En los últimos meses, he tenido la suerte de ir conociendo poco a poco a mis primas paternas (todas mujeres puesto que, por alguna razón, hay una abrumadora mayoría femenina en nuestra familia). Ésta ha sido una experiencia realmente maravillosa para mí: redescubrir a mi familia después de tantos años de distancia ha sido realmente bello. Además, he tenido la gran suerte de conectar muy especialmente con una de ellas, hija de un hermano ya fallecido de mi padre, al que me hubiera encantado conocer. Esta prima fue la encargada de darme mi primer regalo de cumpleaños de este año: un precioso libro de poemas y una tarjeta grabada con la voz de su niña de cuatro años, felicitándome. El paquete me llegó unos días antes de mi cumpleaños y lo abrí en plena calle, incapaz de esperar para ver lo que contenía. Como resultado, la mitad de mi barrio me vio llorando de emoción sentada en un banco al lado del quiosco de periódicos, pero me dio igual.
Y es que ésta es una más de las múltiples cosas en las que nos parecemos mi prima y yo: que demostramos lo que sentimos sin importarnos lo que piensen de nosotras. Mi prima me dijo una vez que le solían decir que bailaba como si nadie la estuviera mirando. Se lo decían en sentido literal, pero me atrevo a decir con total seguridad que así vive su vida en general.
Yo pasé muchos años de mi vida haciendo lo que se esperaba de mí y preocupándome tremendamente por lo que pensara o dijera la gente. Cuando era pequeña y decía que algo me daba vergüenza, mi madre me solía decir: "¿Vergüenza? ¡Qué tontería! Vergüenza les tendrá que dar a los ladrones y a los asesinos, ¡a ti no!". Claro que cuando era pequeña esto me parecía una chorrada, pero el caso es que mi madre tenía toda la razón.
Ahora, a mis 31 años, he modificado el dicho de mi madre, cambiándolo por: "vergüenza me dará dentro de 10 años cuando me arrepienta de no haber hecho esto"... y últimamente no me privo de hacer ni de decir nada. Entiendo que, mientras no le haga daño a nadie (incluyéndome a mí misma), es lo mejor que puedo hacer con mi vida. He dejado de posponer viajes para "un mejor momento", de tragarme lo que quiero decirle a alguien porque "no es apropiado" y de pensar en si "haré el ridículo" poniéndome tal o cual cosa. Porque si algo me hace feliz, ¿por qué no hacerlo? Y, como dice la tradición Zen, si no ahora, ¿cuándo?
Ya que ha quedado más que claro que lo único que tenemos es el ahora y que ni siquiera sabemos lo que va a pasar dentro de cinco minutos... vivamos ahora: dejemos de posponer la vida.
Mi prima cuenta en su blog que su padre y ella hablaban todos los días para decirse que se querían y que el día que él falleció, ella le había visitado en su oficina... lo hizo porque le apeteció de repente, sin pensarlo, por instinto... y a día de hoy ella sigue agradeciendo esa última oportunidad que le dio la Vida de ver a su padre y de pasar ese rato con él. No fue una casualidad y ocurrió porque ella hizo lo que su corazón le decía que hiciera en ese momento.
Así intento vivir mi vida, tanto en las cosas grandes como en las pequeñas. De esta filosofía viene todo lo que hago últimamente: el viaje a Nantes que me auto-regalé por mi cumpleaños, la tiara brillante que me puse en mi fiesta simplemente porque me encantaba, mi forma de comer, de reír, de hablar y de querer... de ahí viene todo... o al menos eso creía hasta hoy.
Hoy, gracias a mi terapeuta, me he dado cuenta de que hay un aspecto de mi vida en el que, sin querer, no he estado aplicando esta filosofía en los últimos meses... porque en el aspecto sentimental, ha habido demasiados tortazos, demasiadas caídas y demasiado dolor como para seguir arriesgando.
Pero quizás haya llegado el momento de quitarme lastre, de romper barreras, de volver a creer que merece la pena arriesgar, no solamente por todo lo bueno que puedo conseguir, sino por el simple hecho de hacerlo, de vivir... de bailar como si nadie estuviera mirando.
Durante mi viaje a Nantes, tuve la oportunidad de pasar tiempo con mi amiga Dominique, que amablemente me acogió en su casa, me enseñó los alrededores, me ofreció todo su cariño y amistad e incluso me dio una sesión de Reiki. Después de la sesión, me dijo que mi energía (debo añadir que por primera vez en muchísimo tiempo) está realmente equilibrada. Es cierto, lo está. En todos los aspectos menos en uno.
Hoy ha llegado el momento de trasladar ese equilibrio también a mi vida sentimental. Porque si no ahora, ¿cuándo?

Antigua foto de mi tío (izquierda) y mi padre (derecha)

Mi prima y su hija (mi linda "sobrinita")
Yo, en mi viaje a Nantes
En mi fiesta de cumpleaños, ¡con mi tiara brillante!