloraríamos desconsolados por no haber sabido vivir esa abundancia al máximo.

Quizás el cambio de año sea una buena oportunidad para proponernos, de una vez por todas, romper los límites imaginarios de nuestra existencia. El momento es ahora. Éste es el momento para desviar los ojos del espejo y mirar hacia el horizonte, para juzgarnos menos, amarnos mucho más y trabajar para engrandecernos un poquito cada día. Porque, como bien dice Adam J. Jackson, la verdadera nobleza está en mejorarnos a nosotros mismos.

Me encuentro en el proceso de aplicar esta teoría a la práctica y siento, ahora más que nunca, que el nuevo año viene cargado de nuevas posibilidades.

Es más, lanzando esa mirada limpia sobre el año que termina, puedo decir, sin lugar a dudas, que verdaderamente ha sido un año extraordinario.