viernes, 6 de diciembre de 2013
¿ERES LIBRE?
Esta semana he tenido unos días de vacaciones y he decidido pasarlos en Madrid, encargándome de todas las cosas para las que el trabajo no me ha dejado tiempo en los últimos meses y preparándome para mi nueva etapa laboral. Puesto que el ejercicio físico se ha convertido en algo esencial en mi vida en los últimos tiempos, antídoto contra el estrés, la tristeza, el desánimo, algún que otro kilito de más y los pequeños achaques, también he aprovechado estos días para moverme más de lo habitual.
Como parte de este plan de salud, he estado caminando con mi perrita Julieta, desde nuestra casa en Quintana hasta el parque del Retiro. Son unos cincuenta minutos de caminata a paso vivo lo cual, unido a los cincuenta minutos de vuelta, me ha dado una buena dosis de bienestar tanto físico como emocional. Pero una de las cosas que más he disfrutado de este plan ha sido la experiencia de Julieta en el Retiro. Acostumbrada a parques menos verdes y bastante más pequeños, su reacción la primera vez que la solté allí no se me va a olvidar nunca. Su cara de felicidad y su manera de correr, loca de libertad, hizo que muchas de las personas que paseaban por el parque se pararan a contemplarla.
Y es que la libertad es difícil de ignorar. Nos encanta ver la libertad pura e inocente de los animales y de los niños porque, de una manera u otra, todos aspiramos a ella. En general, nos gusta pensar que somos libres y nuestra sociedad nos vende este concepto como algo nuestro, dado por hecho, totalmente accesible. Hablamos de los abusos contra la libertad en países menos democráticos que el nuestro, en culturas más opresivas. Nos sentimos afortunados por estar en nuestra piel y no en la de la vecina de al lado, que tiene un marido maltratador que no la deja vivir. O en la del amigo que está atrapado quince horas al día en una oficina gris sin ventanas. O en la de nuestra compañera de trabajo, que nunca se viene de copas porque tiene tres niños pequeños esperándola en casa.
Pero estamos engañados. En realidad, ¿cómo se mide la libertad? ¿Quién sabe si es más libre que la persona que tiene al lado? Y, aunque no nos guste pensarlo, ¿hasta qué punto coarta nuestra libertad el mundo en el que vivimos? Si lo pensamos con objetividad, nos daremos cuenta de que casi nadie es totalmente libre. Somos esclavos de lo que nos rodea (publicidad, prohibiciones, reglas a seguir), de la gente (opiniones, el qué dirán, chantajes emocionales) y, sobre todo, de nosotros mismos: de los sentimientos que nos cohíben, de los que nos hacen enloquecer, de los que nos rompen el corazón sin que podamos hacer nada por evitarlo. Somos esclavos de nuestros prejuicios (sobre todo de los que ni siquiera sabemos que tenemos) y de nuestro ego, que nos juega malas pasadas cuando menos lo esperamos.
Puesto que durante la mayor parte de mi vida he estado inmersa en el mundo del teatro, donde se manejan unos egos verdaderamente descomunales, me he preguntado en innumerables ocasiones si en realidad no será casi todo una cuestión de establecer nuestro sitio, de no ser infravalorados, de no perder nuestro estatus en la manada. Creo que una grandísima parte de nuestro sufrimiento, de nuestros problemas emocionales, de nuestros desacuerdos con la gente que nos rodea, se deben a ese monstruo invisible que nos maneja como si fuéramos marionetas. El resto es culpa, es frustración, es miedo. Nuestras peleas y nuestro rencor hacia los que nos han dañado responden a todos los pequeños y grandes sentimientos que nos esclavizan.
No, no somos libres. Nadie - o casi nadie - lo es por completo. Y la peor cárcel, las cadenas más difíciles de romper, son aquellas de nuestra propia mente. Liberarnos de todo ello no es imposible, pero sí requiere un trabajo diario y duradero, al que hay que aplicar - sobre todo - una gran cantidad de paciencia con nosotros mismos.
Es muy posible que en la mayoría de los casos, éste sea un trabajo eternamente en progreso, pero eso no importa. Lo importante es seguir haciendo el camino día a día, paso a paso, cadena a cadena, teniendo en mente en todo momento esa deseada libertad, sin ataduras con los demás y, sobre todo, sin miedo a mandar a los demonios de nuestra mente a paseo para siempre.
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Yo pienso que no somos totalmente libres. También depende de como quieras interpretar «libertad», en mi opinión, ya sea por la razón (prejuicios, formación, temores), o por el instinto, siempre estamos coartados.
ResponderEliminarDicho esto, limitándonos a la libertad de acción en actividades cotidianas, sí tenemos posibilidad de elegir. Pero requiere un esfuerzo, un entendimiento y una responsabilidad que muchas veces no se quiere asumir.
Libres, libres, absolutamente libres es casi imposible viviendo en este sistema y esta sociedad.
ResponderEliminarInternamente podemos romper cadenas, prejuicios, miedos y la tarea, como bien dices querida Pari, es día a día. El hecho de inentar conseguirlo ya abre puertas y ventanas. Quienes tenemos la suerte de expresarnos a través del arte, la música en mi caso, encontramos una vía sin límites si verdaderamente entregas cuerpo y alma en ello. Ser uno mismo, quizás desde los filosófico, también es algo a tener en cuento. Creo que para lograrlo hay que estar en guardia, muy atentos. Y avanzar!
Nadie es libre por completo, en cuanto tiene al lado a otra persona y convive en sociedad.
ResponderEliminarPero quizá la libertad verdadera no es aquella que se muestra y se ve, y se palpa. Quizá la verdadera libertad sea la interna, la de la persona que siente que está a gusto consigo mismo.