domingo, 31 de diciembre de 2017

UN BUEN AÑO


Anoche se me ocurrió ir al Cine Ideal, en pleno centro de Madrid. Podría haber elegido otro cine para un 30 de Diciembre, día en el que por alguna razón que nunca entenderé, todo Madrid ensayaba las campanadas de esta noche... un ensayo que nunca consigue que aprendamos a tomar las uvas mejor en Nochevieja... pero sí que es una estupenda excusa para salir y pasarlo bien con amigos y familiares una noche más (que no es poco).

El caso es que fui al Cine Ideal porque tenía un descuento especial y me salía más barato. Contaba con que el centro iba a estar hasta arriba de gente, pero lo que no pensé es que, a la salida del cine, tendría la Puerta del Sol cortada para las pre-campanadas y tendría que callejear para volver a casa. Y cómo me alegro de no haber contado con ello, porque eso me habría hecho elegir otro cine y perderme esa maravilla que son las callejuelas de Madrid. Especialmente de noche. Especialmente en Navidad. 


Cada vez que camino por mi ciudad, me da la impresión de que la descubro por primera vez. Tengo exactamente la misma sensación que cuando viajo: esa mezcla de asombro e ilusión, esos ojos vírgenes que ven algo por primera vez y lo saborean como si fuese la última, como si estuviesen viendo la cosa más bonita del mundo. Así es como me siento cuando viajo y ésa es la razón por la que me gusta tanto hacerlo. En los últimos años, he tenido menos oportunidades de descubrir lugares nuevos porque mi negocio no me ha dejado tiempo ni dinero suficiente para viajar como solía hacerlo. Sin embargo, la maravilla de estar en un sitio nuevo, lo realmente especial del acto de viajar, no es el lugar al que vas, sino la persona en la que te conviertes cuando lo haces. 


Con el tiempo - y con mucho trabajo personal - siento que me he convertido en esa persona, que soy esa mujer todos los días. No solo cuando viajo, sino también cuando la Puerta del Sol está cortada y tengo que caminar por las pequeñas calles adoquinadas de Madrid - Cruz, Echegaray, Espoz y Mina - con sus bares y tabernas - El Buscón, Malaspina, Fatigas del Querer - mirando sus luces navideñas y a la gente sentada en las terrazas a pesar del frío, comiendo, bebiendo, riendo...

Recuerdo que, hace unos años, las navidades me producían una sensación de estrés, un desasosiego relacionado con la obligación de ser felices, de estar alegres, de pasarlo bien, simplemente porque es Navidad. En cuanto al año nuevo, parece que siempre hay que empezarlo bien, entrar con buen pie, hacer algo especial y desear que sea bueno con nosotros. 


Pero es solo cuando entendemos que somos nosotros los que tenemos que ser mejores, más amables con nosotros mismos, más generosos con los demás, relajarnos, entendernos y comprender que no hay que ser felices porque es navidad, sino vivir todo lo que nos viene (lo bueno y lo malo), transitarlo, permitirnos sentirlo... es solo entonces cuando entendemos que la vida no empieza un 1 de Enero. 

Cada mañana debemos tomar una decisión sobre cómo queremos vivir. No es cosa de un día, sino una elección que hacemos cada vez que nos levantamos. Si tenemos suerte, con el tiempo y el aprendizaje, elegimos ser fuertes. Elegimos ser agradecidos. Elegimos ser felices. No solo cuando todo nos va bien (eso es lo natural y obvio), sino cuando nos rompen el corazón, cuando perdemos esa oportunidad, cuando todo falla. Esa elección es la que hace que nuestro año, sea el que sea, sea un buen año de verdad. 

Por una vida llena de buenos años. Feliz 2018.