viernes, 30 de junio de 2017

DE DONDE VIENE LA PASIÓN


Solía pensar que el amor y la pasión eran dos cosas distintas, enraizadas en lugares diferentes, corriendo por nuestras venas en paralelo, pero surgiendo de distintas fuentes. Mis vivencias de los últimos meses me hacen pensar lo contrario: que el amor y la pasión surgen de lo mismo, que son como dos gemelos que nacen del mismo lugar, de la boca de la vida, de ese sitio en el que nos dejamos ir y nos entregamos por completo, para poder encontrarnos con nuestro verdadero yo.

Isabel Allende dijo que el mejor afrodisíaco es el amor. Yo encuentro que, cuantos más años cumplo, cuantas más experiencias de vida tengo y cuanto más conozco la naturaleza humana y, sobre todo, la mía propia, más de acuerdo estoy con lo que dice. Mis pasiones (tanto por las personas como por otros aspectos de mi vida) son cada vez más fuertes y exigen todo mi tiempo y mi energía, mis pensamientos, mis sentimientos, mi alma, lo mejor de mi ser. Los objetos de mi pasión y mi afecto también han cambiado. Ahora, dedico tiempo a los que me aman y a las vivencias que me llenan el corazón. Me resulta raro haber dedicado tan siquiera un minuto de mi existencia a llorar por alguien que me dañaba... aunque en mi juventud dediqué horas, días, semanas, incluso años - además de infinitos pensamientos y otras tantas lágrimas - a personas que hacían justo eso.


Pero a día de hoy, lo que me atrae de aquellos que me rodean es su bondad, su generosidad, la pureza de sus corazones. Ahora no tengo paciencia para dobles fondos ni corazones manchados de negro. No deseo permitir la entrada de almas envenenadas al santuario preciado de mi existencia... ni muchísimo menos exponer sus entresijos, sus vulnerabilidades y su pureza a personas que no lo merecen.

Para mi sorpresa, me encuentro deseando a personas que jamás imaginé. Mi pasión viene del mismo lugar que mi amor. Deseo a personas a las que amo, a las que se abren hueco en mi vida mostrando su verdadero yo, a las que me muestran que me respetan con sus palabras, pero sobre todo con sus actos. Antes, me cegaba el brillo externo de la gente. Ahora, me enamoro de sus almas, independientemente de su físico, de su género o de cualquiera de sus circunstancias.

En estos días en los que el mundo celebra el amor libre, sin trabas, sin tapujos y sin prohibiciones, deseo que todos aprendamos a querer más... a amar mucho a los demás, pero sobre todo, a amar tanto nuestras propias vidas, que solo permitamos que entren en ellas aquellos que las mejoran.
Feliz amor, feliz vida, feliz libertad.