miércoles, 30 de noviembre de 2011

MIEDO, TENGO MIEDO


Acabo de cumplir 32 años. Mis cumpleaños siempre son todo un acontecimiento para mí, soy una de esas pocas personas que se siguen emocionando con este día especial, tanto o más que cuando era pequeña. Por otro lado, unos días antes de la fecha señalada, también suelo experimentar algo de - aparentemente inexplicable - melancolía. El hecho es que (y os puedo asegurar que no me siento orgullosa de esto) tiendo a sentirme muy sola.

Pensándolo con objetividad, es una gran verdad que estamos solos. Todos lo estamos, en el sentido de que la única persona con la que podemos contar cien por cien, la única por la que podemos poner la mano en el fuego sin un atisbo de duda, somos nosotros mismos. Por lo demás, los cambios de vida, las preocupaciones, ilusiones y sueños de cada uno y la cualidad finita de nuestras vidas, hacen que nadie pueda estar con nosotros para siempre. Es una idea que puede causar tristeza o incluso miedo, pero es la realidad.

La realidad: tan cruda, tan difícil, tan impredecible. Qué difícil es a veces aceptarla, da igual cuán nítida se presente frente a nuestros ojos. Cuando tenemos que aceptar una enfermedad, una pérdida, la verdad de nuestra propia soledad, daríamos lo que fuera por escapar de todo ello. Y, sin embargo, sea como sea, la realidad es lo único que tenemos.


Este año, he vivido mi cumpleaños de una manera algo distinta. Los acontecimientos más recientes de mi vida me han hecho pensar y reconsiderar muchas cosas. Por eso, cuando esa conocida melancolía pre-cumpleañera llamó a mi puerta, decidí no darle la bienvenida con tanto entusiasmo como lo había hecho otros años. Mi frío recibimiento la sobresaltó, pero decidió entrar de todas maneras y quedarse durante unos días... como uno de esos temibles invitados que nunca se quieren marchar.

Así pues, con mi invitada llenándome la cabeza de charla innecesariamente negativa, llegó el día de mi cumpleaños. Aun así, como era mi día especial, decidí vivirlo al máximo y ser completamente feliz, pasara lo que pasara. Así que comencé el día con una sonrisa, con la determinación de mantenerla en mi rostro el día entero. El caso es que, como ya he comprobado muchas otras veces, cuando decides ser feliz, lo eres. Tan simple como eso. Así que, finalmente, el día de mi cumpleaños fue maravilloso sin que yo tuviera que hacer esfuerzo alguno.

Lo que a menudo se nos olvida es que hay otra realidad, más allá de la cruda, de la difícil, de la impredecible... sólo hay que querer verla. Comprendí esto por primera vez hace algunos años, en un viaje a Vietnam. Un viaje hecho por una razón muy específica, pero que acabó siendo un verdadero regalo, porque me dio una perspectiva totalmente diferente sobre mi vida. Este año, en mi cumpleaños, recordé de nuevo esta otra perspectiva y comprendí una vez más que no hay días especiales para ser feliz. Todos los días merecen ser vividos como un cumpleaños o como un viaje al corazón de una exótica tierra desconocida.

Claro que es muy difícil ver lo bueno que hay a nuestro alrededor en todo momento. Una de las razones por las que esto es así es el miedo. No conozco ningún otro sentimiento que paralice más o que haga más daño. Sin embargo, todos tenemos miedos: miedo a morir, miedo a la soledad, miedo al rechazo... Todos ellos se traducen en una sola cosa: miedo a vivir.

Roosevelt dijo: lo único que debemos temer es el temor mismo - hay pocas cosas tan ciertas como ésta. Solamente cuando nos desprendemos de nuestros miedos conseguimos vivir nuestra vida plenamente, desde el fondo del alma. Y cuando conseguimos esa consciencia entendemos que, como bien decía Roosevelt, no hay absolutamente nada que temer.

Sí, moriremos algún día, pero ahora estamos vivos. Sí, en nuestra vida hay soledad, pero también hay amistad, cariño y Amor. La gente que nos quiere nos lo demuestra día a día, de mil maneras distintas.

Es verdad que nuestro mundo está lleno de peligros para cuerpo y para alma, pero también está lleno de alegrías tan dulces y tan poderosas que nos pueden hacer olvidar cualquier tipo de sufrimiento. Sólo tenemos que dejarlas entrar.

lunes, 14 de noviembre de 2011

EL GRAN TESORO


Me acaban de diagnosticar hipertiroidismo, una enfermedad bastante común y no necesariamente grave, aunque con síntomas que impiden en gran medida hacer una vida normal a una persona tan activa como yo. A las semanas de agotamiento, malestar, médicos y pruebas se ha unido ahora una impaciencia por comenzar con el tratamiento y resolver el tema, así como cierto miedo nacido de investigar demasiado en internet (cosa que he dejado de hacer para conservar mi salud mental).

Sin embargo, como yo misma predije, el saber la razón de mi malestar me ha dado también una tranquilidad que no había tenido en mucho tiempo. El conocimiento es poder, y saber a qué nos enfrentamos siempre es más útil que la ignorancia a la hora de resolver el problema.

Estas últimas semanas me han hecho pensar muchísimo en la salud. Puesto que siempre he tenido un contacto muy regular con la enfermedad (a través de mi trabajo y demás actividades) siempre he apreciado mucho mi propia salud y la de los míos... y verdaderamente, siempre he sido una persona increiblemente sana, sin más achaques que aquellos producidos por el estrés y el trabajo diario, cosas sin importancia que desaparecieron en cuanto equilibré un poco mi estado emocional.

Lo que he entendido en estas últimas semanas es que, por muy agradecidos que nos sintamos por lo que tenemos, por mucho que lo apreciemos, nunca llegamos a sentir de verdad, hasta el fondo de nuestras entrañas, lo importante y maravilloso que es hasta que lo perdemos. Hace unos meses, estaba cansada y agobiada con mi exceso de actividad y deseaba pasar más tiempo sentada en mi sofá. Ahora, no hay nada que desee más que volver a estar totalmente sana, enganchar actividades de la mañana a la noche, caer rendida en la cama de madrugada y levantarme al día siguiente con la batería totalmente recargada, para comenzar de nuevo. Nuestros abuelos y nuestros padres no se cansan de decirlo y, como siempre, tienen toda la razón: la salud es el mayor de todos los tesoros, un milagro que hay que cuidar y agradecer todos los días de nuestras vidas.

Cuando el cuerpo nos falla, nos toca buscar soluciones y ponernos en manos de personas que nos puedan ayudar. Nuestra responsabilidad es buscar el mejor tratamiento y seguir las pautas para recuperarnos lo antes posible. Al mismo tiempo, es esencial recordar que hay una clara (y más que comprobada) relación entre cuerpo y mente. Yo estoy comprobando esta relación día a día, viendo cómo mis síntomas se ven exacerbados cuando dejo que la preocupación y el miedo se apoderen de mi mente y cómo remiten hasta casi desaparecer cuando consigo calmarme.

Todo esto no es nada nuevo. En la medicina tradicional china, se dice que la base de toda enfermedad es emocional. Nosotros mismos lo comprobamos en nuestra vida diaria, en cuanto el estrés, la preocupación o la tristeza se traducen en agotamiento, en una gripe causada por una bajada de nuestras defensas, en una contractura, una úlcera o una migraña. Y todos hemos sido testigos - directos o indirectos - de cómo personas con enfermedades gravísimas han salido adelante poniendo en funcionamiento el pensamiento positivo.

Sigo maravillándome, día tras día, con el increíble poder de la mente humana y con cómo las energías en nuestro interior y en nuestro entorno responden a la nuestra... al fin y al cabo, somos parte de un gran Todo, de una sola cosa manifestada de mil maneras distintas.

Por eso sé que, en relación a mi enfermedad, las historias de miedo que he leído en internet mienten. También sé que esa gran bola de nieve que a veces imagino - rodando rápida y descontrolada - sobre la que no tengo ningún poder, no es real. La realidad está dentro de mí y, con el tratamiento adecuado y un poco de ayuda, voy a hacer que ese gran tesoro brille como no lo ha hecho hasta ahora.