Este año ha comenzado fuerte, lleno de cambios, de emociones fuertes y de sentimientos mezclados. Mi decisión de reformar mi casa ha traído consigo una ola de movimiento que ha sacado mi vida de su eje, ha hecho que me replantee las cosas y me ha hecho sentir fuera de equilibrio, emocionada, asustada, triste, contenta, enfadada y llena de ilusión, todo seguido y mezclado y en un periodo de tiempo muy corto. Esta montaña rusa de sentimientos, unida al desgaste de energía y al tiempo que supone una reforma y acompañada además por un cambio de trabajo intenso y estresante, me ha dejado realmente agotada.
Como con todo gran gasto, la reforma no ha venido sin los típicos remordimientos del comprador. En los picos de mi cansancio, me he arrepentido mil veces de haberme atrevido a realizar este cambio... solo que nunca ha sido un arrepentimiento real. Incluso en los momentos de mayor agobio, en el fondo he sabido con certeza que he hecho lo correcto, al igual que he tenido claro en todo momento que el cambio laboral ha sido también un paso en la dirección adecuada.
Somos animales de costumbres y los grandes cambios siempre nos descolocan y nos asustan. Sin embargo, casi siempre merecen la pena. Lo que ocurre es que no vivimos en una sociedad que favorezca el cambio; nos educan para buscar la estabilidad, para temer a los riesgos. Nuestros padres, con la mejor de sus intenciones, nos enseñan a buscar la seguridad y cualquier cosa que nos saque de ese camino parece una mala idea.
El caso es que, en general, las cosas que se hacen a lo grande nos ponen nerviosos. Hay mucha gente - demasiada - que prefiere vivir en pequeño y que las personas que tienen alrededor también lo hagan. La razón principal por la cual dejé mi anterior empresa fue la envidia de un par de personas que no soportaban que yo viviera en grande mientras ellas lo hacían en miniatura. Desafortunadamente, esto es bastante común y, en demasiadas ocasiones sentimos que tenemos que ponernos un disfraz que nos haga más pequeños a los ojos de los demás para poder protegernos.
Lo que he entendido en las últimas semanas es que, aunque hacer las cosas a lo grande supone un gran gasto (en dinero, en energía, en tiempo, en riesgo), también supone una gran ganancia: una ganancia personal y enriquecedora que nos lleva a otro nivel en nuestra existencia. También he entendido que lo realmente agotador, lo que nos deja hechos polvo, lo que nos hunde cada vez más, es precisamente lo contrario: hacernos pequeños, contener nuestras pasiones, esconder nuestros deseos, aplastar nuestras ganas. Lo que nos agota es ponernos una máscara ordinaria para esconder que, en realidad, somos absolutamente extraordinarios.
Creo que merece la pena hacer el esfuerzo. Salir del eje. Buscar otro camino. Arriesgarnos. Hacernos gigantes. Porque aunque nos haga perder algo de sueño por el miedo a lo desconocido, aunque nos haga llorar de vez en cuando de puro cansancio, sospecho que, si no nos encerramos a nosotros mismos en cajas pequeñitas, si comprendemos al fin la magnitud de lo que somos, comenzaremos a hacer maravillas...
miércoles, 30 de abril de 2014
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"Lo que nos agota es ponernos una máscara ordinaria para esconder que, en realidad, somos absolutamente extraordinarios." Me ha encantado, y me resuena dentro.
ResponderEliminarmenuda cocina!!! como siempre, leerte me encanta! majose.
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