sábado, 30 de abril de 2016

(DES)CONTROL


Siete de la mañana. Suena el despertador. Me encantaría darle al botón de snooze y quedarme en la cama un rato más, pero Julieta ya espera impaciente detrás de la puerta de mi habitación para que la saque a pasear. Hacerlo no es cosa de quince minutos. Caminamos durante aproximadamente una hora y media (la mayoría de los días, es mi hora de máximo ejercicio; quemo unas 600 calorías de las 1200 que me he impuesto como objetivo diario) y después vamos al parque para que ella corra detrás de su pelota (su momento favorito del día). 

Probablemente, los pacientes empezarán a venir temprano. Y aunque hoy no tenga pacientes por la mañana, es seguro que tengo una larga lista de otras cosas pendientes de hacer. No hay más que un plátano mustio en el frutero y dos tomates casi estropeados en la nevera, así que me toca hacer compra. Comer bien no es sólo importante para mi salud, también es parte de mi trabajo. ¿Cómo voy a asesorar a otras personas sobre nutrición si yo no llevo a cabo mis propios consejos? Por lo tanto, la compra es una prioridad. La perra también, porque es mi responsabilidad. Y tengo un curso de una semana (cinco largas horas al día) sobre los secretos de un buen emprendedor. El curso ha añadido unas diez cosas a mi lista de quehaceres (por lo visto, mi página web es una porquería, no sé nada sobre finanzas, tengo que darme de alta en más redes sociales y ya estoy tardando en ponerme en contacto con los medios para vender mi negocio). Además, participo en una nueva obra de teatro, en la cual dirijo y actúo en varias escenas. Estar en contacto con el teatro de nuevo me llena de vida, pero lo cierto es que tengo que meter los ensayos con calzador entre pacientes, cursos y eventos y aún no he memorizado ni una sola palabra del texto.


Éstas son las grandes ramas de mi pequeño árbol personal de caos. También hay ramitas: cumpleaños, bodas, comidas, cafés, expos a las que asistir, una larga lista de programas que he grabado en la tele para ver más tarde... y libros... una montaña de libros pendientes de leer. Cada mañana a las siete, cuando suena el despertador, tengo intención de leer esos libros y ver esos programas, pero cuando llego a casa a las nueve de la noche, tras ver al último paciente, estoy tan agotada que lo único que quiero hacer es cenar y ver algo ligero. Mi cabeza no tolera ni libros sobre fitoterapia china (y ni siquiera novelas) ni documentales de National Geographic. 
  

Todo esto hace que tenga una sensación permanente de descontrol. No me molesta siempre, pero siempre está ahí. Mi neurosis (esos pequeños toques de trastorno obsesivo compulsivo que me acompañan desde pequeña) hace que necesite ordenar mi vida. Así que cuando el caos me molesta, ordeno. Tener mi casa y mi consulta ordenadas, las facturas pagadas y los pequeños recados hechos me hace sentir que tengo algo de control sobre lo que sucede a mi alrededor. 

Claro que, en el fondo, sé que no es así. No hay control. No puedo evitar que el ordenador falle de repente y me haga perder el trabajo de una hora. No mando sobre la voluntad de los pacientes que cancelan en el último momento, ni sobre el dependiente que se toma su tiempo para pesar la fruta, charlar con el de al lado y darle una calada a su cigarrillo cuando yo tengo exactamente treinta segundos para pagarle, coger mi compra y salir corriendo, porque no llego. De la misma forma, no tengo completo control sobre mi salud, ni sobre la de mis seres queridos. Y, obviamente, tengo cero control sobre los desastres naturales y sobre las mentes psicópatas de los terroristas.


Por mucho que ordene, la vida va a pasar. Quiero decir, que va a ocurrir. Y también que el tiempo seguirá corriendo. Y lo cierto es que a mí me gusta correr con él. No creo que me vaya a convertir nunca en una persona completamente relajada, que deje todo por hacer, que no se preocupe de llegar a tiempo, que no le importe hacer menos para su negocio o que se olvide de comprar el regalo perfecto de boda o de cumpleaños. No quiero convertirme en esa persona. Pero vivo cada día buscando el equilibrio... ése que no me distrae de todo lo que quiero hacer... pero que me permite a la vez sonreír al dependiente de la frutería, sabiendo que esa calada a su cigarrillo no va a romper mi día.

Me he pasado media vida intentando eliminar el caos de mi vida. Pero me he dado cuenta de que la respuesta no es eliminarlo, sino aceptar que es parte de mí (y que, en realidad, me gusta). 
Y después, simplemente, fluir con él lo mejor que sepa.