jueves, 29 de marzo de 2018

MIS CAMINOS


Cuando era pequeña, me encantaba jugar a que mis muñecas estaban malitas y yo curaba su enfermedad. Cuando crecí un poco, quise ser enfermera y también psicóloga... pero fui una niña demasiado sensible y una adolescente depresiva y mi padre, preocupado por los efectos que podrían tener estos oficios sobre mi salud mental, me disuadió de ambas ideas. Pese a ello, lo cierto es que siempre tuve la vocación de curar los males ajenos y de ayudar a los demás y supongo que por ello, aunque haya tomado el camino largo, he acabado dedicándome a la sanación y a la enseñanza.

En realidad, he sido sanadora desde que curaba a mis muñecas y creo que he sido profesora desde que explicaba las lecciones de Química a mis compañeros del instituto cuando no las entendían. Al mismo tiempo - mientras explicaba las lecciones de Química y pensaba en ser enfermera o psicológa - mi corazón me lanzaba una y otra vez hacia el escenario. Amé el teatro desde que me dieron mi primer papel interpretando a Genghis en un musical sobre Drácula. Tenía trece años y me moría de la vergüenza cada vez que salía a escena. No me podía creer que mi interpretación gustara al público pero la gente habló de ella durante semanas después de que la obra hubiese terminado y, años más tarde, cuando terminé el instituto, había quien me lo seguía mencionando.

No recuerdo cuál fue el proceso exacto desde la vergüenza máxima que sentía al ser el centro de atención en esa obra hasta la completa felicidad que siento hoy en día cada vez que piso un escenario. Pero sea como sea, eso es lo que he sido toda mi vida: sanadora, profesora y actriz.



Y sin embargo éstos no eran los caminos que se habían trazado para mí. El camino de mi éxito se suponía otro, aquél que vino de la mano de mi licenciatura en Ciencias... un éxito que quizás no deseaba pero que mantuve durante casi quince años por necesidad, porque parecía ser lo correcto, por cordura. Nunca me reconocí en el trabajo de esos quince años en la industria farmacéutica, salvo quizás cuando nos llegaban historias de pacientes que habían conseguido curarse con nuestra medicación. Esas historias esporádicas, así como las ocasiones en las que tenía oportunidad de enseñar haciendo presentaciones para los médicos, eran los únicos momentos en los que realmente sentía que hacía algo que merecía la pena.

Era un camino aceptable, respetable y potencialmente perfecto... sin embargo, o era el camino equivocado para mí o yo era la persona equivocada para él. Aun así, creo que era necesario que pasara ese tiempo recorriéndolo para poder llegar a donde estoy ahora.

Mi camino actual no es fácil. Tiene muchos más baches, curvas y cruces que el anterior. Me mareo mucho más, tropiezo muchísimo y me caigo un montón. No faltan los días en los que me sigo planteando si he hecho lo correcto. Me preocupo mucho por mi situación económica. Estoy constantemente ocupada y casi siempre agotada. A veces, lloro. Y cuando un paciente no mejora o cuando un alumno no aprende o cuando un personaje no cobra vida como yo lo había concebido, dudo total y dolorosamente de mis talentos.


Pero es que éste es mi camino. Y después de quince años de sentirme como si estuviera viviendo la vida de otra persona, por fin siento que soy yo. Y cada vez que un paciente mejora o cuando un alumno aprende o cuando un personaje cobra vida exactamente como lo había concebido, siento que todo tiene sentido.

Quién sabe si éste es mi camino definitivo. La vida da millones de vueltas, nos pone todo patas arriba y nos obliga a recolocar todo y empezar de cero. Pero éste es mi camino, ahora. Y pase lo que pase en el futuro, ya sea seguir andando por él o empezar de nuevo por otro, sabré que he sido fiel a mi vocación, a lo que realmente soy.

Y si el día que muera me enseñan lo que he hecho con mi vida y veo a un paciente que ha vivido mejor gracias a mí, a un alumno que ha aprendido algo que yo le he enseñado o a una persona que se ha emocionado, que ha reído, llorado o reflexionado con alguno de mis personajes, podré morir feliz.