sábado, 30 de julio de 2011

A TRAVÉS DEL TIEMPO


Érase una vez un lugar lejano, tierra de dátiles, melodías de sitar y azafrán, donde habitaba una gran familia. Cuando la guerra y la destrucción asolaron los verdes parajes de este bello país, cada miembro de esa familia se vio obligado a marcharse lejos de allí. Cada uno partió hacia donde pudo, llevándose consigo a su propia familia - pareja, hijos - y poco más que los recuerdos de una vida que ya debían, muy a su pesar, considerar pasada.


La historia de mi familia no fue muy distinta a la de muchas otras que dejaron todo lo que tenían para dar un futuro mejor a los suyos. Cuando ocurrió esto, hace más de treinta años, mucho antes de internet, Facebook y demás milagros de comunicación del mundo moderno, la mayoría de nosotros terminamos perdiendo el contacto, lo cual nos limitó a nuestra familia nuclear y nos dejó con una extraña sensación de permanente desarraigo. Por mi parte, siempre eché de menos el tener una gran familia que llenara mis fiestas y mis fechas señaladas de ruido y risas y - ¿por qué no? - también de gritos y peleas... He tenido la gran suerte de tener una familia nuclear sólida y fuerte, que siempre ha sido el mayor pilar de mi vida, pero eso no ha evitado la nostalgia de una enorme familia en permanente crecimiento, que diera la bienvenida cada cierto tiempo a nuevas parejas y a nueva descendencia...

Quizás ninguno de nosotros se pudo haber imaginado hace treinta años que alguna vez tendríamos una oportunidad de viajar a través del tiempo y volver a encontrar a esos tíos y primos - ahora con más edad, más canas y más experiencias de vida - y sentir que nada cambió, que nada fue destruido, que nada se perdió. Sin embargo la Vida - la generosa Vida - nos ha brindado esa segunda oportunidad.

Acabo de regresar de una reunión familiar en Budapest, una ciudad bellísima, mezcla perfecta entre la añeja Lisboa, la vibrante Roma y la luminosa París.






La reunión fue organizada, a través de Facebook, por un primo de mi madre y a ella acudimos miembros de la familia de todos los puntos del planeta: España, Alemania, Suecia, Holanda, Noruega, Irán, Estados Unidos... Por mi parte, hice el viaje hasta allí sin expectativas, más que nada porque no tenía ni idea de qué esperar. Al fin y al cabo, no conocía a ninguna de estas personas, lo único que sabía de ellas eran las historias que mi madre me había contado desde pequeña. En realidad, eran unos perfectos desconocidos.

Como tantas veces ocurre cuando carecemos de grandes expectativas, éste ha sido uno de los mejores viajes que he hecho en toda mi vida. No sólo fue la organización de la reunión impecable y el marco de la ciudad maravilloso, sino que por primera vez en siete años tuve la oportunidad de volver a viajar con mi familia nuclear (mis padres y mi hermana) al completo y puedo decir con total certeza que ha sido el mejor viaje familiar que hemos hecho, lleno de risas, cercanía, buenos momentos y mucho Amor.

Y en cuanto a esa familia perdida, el reencuentro no pudo ser mejor. Pasé los primeros días observando a mi madre, deseosa de ver sus reacciones, queriendo saber cómo estaba viviendo esta experiencia tan emotiva para ella. Lo que vi fue un verdadero viaje a través del tiempo, durante el cual mi madre y sus familiares directos nos envolvieron a todos con la mágica naturalidad de sus conversaciones, sus recuerdos, su camaradería... la familia estaba allí y era como si el tiempo, en realidad, no hubiera pasado.

Creo que amé a cada uno de los asistentes a esa reunión desde el primer momento en que les vi. Lo demás vino después: las afinidades, la conversación, el deseo de seguir en contacto, de pasar más tiempo con unos o con otros. Pero el Amor estuvo allí desde el primer momento, había estado allí siempre... y se sentía en cada sonrisa, en cada palabra, en cada foto compartida, en cada uno de nosotros.

La gratitud que siento por haber tenido la oportunidad de vivir esta experiencia, tan especial en tantos sentidos, es tan grande que las palabras escritas se quedan cortas para expresarla. Mi corazón la canta, la ha estado cantando desde aquella primera comida en la cual, sentados alrededor de una larga mesa, entremezclábamos los chistes, las risas, las confidencias y los idiomas: el persa con el castellano, el alemán con el inglés... mi propia - ruidosa, emotiva y divertida - pequeña Torre de Babel.