jueves, 10 de febrero de 2011

DECIDO, LUEGO EXISTO


Todas las mañanas, mi perrita Julieta y yo salimos de casa y vamos hasta un parque cercano, donde pasamos aproximadamente una hora paseando y jugando con la pelota. El parque es muy grande y, a esas horas de la mañana, hay bastante gente, la mayoría de paso. Hay padres llevando a sus hijos al colegio, personas mayores dando su primer paseo del día, jóvenes en traje apretando el paso para coger el autobús hasta la oficina e incluso un grupo de personas haciendo Tai-Chi. Y, por supuesto, hay muchos perros paseando con sus dueños. En general nosotros, los dueños, intentamos asegurarnos de no molestar a ninguna de las otras personas, tirando la pelota lejos de ellas, estando pendientes de nuestros perros, etc. Y, en general, no hay problemas.

Sin embargo, siempre me llama la atención que haya personas que pasan por nuestro lado refunfuñando, quejándose por lo bajo del hecho de tener que compartir el espacio del parque con los perros. Aunque respeto la incomodidad o el miedo que puedan sentir hacia estos animales, también se me ocurre que si cada mañana deciden que su camino pase por el parque, deberían ser conscientes de la realidad y atenerse a las consecuencias: en este caso, simplemente, tener que compartir el espacio con los perros.

Éste es un ejemplo muy pequeño de algo muy común en nuestras vidas. Cada día, tomamos decisiones, grandes o pequeñas, triviales o cruciales, buenas o malas... cada momento de la vida es una decisión. Sin embargo, más tarde, no podemos evitar llorar y patalear por las consecuencias de esas decisiones. Echamos la culpa a los demás, nos frustramos y no entendemos qué broma del destino nos ha hecho llegar hasta donde estamos.

La realidad es que, en muchas ocasiones, somos nosotros los únicos responsables de lo que nos pasa. Puede que esto no sea cierto siempre, pero sí lo es con bastante frecuencia. Y aun cuando no somos los responsables, sigue siendo nuestra la tarea de decidir cómo enfrentarnos a lo que vivimos. En suma, la decisión es nuestra.

Cuando comprendemos esto, entendemos también que nuestras circunstancias, muy probablemente, no son tan terribles, porque al fin y al cabo son parte de lo que somos: nosotros las hemos creado. Por lo tanto, siendo consecuentes con lo que somos, no podemos frustrarnos con lo que estamos viviendo. El arrepentimiento, el enfado o la tristeza ya no tienen cabida. Siguen existiendo, por supuesto, porque somos humanos y no robots... pero con esta comprensión, son sentimientos mucho menos fuertes y mucho menos duraderos.

Desde que soy consciente de esto, ha cambiado radicalmente mi forma de vivir mis circunstancias. Yo, como todos, tomo mis decisiones y son mis decisiones las que me han traído a este lugar, a donde estoy ahora; son mis decisiones las que me han convertido en lo que soy, para lo bueno y para lo malo.

Recuerdo que hace algunos años, en otro blog, escribí que es mil veces mejor tomar la decisión de hacer algo, lanzarte y equivocarte, que acobardarte y dejar que el miedo te congele. Sigo creyendo esto, sin lugar a dudas. Algunas de las decisiones que he tomado en la vida me han llevado a lugares oscuros, me han hecho sufrir, he tropezado y he caído cientos de veces... pero no cambiaría ni una sola de esas decisiones. Gracias a ellas soy más fuerte y más poderosa para con mi propia vida.

Y, desde luego, bajo ningún concepto desearía haberlas cambiado por no hacer nada, por el vacío, por la neutralidad de quedarme en mi "zona segura". Creo que, si quieres algo, debes perseguirlo, sin dudas innecesarias y sin cobardía. He aplicado esta regla a todas mis decisiones: desde hacerme un tatuaje hasta hacer las maletas y cruzar el mundo por Amor. Y lo seguiré haciendo. Y viviré las consecuencias como mejor sepa hacerlo.

Porque no es necesario esperar hasta el final de la vida para comprender que casi nada es tan grave o tan importante. Y porque la vida es muchísimo más que el mero hecho de existir.