miércoles, 30 de noviembre de 2016

UN DÍA ESPECIAL


La semana pasada, celebré mi cumpleaños. Parece mentira que entre estas dos fotos ya haya pasado un año. Y es que el 2016 ha pasado volando. Pensaba que era cosa mía, que tal y como me han dicho siempre, cuantos más años cumples, más rápido parece pasar el tiempo. Pero casi todas las personas con las que he hablado en estos días tienen la misma impresión que yo. Es posible que haya sido por todos los cambios que está sufriendo el mundo, por la cantidad tan elevada de tragedias o porque la humanidad parece estar más loca que nunca.

En cualquier caso, como dice la canción, el tiempo pasa... y no de largo. Con cada cumpleaños, revisamos inevitablemente nuestra vida, miramos atrás y pensamos en cómo hemos vivido este último año... y los anteriores. Y casi siempre nos parece que podríamos haber vivido más, que podríamos haber aprovechado mejor el tiempo, que hay cosas que ya han pasado y que nunca volverán. O que simplemente nunca llegarán a ser, porque ya no tenemos la edad para hacerlas.


Hace un par de semanas, actué en Romeo & Julieta, una versión de la eterna historia de amor de Shakespeare, producida por English Theatre Madrid (www.englishtheatremadrid.com). Fue una experiencia que me resultó muy intensa, muy reveladora y, en ocasiones, muy oscura, mientras trazaba paso a paso el camino de la construcción de mi personaje, llenándolo de partes de mí que se mostraban, bellas y terribles, casi sin que me diera cuenta. Sentí muchas cosas que no esperaba, pero la más poderosa de todas fue el amor maternal. No estaba del todo preparada para ese sensación, para el vértigo y la nostalgia y la tragedia y el poder y la maravilla que trajo a mi corazón. Pero ahí estaba. Y, por primera vez, se me ocurrió que quizás, sólo quizás, me arrepentiría algún día de no haber sido madre. El pensamiento cayó como una losa hasta el fondo de mi estómago para luego levantar el vuelo de inmediato y convertirse en un huracán de preguntas y esperanzas: quizás aún estoy a tiempo, ¿cómo lo haría?, ¿podría adoptar siendo soltera?, ¿podría permitirme un proceso de inseminación artificial?, ¿de dónde podría salir el dinero?

Todas mis preguntas, dudas y esperanzas me acompañaron silenciosas, pero muy presentes, entre copas, música y baile después de nuestra última función. Y cuando la primera luz de la mañana se llevó consigo las copas, la música y el baile, amanecí en mi cama, sola, con todo el día a mi disposición, para hacer con él lo que quisiera. Me levanté, me hice un café y, mientras lo saboreaba lentamente - con tiempo por primera vez en varios meses - todas mis dudas, preguntas y esperanzas se colocaron en su lugar.


Lo cierto es que yo no quiero ser madre. Nunca he querido. Sólo ha habido dos ocasiones en mi vida en las que me he planteado esa posibilidad: una fue cuando mi padre enfermó y falleció. El amor que se manifestó en mi familia desde el momento del diagnóstico de mi padre hasta después de su muerte fue tan fuerte, tan potente y nos ha unido tanto, que me hizo desear crear otra familia así, tener un hijo para poder continuar esa cadena de amor inquebrantable.

La otra ocasión ha sido ésta: la obra de teatro, el personaje, la madre y su amor incondicional hacia su hijo. No me había dado cuenta hasta este momento, hasta que me he sentado a escribir estas palabras, que el denominador común de las dos es el amor. Porque aunque cada amor sea distinto y aunque digan que el maternal es insuperable, al fin y al cabo, todos los tipos de amor son eso... amor. Creo firmemente que todo lo que he vivido, las alegrías, pero sobre todo las dificultades, las pérdidas (sobre todo la de mi padre), las pequeñas y grandes tragedias de mi vida me han traído hasta aquí, hasta convertirme en una persona más completa, más empática, más generosa y con más capacidad para amar. También me han hecho capaz de sentir cada momento tan intensamente como si fuera el mejor o el peor de mi vida.

Y creo que esto es algo que he notado mucho en este cumpleaños. Las mejores ocasiones especiales son aquellas que no están desproporcionadas, que no nos sacan de nuestro eje. No hay nada mejor que vivir un día especial sin el agobio de necesitar hacerlo especial, simplemente porque es una fecha señalada. Cuando vivimos cada día como algo realmente único (puesto que lo es), cuando celebramos nuestra vida cada mañana, porque es nuestra y porque la vivimos como nos gusta, cuando disfrutamos cada evento, cada quedada, cada obra de teatro, cada curso, cada café, como si fuera lo más importante que hemos hecho (porque. en este momento, realmente lo es), nuestro cumpleaños - o cualquier otra fecha señalada - deja de ser motivo de presión, o de nostalgia, o de arrepentimientos y esperanzas vacías... y se convierte, simplemente, en otra maravillosa alegría que añadir a nuestra lista, para vivirla como nos dé la gana... que para eso nos pertenece.