lunes, 30 de septiembre de 2013

¿QUÉ TE CUESTA?


El otoño ha llegado de repente, como lo vienen haciendo todas las estaciones en los últimos años. Gracias al calentamiento global, ya no hay cambios graduales, todo viene de sopetón y sin avisar y nos tenemos que adaptar a ello como podemos. Nos cuesta, al igual que nos cuesta adaptarnos a nuevas situaciones vitales. Ésas también vienen sin avisar; cuando menos lo esperas tu vida da un giro de 180 grados y ya nada es lo mismo. Es muy sencillo: si consigues adaptarte, sobrevives. Si no, te hundes.

Hace unos días, estaba de compras en el centro de Madrid. Iba pensando en que el ánimo colectivo cada vez parece más decaído, más triste, más desganado. Cada vez es más difícil sacar una sonrisa a un dependiente o a un camarero. El caso es que, en las ocasiones en las que yo he hecho el esfuerzo personal de sonreír cuando estoy triste o enfadada, siempre ha merecido la pena. Con ese sencillo gesto, yo me he sentido mucho mejor y además he notado que la persona a la cual ha ido dirigido también lo ha notado. Ese día, en el centro, pensé: ¿qué nos costará sonreír? ¿Realmente es tan difícil hacerlo, aunque no nos apetezca?

Supongo que todo es cuestión de práctica. Mi amiga Arantxa me solía decir que, si sonríes con suficiente frecuencia, aun cuando no tengas ganas, al final te acaba saliendo de manera natural. Y tenía toda la razón. Pero no practicamos. Al menos, no con la frecuencia necesaria. ¿Y quién nos puede culpar? Vivimos en un mundo que va a mil por hora, somos esclavos del dinero, de las preocupaciones, del estrés. Cuando has estado tantas horas delante de la pantalla de un ordenador que tus ojos ya no ven con claridad, cuando tu cabeza está embotada de preocupaciones, cuando no encuentras la manera de llegar a fin de mes, cuando no ves la luz al final de tu túnel (sea el que sea)... ¿de dónde sacas la sonrisa?


La paradoja es que las personas más sensibles, las que mayor capacidad tienen para ver el lado positivo de la existencia, las que más probabilidades tienen de lanzarte una sonrisa o una palabra amable, también son las que más sufren con las cosas negativas. Ven cada injusticia, cada mal rato, cada sufrimiento... y viven los malos tragos hasta tal punto que cada vez les apetece menos sacar ese poquito de alegría... y menos aún regalársela a nadie.

Personalmente, desconfío de las personas que están siempre contentas. Es imposible. Y, normalmente, esas personas que se jactan de estar siempre bien suelen tener sonrisas que no les llegan a los ojos. No pasa nada por no querer sonreír. La vida es complicada y bastante cruel... no podemos tener la expectativa de robotizarnos en una sonrisa perenne. Lo que sí podemos hacer, sin embargo, es seguir practicando. Intentarlo, al menos. Cuando nos sea posible, sonreír, decir alguna palabra amable, realizar algún pequeño gesto de bondad. Aunque no lo creamos, en los tiempos que corren es posible que nuestro gesto sea la mejor parte del día de alguien. Y lo que es más importante, ese gesto que tan insignificante parece, tiene el poder de cambiar tu propia actitud y dar la vuelta a tu manera de mirar todo lo que te rodea.

2 comentarios:

  1. Claro que sí!!!! También lo he puesto en práctica y ha funcionado...sonreír desde adentro cada vez que sea posible es como saborear un rico caramelo y hacerle un guiño a la alegría a flor de ojos...
    Vuele una gran sonrisa para ti!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

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