sábado, 31 de enero de 2015

ESTA ALMA QUE RÍE Y GRITA


El corazón tiene razones que la razón desconoce. Lo escribió Blaise Pascal en el siglo XVII y sigue siendo tan real hoy como lo era entonces. Porque los asuntos de nuestro corazón, todos los altibajos maravillosos y terribles de nuestro instinto humano - afortunadamente - nunca cambian. 

Nuestras vidas sí que cambian: adquirimos responsabilidades, nos convertimos en profesionales, en padres, manejamos hipotecas, trabajos y dinero. Y a veces, todas esas responsabilidades ocupan tanto nuestro día a día, que parece que llevamos la vida a cuestas. Se nos olvida que ese corazón, esa alma a la que estamos ignorando, tiene vida propia y sus propias intenciones, por mucho que a nuestra lógica le gustara encerrarla y tirar la llave para poder vivir tranquila.

Como siempre he sido una persona de instintos, nunca he entendido bien ese empeño - que parece tener tanta gente - de guiarse por la razón en lugar de por el corazón. No niego que el corazón está loco. Nos suele llevar por el camino más difícil, por el rocoso, por el que nos hace pedazos. La razón es la calma, la lógica, la seriedad. La razón nunca te dejará hecho pedazos, porque tiene cuidado... mucho, mucho cuidado. Yo, que siempre he seguido a mi corazón con los ojos vendados y los cordones de los zapatos desatados, ya me he roto en cien, mil, cien mil pedazos y he tenido que recomponerme como quien intenta parar una hemorragia con tiritas. Es un proceso lento y doloroso y, cuando termina, nunca vuelves a ser la misma persona que eras antes. Hay una pérdida de inocencia, una cicatriz que nunca desaparece, cuando algo en lo que has puesto toda tu pasión se desmorona. ¿Y qué nos queda después? ¿Remordimientos? ¿Arrepentimiento? ¿Poco más que una ristra de dulces recuerdos?

Pues en mi humilde opinión: no, no es eso lo que nos queda. Lo que nos queda es una vida llena de deseos y de pasiones. Una vida llena de risas, de las que hacen que te duela la tripa, de ésas que parece que no vas a poder parar nunca. Nos quedan lágrimas amargas de sentimientos, una piel que hormiguea de vida, unos ojos que brillan y las ganas de vivir más... porque, aun en sus cien mil pedazos, el alma lo sabe: sabe que, tras todas esas cosas increíbles que ya hemos vivido, lo mejor sigue estando por llegar.

El corazón tiene razones que la razón desconoce. Somos dulces víctimas de nuestros instintos, de nuestros deseos más puros y básicos. Nuestra alma magnífica - esta alma que ríe y grita - quiere más. Quiere que digamos lo que pensamos, que no escondamos lo que queremos, que vivamos como lo que somos: seres en estado físico, hechos para reír y llorar, para entregarnos, para correr, besar, tocarnos, abrazar... hechos para comer(nos), para querernos, para corrernos y para bailar. Eso es lo que somos y eso es lo único que tenemos. Porque en cien años, cuando ninguno de nosotros esté aquí, cuando no seamos más que el humo de un recuerdo que una vez existió, nada más va a importar: sólo lo que hemos vivido, lo que hemos amado y la pasión con la que lo hemos hecho. 

Por eso puede que no sea mala idea, de vez en cuando, dar un respiro a la razón. Que se relaje. Que se tome una copa. Que se deje llevar. Y que el corazón nos recuerde lo que realmente significa vivir.