domingo, 30 de agosto de 2015

TIEMPO Y LIBERTAD


Dentro de un par de días, hará tres meses desde que dejé mi trabajo en el sector farmacéutico para dedicar todo mi tiempo a mi consulta de terapias naturales y nutrición. Tuve muchas dudas antes de dar ese salto y lo cierto es que también he tenido algunos altibajos de ánimo en estos tres meses. He sentido preocupación, agobio, incluso miedo. Por otro lado, en las primeras semanas me costó un poco adaptarme a mi nueva rutina... o, debería decir, a mi repentina falta de rutina. Tras quince años de levantarme todas las mañanas y hacer exactamente lo mismo, saber a dónde tenía que ir, qué debía hacer, qué se esperaba de mí... levantarme de pronto cada día con un sinfín de posibilidades de las que - para colmo - la única responsable era yo, resultó ser bastante más complicado de lo que había anticipado.

Afortunadamente, soy una persona muy adaptable. Además, una de las cosas que aprendí a hacer a la perfección en quince años de trabajo corporativo fue organizarme de manera absolutamente eficaz. Por lo tanto, tras unas semanas de bastante caos, conseguí por fin sentirme cómoda en mi nueva no-rutina. Y ha resultado ser todo un descubrimiento.

Por supuesto, cierto grado de rutina y, sobre todo, una buena disciplina de trabajo son esenciales para montar un negocio. Pero creo que en el inconsciente colectivo existe la sensación de que ser autónomo y/o montar un negocio implica un esfuerzo y un desgaste de tiempo y energía que rozan la esclavitud. Tenemos la imagen del autónomo que no para, que nunca descansa, que no se puede poner enfermo. Siempre que pensamos en alguien que monta negocio propio, nos lo imaginamos de un lado para otro como el Correcaminos, sin tiempo para nada más que para trabajar. Por otro lado yo, personalmente, fui educada en la cultura del esfuerzo. Desde pequeña, se me enseñó que para triunfar, hay que trabajar. Mucho. Muchísimo. Y que las recompensas vienen después de completar el esfuerzo. Esta educación es la que me ha traído hasta donde estoy, la que me ha dado todos los triunfos personales y profesionales que he conseguido.

Sin embargo, entre las muchas cosas que ya he aprendido en estos tres meses, una de las más importantes es que trabajar para uno mismo puede ser muy duro y cansado, pero también tiene la gran ventaja de que puedes compaginarlo con el resto de tu vida como a ti te dé la gana. Y esa libertad es prácticamente mágica.

En estos tres meses, mi hermana ya me ha dicho varias veces: ¡es que me encanta tu ser autónomo! Y es que la libertad que siento, unida a la felicidad que trae hacer lo que de verdad me gusta, me ha convertido en una persona infinitamente más alegre y más tranquila. Ahora es mucho más difícil que algo me altere. Si voy a Hacienda y no me atienden por tonterías burocráticas, aprovecho la mañana para dar un paseo por el Retiro. Si un paciente cancela su cita, aprovecho para terminar de leer mi libro. Si en Agosto casi no hay pacientes, aprovecho para cerrar la consulta una semana y mudarme a un sitio mejor.



Pero sobre todo, me encanta que ninguno de mis días sea exactamente igual que el anterior o que el siguiente. Me encanta poder acompañar a mi madre al médico a las 11 de la mañana, o improvisar una comida con mi hermana. Hace un par de semanas, gracias a mi amiga Yolanda, tuve la oportunidad de hacer la traducción simultánea en una entrevista con Ernest Thompson, autor de El Estanque Dorado. La entrevista era a mediodía, pero hice tan buenas migas con él y con su mujer que acabé comiendo con ellos e intercambiando datos de contacto para vernos en Londres en unos meses. Esa experiencia increíble la pude tener únicamente gracias a la libertad que me otorga el ser dueña de mi tiempo.




En todos los años que pasé trabajando en el mundo corporativo, lloraba con mi madre al teléfono una media de una vez al mes. Intentaba expresar mi terrible frustración por hacer todos los días lo mismo. Por supuesto que el hecho de que el tipo de trabajo que realizaba no me gustara era un factor muy importante en lo que sentía, pero realmente lo que me ocurría es que era víctima del síndrome del hamster:  estaba atrapada en una rueda en la que corría y corría y, sin embargo, nunca llegaba a ningún lado. Desde luego, era una vida mucho más segura que la que tengo ahora.

Sin embargo, a día de hoy e incluso durante mis mayores picos de preocupación económica, incluso cuando me despierto sobresaltada por la noche pensando en estrategias de marketing, en captación de clientes y en todo lo que me queda por aprender, la sensación de libertad sigue estando ahí. Es la base de todo. Lo demás es secundario. Y eso, sencillamente, no se paga con dinero.