Hace unos días cumplí treinta y cinco años. Entre las numerosas felicitaciones (es lo que tiene la era de Facebook, que todo evento o fecha señalada se eleva a la enésima potencia) alguien me preguntó si me sentía más sabia. No era más que una broma, un comentario divertido añadido al mensaje de felicitación, pero me hizo pensar. ¿Me he vuelto más sabia con los años? ¿He aprendido algo importante? ¿O, mas bien, he seguido cometiendo los mismos errores que cometía en mi veintena? ¿Habrá cosas que nunca aprenderé, que me seguirán pesando sobre los hombros año tras año, sin que pueda evitarlo?
El caso es que los treinta y cinco me han pillado de sorpresa, como si no me hubiese dado cuenta hasta ahora de que me iba haciendo cada año un poquito mayor. En los días anteriores a la fecha, de pronto fui tremendamente consciente de que no voy a ser joven para siempre, de que el tiempo va pasando, implacable, llevándose consigo deseos y sueños por cumplir. Y me pareció de repente que podía haber hecho mucho más con estos años, que podía haber disfrutado más, haberme preocupado menos, haber sido más alegre, menos seria, más tontorrona, menos responsable.
Sin embargo, lo que suele ocurrir en estos casos es que, tras el agobio inicial, tras el día señalado, tras la fiesta, tras las emociones y los regalos y los deseos cumpleañeros... todo vuelve a su cauce y podemos recapacitar. Y sólo entonces podemos hacer un análisis real y sincero de los años que hemos dejado atrás.
Y, al hacerlo, yo me he dado cuenta de que - afortunadamente - he vivido como he querido vivir. Es cierto que he tenido (y sigo teniendo) mis preocupaciones excesivas, mis paranoias, mis neurosis... Pero, al fin y al cabo, cuando he querido conseguir algo, he ido a por ello; cuando he querido vivir una experiencia, lo he hecho, sin esperar que llegara a través de otra persona o caída del cielo por milagro.
Durante mi mini-crisis existencial, tuve la idea de hacer una lista de treinta y cinco sueños que quiero cumplir durante este año. Y la verdad es que me costó una barbaridad redactarla. La razón fue, precisamente, que no me suelo dejar cosas pendientes para más tarde: si tengo un sueño, lo cumplo (o al menos lo intento). Y aunque esto resultara frustrante durante la redacción de la lista, fue maravilloso darme cuenta de que era así porque cumplo mis sueños día a día.
En estos días también he recordado - más que nunca - que mi vida siempre ha estado llena de Amor. Ha venido de cientos de maneras distintas, pero siempre ha estado aquí, omnipresente en mi existencia, fuerte, infinito e inamovible. Y quizás lo que sí he aprendido en estos años (será que sí me he vuelto algo más sabia) es que todas esas formas de Amor son únicas e irrepetibles y que cada ser que habita a nuestro lado nos ama como sabe, como puede, como quiere. Y así es como tiene que ser. Padres, madres, hermanos, parejas, animales, amigos que siempre están presentes, hijos, compañeros, amigos lejanos, amigos que vuelven... todos nos quieren a su manera, igual que nosotros les queremos a la nuestra. Solamente cuando entendemos esto, somos capaces de dejarnos amar con libertad y de devolver ese amor de manera completa, sin condiciones, sin ataduras y sin caducidad.
Y se me ocurre que, en mi treinta y cinco cumpleaños, ser consciente de esto es sin duda alguna el mejor de los regalos.
Me encanta el artículo, chica sabía! Además, salgo yo en una de las fotos! Que honor ser parte de tu camino cada día más cerca hacia la sabiduría! Besos, Juliana
ResponderEliminarQué bueno, Parisa. Gracias por compartirlo con nosotros. Muchos besos. Dominique
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