jueves, 22 de septiembre de 2011

EL ARTE DE PASAR DE TODO

No soy una persona despreocupada. Pertenezco a una familia en la que, generación tras generación, casi todos se han preocupado por casi todo y ése es un legado realmente difícil de desechar. Con el paso de los años, he ido puliendo mi personalidad para ir equilibrando mi lado más responsable con mi lado más despreocupado, ése que me lleva a hacer alguna que otra locura impulsiva y a reírme de todo. Llevo años intentando ser un poquito de las dos cosas, sin dejarme llevar por ninguno de los dos extremos. Como cabría esperar, este tipo de equilibrio es difícil y a día de hoy sigo viviendo en una montaña rusa de emociones contradictorias, alternando fases extremadamente relajadas con etapas de auténtico agobio.

Lo que sí he conseguido aprender en estos últimos años es que la clave de todo está en relativizar. Si tienes ganas de aprender de tu día a día y te animas a reflexionar un poco sobre las cosas que vives, te vas dando cuenta de hasta qué punto influye tu manera de pensar en tu experiencia vital: es decir, no es tanto lo que te pasa, sino lo que tú piensas de lo que te pasa. Y es realmente increíble la manera en la que cambia nuestra realidad cuando conseguimos cambiar nuestra percepción de la misma.

Hace un par de semanas, participé en un espectáculo organizado con motivo del aniversario de mi antiguo colegio. Cuando me ofrecieron la posibilidad de participar, acepté con mucha ilusión. Sin embargo, a medida que se acercaba la fecha del espectáculo, la sensación comenzó a cambiar. Viejos fantasmas casi olvidados salieron de los rincones de mi memoria como por arte de magia y, de repente, casi sin darme cuenta, me volví a sentir como aquella adolescente tímida y con complejo de patito feo, cuya época en el colegio y el instituto preferiría olvidar para siempre.


¿Por qué iba a querer volver a ese tiempo de inseguridades, de gafas de culo de vaso y corrector dental? ¿Por qué había aceptado volver a ver a gente con la que no tenía afinidad, con la que me había sentido desplazada y muy poco aceptada? Ahora que el patito feo se había convertido en cisne, ¿era inteligente volver a afearlo, volver a convertir a la actriz en la empollona, a la mujer hecha y derecha en la adolescente con acné?

Por suerte, pude comprobar que estos últimos años de trabajo personal realmente me han enseñado algo. De pronto, me vino a la cabeza aquello que decía Serrat: olvídese de lo que fue y de qué modo y cuélguese en la magia de pasar de todo... (*)
Y así, sin grandes problemas, fui perfectamente capaz de devolver esos negros fantasmas a donde pertenecen y comprender que el pasado queda en el pasado y que el presente es algo totalmente diferente.

Lo más interesante fue lo que pasó después: una noche, me puse a rebuscar entre mis antiguas fotos, buscando a ese patito feo del que no me había conseguido deshacer del todo en todos estos años. Mi objetivo era encontrar las peores fotos, ésas en las que salía realmente espantosa y observarlas desde mi nuevo punto de vista... sin embargo, no las encontré. Resulta que, una vez destruidos los fantasmas, ni el patito feo era tan feo, ni los demás eran tan guapos, ni nada importaba tanto. Y es que, a veces, pasar de todo es un verdadero arte que merece la pena trabajar.




Cuando terminé de cantar mi canción en el espectáculo del aniversario, di un pequeño discurso ante el público. Dije algo que siempre había sabido, pero que cobraba nuevo significado esa noche: que ese colegio internacional fue una parte importantísima de lo que soy, de cómo he vivido mi vida. Fue la base de todo, de mi educación bilingüe, de mi carrera artística, de mi tolerancia, del hecho de que me sienta a gusto en cualquier lugar y con todo tipo de personas y de que aproveche cualquier oportunidad para conocer nuevos mundos.
Soy lo que soy gracias a todos esos años de patito feo, muy bien aprovechados.


Con ese cortísimo discurso en aquella fresca noche de Septiembre, rodeada de mis antiguos profesores, de mi familia, de antiguos compañeros y nuevos alumnos del colegio, rodeada de los edificios en los que tanto estudié, de las canchas de baloncesto en las que jugué, del cesped en el que me tumbé a intercambiar tantas confidencias de quinceañera con mis amigas... con ese discurso en esa pequeña gran parcela de mi pasado, el último fantasma desapareció en una nube de humo para no volver jamás.



(*) Joan Manuel Serrat: "El Carrusel del Furo"
Fotos del colegio cedidas por International College Spain - www.icsmadrid.org