jueves, 20 de febrero de 2014

MI PAZ


Me he hecho un nuevo tatuaje: es la palabra shanti, que en sánscrito significa paz interior. En los últimos meses, he estado pensando mucho en lo que realmente significa la paz interior y, sobre todo, en si es algo realmente posible de conseguir en el mundo en el que vivimos. La realidad es que nuestro mundo es demasiado rápido, estresante, loco... es muy difícil mantener un estado de calma permanente frente a todo lo que pasa a nuestro alrededor. Es más, opino que no es sano. Creo que, durante nuestra existencia en esta Tierra, estamos en un estado físico que viene acompañado de un gran espectro de sensaciones y sentimientos. Aquellas sensaciones que percibimos como malas o negativas también son parte de nosotros y como tales las tenemos que experimentar y aceptar.

En estos meses me he dado cuenta de que la verdadera paz interior no es un estado utópico de calma constante, sino algo mucho más realista y - quién lo hubiera pensado - mucho más gozoso. En este tiempo, he descubierto que la paz se encuentra en infinidad de rincones, todos ellos dentro de nosotros mismos. Se encuentra en hacer lo que realmente queremos (lo que queremos de verdad, no lo que pensamos que queremos). En amarnos a nosotros mismos como realmente somos, con todos nuestros supuestos defectos, entendiendo que somos seres completos y plenos en nuestra imperfección (y que conste que no he utilizado la palabra aceptarnos, he dicho amarnos). En minimizar las proyecciones de futuro: no se trata de no hacer planes o de no tener objetivos, sino de tener todo esto en cuenta mientras al mismo tiempo disfrutamos al máximo de nuestro momento presente. En confiar. Confiar en nosotros mismos y confiar en la vida. En saber que la vida tiene su propio plan y que nos va a dejar donde tenemos que estar. En entender que el hecho de querer algo no significa que sea lo que más nos conviene. En abrir nuestra mente y nuestro alma a todo lo bueno que está por venir, sin reducirlo únicamente a nuestro supuesto objetivo. En buscar al menos un momento de felicidad en cada día (y que conste que yo nunca encuentro sólo uno, sino varios... y cuanto más practico, más encuentro... ¿por qué será?).


Poniendo en práctica todo esto, he conseguido un estado de calma, alegría, Amor y felicidad que se asemeja muchísimo a lo que se podría llamar paz interior. Es un estado que no tiene nada de neutro, ni es siempre exactamente igual. Ni siquiera diría que es un estado calmo. Más bien se parece a hacer un trayecto en el que hay curvas y cambios en el terreno y en el que, sin embargo, ninguna curva hace que derrapemos y ninguna cuesta se hace imposible. Es un equilibrio vivo al que no le falta ni pizca de movimiento ni de pasión. Me parece que es lo más cercano que hay a ese estado - en ocasiones tan inalcanzable - llamado felicidad.

Así que una de mis prácticas en las últimas semanas ha sido la de intentar no hacer nada que no quiera hacer de verdad. Pero, sobre todo, intentar no dejar de hacer todo lo que quiero. Hace un par de semanas salí a comer con mi amiga Belén y después decidimos tomar unas copas en el centro de Madrid. Cuando salíamos del último bar que visitamos, me crucé con un hombre realmente atractivo. Nos miramos y yo seguí caminando. Belén insistía en que me quedara a saludarle, pero decidí dejarlo correr. Me despedí de mi amiga y comencé a caminar hacia casa. Me sentía desasosegada, incómoda y no entendía por qué. De pronto me di cuenta de que era, simplemente, porque no quería dejar pasar aquella oportunidad. El cuerpo me pedía a gritos que volviera, así que di media vuelta, volví al bar, me acerqué a la barra, le saludé y comenzamos a hablar. Enseguida, la sensación de desasosiego fue sustituida por una de alegría y tranquilidad. Paz.


Durante nuestra conversación, aquel chico del bar me dijo que le parecía muy valiente por mi parte haber dado el paso de acercarme a él. Esto es algo que la gente me dice mucho: eres muy valiente, tienes un par de huevos, los tienes bien puestos... Me lo dicen porque me lanzo a hacer cosas que otros no harían por vergüenza o por miedo... Y sí, es posible que yo sea valiente... pero se me ocurre que la verdadera osadía es dejar pasar la vida sin exprimirla al máximo o desaprovechar oportunidades de experiencias deliciosas para volver a casa y ahogarnos en nuestra rutina.

Nuestra vida en este plano físico es un inmenso regalo. Todo lo que sentimos, la alegría, la calma, el rencor, el ego, la envidia, los celos, la pasión, el amor, el sexo, el cariño, la sensualidad... todo es un auténtico presente que tenemos el derecho - y el deber - de disfrutar. Sería una terrible atrevimiento no hacerlo.