sábado, 2 de noviembre de 2013

MALABARISTAS


Siempre he huido de la inactividad, de la apatía, de la pérdida de tiempo. Estas cosas me producen un rechazo violento que yo misma no acabo de entender. Creo que hay varias razones tras ello: educación, carácter y pequeños traumas de la infancia/adolescencia que me siguen acompañando a día de hoy. Sea como sea, las ocasiones en las que me he dedicado a la inactividad completa, al ocio por el ocio, al simplemente estar, se pueden contar con los dedos de las manos. Puede que suene increíble, pero es cierto.

Hace algunas semanas, acudí a la boda de una de mis mejores amigas. Se celebraba en Aigrefeuille-sur-Maine, un pueblo de Nantes. Los pueblos de esa zona de Francia siempre me recuerdan a la aldea cantarina de La Bella y la Bestia de Disney: pequeños, tranquilos y con mucho encanto. Pasamos un fin de semana de celebración, comidas larguísimas, paseos, charlas y juegos. Hacía mucho tiempo que no desconectaba de esa manera... Pero me resulta curioso que utilicemos la palabra desconectar en estos casos. Lo hacemos porque hablamos de separar nuestras mentes del estrés y los quehaceres del día a día. Sin embargo, tal y como comprobé en mi viaje a Francia, en esos estados de supuesta desconexión es cuando más conectados estamos con lo que realmente importa.


Aquel fin de semana, volví a sentirme completamente feliz tras meses de no estarlo. Quizás fueron simples momentos, escasos segundos, pero por primera vez desde el fallecimiento de mi padre, dejé de pensar brevemente en lo que había ocurrido y mi corazón sintió dicha completa de nuevo. En un corto fin de semana, aprendí a hacer malabares y a jugar al Mahjong, practiqué mi francés, hice amigos, coqueteé en un idioma nuevo, bailé, jugué y disfruté del sol y de la naturaleza como nunca. Hacía tiempo que no me había sentido tan conectada con la Vida, con la alegría de la existencia.

Ese fin de semana me sirvió para tomar decisiones de cambio sobre mi vida, para hacer que se materializaran cosas que me habían rondado por la cabeza durante mucho tiempo. He buscado el camino para darme tiempo, para regalarme tranquilidad, para ir en busca de mis sueños. Me he deshecho de los vestigios de miedo que me quedaban, del fantasma de la inseguridad y de la amenaza de la inestabilidad económica. Y es que, como esas pelotas de malabares que manejé (con mucha ilusión y muy poca pericia) en aquel fin de semana en Francia, nuestras obligaciones y actividades del día a día siempre están allí, dando vueltas sobre nosotros, sucediéndose y solapándose la una con la otra, preparadas para caerse en cuanto nos descuidemos por un segundo. En nuestras manos está parar el baile de esas pelotas de vez en cuando... o soltar alguna para que el juego sea un poquito más cómodo. Será visualmente menos impresionante, sí, pero en el hueco que deja libre esa pelota descartada, entran el descanso, la tranquilidad y el disfrute.


Si te pareces un poquito a mí, lo más probable es que disfrutes mucho de hacer malabares con diez o más pelotas. Te gusta hacer cosas y hacerlas bien, te gusta sentir que has conseguido muchas cosas en un día, que has dejado cosas terminadas, que todo está en orden. Te va a resultar difícil descartar pelotas. Al principio, vas a sentirte inútil, vago, improductivo. A mí me pasa. Me sigue pasando. Aún estoy aprendiendo. Pero estoy decidida a dar una oportunidad a esta nueva forma de vivir, porque estoy convencida de que merece la pena. Si quieres probar y te cuesta, comienza con pequeños pasos.

Por mi parte, ayer me levanté a las 2 de la tarde (no lo había hecho desde la adolescencia). Salí a comer con mi hermana dejando la cama sin hacer, la ropa de la noche anterior por el suelo y los platos sin lavar (impensable hasta ahora). Luego volví a casa, me tumbé en el sofá y me puse a ver una película repetida en DVD, con mi perrita a mi lado.


Hundí la nariz en su cuello y aspiré ese olor a cachorrita que - inexplicablemente - sigue teniendo a los cuatro años.
Me hice un té.
Comí chocolate.
Vi otra película (también repetida).
Hice un bizcocho de zanahorias y nueces.
Llamé a mi madre para decirle que la quiero.
Me fui a la cama, leí mi novela y me dormí.

Un día de lo más improductivo. ¿Verdad?