lunes, 24 de junio de 2013

LLENO DE SU ALMA

Me ha costado decidirme a escribir esta entrada. Creo que, de no haberlo hecho, éste sería el primer mes desde que comencé a escribir este blog en el que no habría nada escrito... pero lo cierto es que, desde que a mi padre le diagnosticaron un tumor cerebral hace un mes, me propuse no permitir que su enfermedad y sus posibles consecuencias fueran un motivo para el vacío, para la apatía, para la nada. Me propuse mantener la vida rodando, aunque fuera más lenta, aunque doliera más. Por eso, he decidido no dejar este mes sin entrada, sino utilizarla para rendir homenaje a ese hombre que me lo dio todo y que vivió y murió con valentía, con fuerza, con determinación y con clase.

Creo que en este caso sobran las palabras. Cualquier persona que conozca a mi familia o lea este blog de vez en cuando sabe la clase de hombre que era mi padre y la relación que yo tenía con él. No hay mucho más que decir: fue el hombre de mi vida, mi modelo a seguir, mi héroe, mi mejor amigo. En estos días que han seguido a su muerte, las llamadas, los comentarios y los mensajes que recibimos hablan de las mismas cosas: de su fortaleza, de su sabiduría, de su bondad... y del Amor que siempre se ha palpado, incluso desde fuera, en nuestra familia.

Quizás por eso siento que sigue conmigo: porque al Amor no lo destruye ni la muerte. Por eso le siento a mi alrededor en cada momento y tengo el corazón lleno de su alma.

La vida es impredecible e injusta. Y no tenemos armas para evitar que lo sea. Para lo que sí las tenemos es para lidiar con lo que nos pasa, para decidir cómo vivimos. En el mes transcurrido desde el diagnóstico de mi padre hasta su muerte, la vida nos lanzó miedos, tristeza, frustración, enfado. Nosotros tuvimos que digerirlo todo, pero nos aseguramos de añadirle risas, valentía, cariño, determinación.

Y lo que toca ahora - ahora que todo ha cambiado para siempre, ahora que sé que nunca volveré a ser exactamente la que era - es seguir pintando la vida con todo lo bueno que tenemos y honrar a los que están en el otro lado cuidando su legado. Mi padre me enseñó a echar ganas a la existencia, a levantarme tras cada golpe. Mi alegría era su felicidad. Él me dio la vida. Lo mínimo que puedo hacer - tal y como le prometí antes de su muerte - es asegurarme de seguir viviéndola, escapar del mero hecho de respirar y seguir llenando mi existencia de luz, de fuerza y de Amor. Porque sé que, durante el resto de mi vida, con cada una de mis pequeñas y grandes alegrías, veré delante de mí, con total claridad, su inimitable sonrisa.