Mi rutina diaria ha cambiado bastante en las últimas semanas. Hacia finales de verano, tomé la decisión de buscar un trabajo a media jornada, como apoyo económico para complementar mi negocio. Una mezcla de suerte y habilidades hizo que, afortunadamente, no tardara mucho en encontrarlo y ya llevo dos semanas haciendo un trabajo que nunca pensé que disfrutaría y que, sin embargo, me está aportando muchísimo más de lo que esperaba. Desde el principio, se ha mostrado como una buenísima experiencia de vida, un aporte de conocimientos y una forma muy disfrutable de pasar mis mañanas y me siento inmensamente agradecida por haber podido encontrarlo.
Por otro lado, la constante preocupación por el dinero y el estrés que irremediablemente conlleva ser autónomo en verano (uno de los periodos de vacas flacas para la mayoría de nosotros), me hizo decidir retomar mi conexión con prácticas energéticas y espirituales que tenía algo abandonadas. Comencé a practicar Reiki todas las mañanas, a meditar, a mantener mi casa y mi mente en silencio en lugar de llenarlo todo de ruido desde el momento en el que salía de la cama (móvil, música, tele, etc). Cuando comencé mi trabajo por las mañanas, toda esta rutina sufrió, porque no hay tiempo material para todo, pero me estoy asegurando de mantenerla como parte de mi día, ya que realmente me ayuda a mantener el corazón en paz y la mente en quietud.
Claro que no siempre funciona. Para empezar, es necesaria muchísima disciplina para mantener el hábito todos los días. Incluso con algo que nos hace tanto bien, es fácil caer en la vagancia, en la desidia, acomodarnos en otras actividades que requieren menos concentración y menos esfuerzo. Pero es que la paz interior no viene sola. En el mundo loco en el que vivimos, en el ir y venir de nuestras vidas llenas de actividad, de estrés, de preocupaciones y de ruido, quien se mantiene en paz no lo hace por arte de magia. El corazón calmo se trabaja cada día.
Noto muchísima diferencia entre los días en los que practico mi espiritualidad y los días en los que no lo hago. Mi perspectiva con respecto a los obstáculos y baches del camino es completamente distinta. También cambia radicalmente la relación entre mis miedos y mi esperanza. Mi mente se aclara de una forma realmente extraordinaria. E incluso el tiempo, que suele escapar entre mis dedos como humo, parece ralentizarse... de repente, tengo tiempo para todo, casi como si éste se estirara como chicle para acomodar todas mis actividades.
Cuando más difícil es pensar en sentarse a aquietar la mente y el espíritu, más importante es que lo hagamos. Porque cuando estamos preocupados, cuando tenemos miedo, cuando el futuro se nos presenta lleno de bruma, lo que menos nos apetece a veces es sentarnos a buscar la paz interior. La mente, que se trampea a sí misma todo el tiempo, busca alivio inmediato y radical: comida basura, perderse en programas de televisión sin sentido, alcohol, tabaco, sexo... cualquier cosa que le permita alejarse de esa situación dolorosa y escapar, aunque sea por unos minutos. En esto radican muchas adicciones, muchos casos de sobrepeso/obesidad y muchos otros comportamientos nada saludables tanto para el cuerpo como para la mente.
Pero si somos capaces de tomarnos una pausa, por muy pequeña que sea, de parar unos segundos y reflexionar sobre lo que nos está atormentando, ser conscientes de ello y no huir de la realidad, sino enfrentarla de cara - con el corazón y la mente en calma - el tormento se reducirá de forma radical. Y no solo eso, sino que encontraremos que no necesitamos ponerle una tirita inservible al problema. Que somos muchísimo más fuertes que él. Y muchísimo más capaces de lo que pensábamos para enfrentarlo, pelearlo y superarlo. Sea el que sea.
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