lunes, 31 de octubre de 2016

MUÑECAS RUSAS


Acabo de regresar de Nueva York, donde he asistido a un curso para obtener mi certificación oficial como Vegan Lifestyle Coach (Coach de Vida Vegana). Es algo que quería hacer desde hace tiempo, no sólo para obtener el título oficial, sino por la experiencia en sí misma. El curso fue organizado e impartido por Victoria Moran, una de las autoras y educadoras más conocidas en el ámbito de la nutrición y el estilo de vida vegano, una persona a la que he admirado mucho desde hace años y que deseaba muchísimo conocer. Además, la experiencia de compartir conocimientos, vivencias, dudas y preguntas con otras personas con los mismos intereses y principios que yo era algo que no me podía perder. El hecho de que el curso se impartiera en Nueva York, esa ciudad que adoro, que me llena de vida y de energía cada vez que la visito, era la maravillosa guinda del precioso pastel que se me ofrecía con esta oportunidad única.

Creo que hacer este viaje ha sido una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida. He disfrutado la experiencia de una manera casi inexplicable, con pasión y ganas y arrojo y profunda gratitud, a un nivel realmente extraordinario... incluso para una persona tan disfrutona como yo. Hace algún tiempo, leí un artículo en el que la autora declaraba que había decidido gastar su dinero solamente en cosas que se podía llevar a la tumba: es decir, en experiencias. Me siento muy identificada con ese propósito. Y creo que este viaje es el ejemplo perfecto de ello. Es muy probable que este nuevo título me abra nuevas puertas profesionales, pero eso no es lo que más me importa. Para que nos entendamos, si supiese que iba a morir mañana, habría hecho este curso de igual manera: por lo que me ha aportado en el presente, por lo que me ha hecho sentir, por la energía que ha movido, por la riqueza de mi vivencia, por la profundidad de los sentimientos y de las emociones que ha suscitado. Martin Luther King lo explicó a la perfección: Si supiera que el mundo se acaba mañana, yo, hoy todavía, plantaría un árbol.


Venía en el metro pensando en todo esto... y en que con este curso he añadido otro yo, otra faceta más, a mi ser interior. Siempre he intentado seguir enriqueciendo lo que soy, ser muchas personas en una... algo que me ha venido a la cabeza especialmente hoy, mientras observaba a tanta gente en el metro disfrazada por Halloween. El caso es que todos tenemos nuestros disfraces, también en el día a día... máscaras que nos ponemos, personas en las que nos convertimos dependiendo de la situación y del entorno: madre, padre, empleado, jefe, amigo, hijo, enemigo, ayudante, amante, amado. A veces, esas diferentes personas que somos en cada parcela de nuestras vidas son máscaras falsas, irreales, que nos hacen sentir incómodos y frustrados. Era mi caso cuando trabajaba en el mundo corporativo; me sentía como una niña haciendo de mayor, trajinando con cosas que no le interesaban en absoluto. Otras veces, esos supuestos disfraces son en realidad como pieles distintas, partes reales de nosotros mismos que nos hacen sentir realizados y felices. Ésa es la sensación que tengo ahora: la de una vida compuesta por una serie cada vez más extensa de muñecas rusas, que van mostrándose poco a poco mientras voy dibujando los pasos de mi camino. Al haber eliminado lo que tanto tiempo y energía ocupaba sin aportar nada de bienestar, he dejado sitio para todas las demás facetas de mi ser que no conseguían salir a la luz del todo. Así, la terapeuta, la profesora de inglés, la actriz, la animadora infantil, la traductora, la coach, la comunicadora y muchas otras partes de mi existencia conviven en mí en perfecta armonía. Y con cada trabajo, por muy agotador que sea, salgo contenta, realizada, feliz de estar dibujando el camino que quiero, lejos de miedos, prejuicios y convenciones sociales.

Cada día es un nuevo comienzo y cada jornada es distinta. Y yo, enemiga aterrada de la rutina, doy gracias por ello en cada respiro, desde lo más profundo de mi ser.