lunes, 27 de junio de 2011

EL RETO


Ya he mencionado alguna vez lo difícil que me ha resultado siempre cantar, sobre todo en público. Durante años, he arrastrado una especie de trauma al respecto y hasta hace muy poco me sentía totalmente incapaz de cantar una canción delante de nadie. Afortunadamente, uno de los rasgos de mi carácter es la determinación (que en muchas ocasiones roza peligrosamente la cabezonería) y, hace ya casi tres años, me propuse tomar clases de canto para superar mi pequeño trauma y completar además mi formación artística.

Ni qué decir tiene que el proceso ha sido - y sigue siendo - duro. Tuve la enorme suerte de encontrar a la mejor de las profesoras, que siempre ha llevado la enseñanza mucho más allá de la transmisión de una técnica. No sólo han sido su apoyo, sus ánimos y sus consejos incondicionales (independientemente de cualquier circunstancia), sino que siempre se ha asegurado de proyectar en mí todo lo mejor de todo su arte, el cual es - dicho sea de paso - prácticamente infinito.
(Silvina Tabbush -www.myspace.com/silvinatabbush)

Con su ayuda y poquito a poco, el proceso se ha alivianado bastante, pero en ningún momento ha dejado de ser un gran reto. Y no puedo decir que he superado mi trauma: más bien, siento que debo superarlo cada día, una y otra vez, volviendo a coger las riendas y echándole todo mi valor.

Y es que cantar es difícil.
Si no fuera así, todo el mundo lo haría.

Ahora me enfrento al mayor reto de estos tres años de aprendizaje. Este fin de semana, canto en un espectáculo de cabaret producido por The Madrid Players (www.madridplayers.org). La experiencia ha hecho que me enfrente a un amplio espectro de pequeños retos, artísticos y personales, que he ido superando uno a uno... y sé que aún no he terminado. Mientras espero la llegada de este fin de semana, sumergida en casi todas las sensaciones posibles - nervios, miedo, ilusión, ganas, gratitud, determinación, pudor, euforia - me doy cuenta de que, sinceramente, jamás he estado tan aterrorizada ante la perspectiva de subirme a un escenario. No estoy acostumbrada a este temor: es una sensación que se podría considerar angustiosa, pero lo cierto es que también me demuestra que me atrevo a enfrentarme a mi reto, que aún no me he rendido ni pienso hacerlo, que no me he acomodado en lo fácil.

Recuerdo haber mantenido una conversación con mi madre hace un par de semanas, durante la cual me quejé como una niña pequeña: ¿Por qué tiene que ser todo tan complicado, mamá? ¿Por qué me da la sensación de que nada de lo que hago es fácil?

No era una pregunta retórica, pero la verdad es que siempre he sabido la respuesta: lo que hago no es fácil porque me niego a dejar de mejorar, a dejar de aprender. Tomando prestada una expresión de Benedetti, me niego a dejar de vivir adrede. Me niego rotundamente. Porque cuando pienso en los dos meses que han transcurrido desde que hice el casting para este espectáculo hasta hoy, soy perfectamente consciente de que todas las pequeñas conquistas que he ido haciendo son las que me hacen quien soy, las que constituyen mi personalidad y mi vida.

Siendo totalmente sincera, yo solía darle mucha importancia a los resultados, al hecho de conseguir logros tangibles para darle valor a mi vida. He tenido que recorrer un larguísimo camino para darme cuenta de que - como tantas veces nos repiten los sabios - lo tangible es lo de menos, es el recorrido lo que importa. Es durante ese recorrido (y no al final de un camino) cuando se materializan nuestras vidas y cuando nos convertimos en las personas que podemos ser.

Richard Yates escribió en Revolutionary Road que hay que tener fuerza para vivir la vida que uno quiere. Y es que pasar de un día a otro - sin arriesgar nada y conformándonos con el mero hecho de existir - es muy fácil.

Lo difícil es vivir.
Si no fuera así, todo el mundo lo haría.


miércoles, 15 de junio de 2011

PEQUEÑOS GESTOS DE AMOR


No creo en ninguna religión, pero creo que todas tienen al menos una cosa que nos puede resultar valiosa a todos, seamos creyentes o no. Las distintas religiones siempre me han interesado muchísimo y, siempre que puedo, intento indagar un poco más en cada una de ellas. Lamentablemente, suelo tener mucho menos tiempo del que me gustaría para hacerlo, pero ya he podido descubrir varias cosas que me han encantado y que me han resultado útiles en mi día a día. Una de mis favoritas está en la Biblia, en el libro de Eclesiastés:

3:1 Hay un momento para todo y un tiempo para cada cosa bajo el sol:
3:2 un tiempo para nacer y un tiempo para morir,
un tiempo para plantar y un tiempo para arrancar lo plantado,
3:3 un tiempo para matar y un tiempo para curar,
un tiempo para demoler y un tiempo para edificar,
3:4 un tiempo para llorar y un tiempo para reír,
un tiempo para lamentarse y un tiempo para bailar,
3:5 un tiempo para arrojar piedras y un tiempo para recogerlas,
un tiempo para abrazarse y un tiempo para separarse,
3:6 un tiempo para buscar y un tiempo para perder,
un tiempo para guardar y un tiempo para tirar,
3:7 un tiempo para rasgar y un tiempo para coser,
un tiempo para callar y un tiempo para hablar,
3:8 un tiempo para amar y un tiempo para odiar,
un tiempo de guerra y un tiempo de paz.


Últimamente pienso mucho en estas palabras, ya que estoy intentando poner en práctica un cambio de actitud ante la vida, cultivar la paciencia, dejar de sentirme tan atrapada en la eterna inmediatez de la vida moderna e intentar no proyectar mis deseos de una manera que ha llegado a ser verdaderamente dañina para mi paz mental y espiritual.

Cuando éramos niños, no entendíamos que no podíamos tener todo lo que queríamos en el mismo instante en el que lo deseábamos. Lo queríamos todo ya. Los adultos de nuestro entorno tuvieron que echarse a la espalda la desagradable tarea de hacernos comprender que no era así (con mayor o menor éxito, dependiendo de las circunstancias). Sin embargo, ahora a nosotros nos ha tocado ser adultos en el mundo de la satisfacción inmediata. En nuestro mundo, todo va a mil por hora. Las nuevas tecnologías hacen que todo ocurra a la vez y en este preciso instante, internet ha hecho que estemos informados de lo que pasa en el mundo a tiempo real y es prácticamente imposible perderle la pista a alguien a menos que ambas partes lo deseen de verdad.

Mientras giramos y giramos, atrapados sin remedio en el remolino de este mundo loco, todo lo que aprendimos de niños se nos olvida y nos metemos de lleno en la vorágine del lo quiero todo y lo quiero ya. Y es que, en el fondo, seguimos siendo unos niños caprichosos.

Nos volvemos impacientes. Nos volvemos egoístas. Pensamos demasiado en lo que no tenemos y demasiado poco en las bendiciones de nuestras vidas. Nos olvidamos de sonreir a los desconocidos y de dar los buenos días creyéndonoslo. Cada vez hacemos menos favores sin esperar nada a cambio y somos tan cínicos que nos cuesta creer que otra persona los haga por nosotros. Somos capaces de gastarnos cientos de euros en FNAC, pero se nos olvida comprar un café caliente para el vagabundo que está sentado en la puerta. Casi siempre nos acordamos de criticar, pero a menudo se nos olvida dar las gracias. Soñamos y hablamos de un mundo mejor, pero a veces, lamentablemente, no nos lo merecemos.

Lo más curioso (y quizás también lo más esperanzador) es que casi siempre actuamos de esta forma sin darnos cuenta, sin ánimo de ser crueles o desconsiderados. Simplemente, estamos demasiado preocupados por el futuro, agobiados por el presente o tristes por el pasado, como para acordarnos de cosas tan nimias como mirar a la cara a la cajera del supermercado y desearle un buen día.

Sin embargo, sé por experiencia que, a veces, son estos pequeños gestos del día a día los que tienen repercusión, los que son capaces de crear un cambio, por muy pequeño que sea. Y sé que todos esos pequeños cambios, uno tras otro, son capaces de crear un efecto mucho más grande a largo plazo: sólo necesitamos un poco de paciencia y mucha perseverancia.

Hace un par de semanas, cuando saqué la ropa de verano, hice limpieza en mi armario y llené nada menos que cuatro bolsas grandes de basura con ropa que ya no me ponía. Decidí donarla a Humana (www.humana-spain.org), pero resulta que no tienen ninguna tienda cerca de mi casa. Como las bolsas pesaban muchísimo y no tengo coche, tuve que coger un taxi. El taxista me preguntó por las bolsas y le conté a dónde iba y para qué. Comenzamos a charlar para matar el tiempo en el atasco de las 6 de la tarde de la calle Alcalá. Unos diez minutos después, el taxista me dijo de pronto: ¿Sabes lo que te digo? Tú vas a donar esta ropa y encima estás pagando un taxi para hacerlo... vamos a hacer la donación entre los dos y te paro el taxímetro. ¿Te parece? Me llevó unos segundos reaccionar ante su amabilidad, pero cuando lo hice se lo agradecí sinceramente y con todo mi entusiasmo. Y es que, en los tiempo que corren (sobre todo para gremios como el de los taxistas) lo que hizo fue uno de esos pequeños milagros que salen del corazón humano cuando menos los esperamos.

No hacen falta grandes cosas para tener una vida mejor, ni para hacer mejor la de los demás. Hay gente que dedica su vida entera a cultivar su espiritualidad o a ayudar a los demás (o a ambas cosas). Pero si no tienes tiempo, dinero o energía para este tipo de cosas, piensa que puedes poner tu granito de arena de mil maneras distintas.

Saluda con ganas. Dile a una amiga que hoy está muy guapa. Ayuda en lo que puedas y cuando puedas. Diles a tus padres que les quieres. Sonríe al coger el teléfono. Abraza. Besa. Empatiza. Tolera. Comprende.

Todos los fundamentos de Reiki comienzan con Sólo por hoy... Con ello, nos lanzan el mensaje de que no hace falta hacer grandes planes para ser mejor: simplemente, trabaja en tu hoy. Con pequeños gestos de Amor, todo puede ser diferente.

Soy una persona utopista... a veces en demasía. Pero no creo estar siéndolo con esto. Creo sinceramente que cada vez que cogemos una mano, cada vez que escuchamos, cada vez que hacemos un regalo espontáneo, sea del tipo que sea, estamos contribuyendo a ese mundo mejor con el que tanto soñamos.

Es totalmente cierto que cada cosa tiene su momento. Si dejamos de vivir con tanta prisa por llegar (¿a dónde?), nos resultará mucho más fácil identificar cada uno de esos momentos y dejar de intentar hacerlo todo a la vez o angustiarnos por lo que estamos viviendo. Y siempre es bueno recordar que, independientemente de lo que estemos viviendo, todo momento es bueno para esos pequeños gestos que crean el regalo de nuestro presente.