viernes, 26 de agosto de 2016

LOS VELOS INVISIBLES


En pleno apogeo de la polémica del burkini en occidente, me encuentro estos días planteándome muchas cuestiones sobre la libertad. Sin ánimo de entrar en temas de política o religión en este blog (no lo he hecho nunca y no tengo intención de empezar a hacerlo ahora), todas las opiniones que he estado oyendo y leyendo en estos días me han hecho plantearme muchas cosas sobre mi propia vida y, en general, sobre la manera de vivir que tenemos en esta sociedad supuestamente moderna y libre.

He estado pensando mucho en lo que es realmente la libertad y en si hay alguien en todo este mundo que realmente sea poseedor de eso que consideramos un derecho, ese bien preciado que anhelamos por encima de todo, llevándonos las manos a la cabeza cada vez que consideramos que ese maravilloso tesoro le ha sido arrebatado a alguien.

Escribo desde el punto de vista de una exiliada. Exiliada de un país en el que aún es obligatorio llevar hijab si eres mujer. Mis padres tomaron la excelente decisión de sacarme de ese país, en el que las libertades de antaño habían sido sustituidas por interpretaciones ridículas del Corán, utilizadas para someter al pueblo en favor de la comodidad y la conveniencia de unos cuántos. Salimos y pusimos rumbo a occidente, a un país supuestamente libre, a una sociedad en la que, al menos teóricamente, cada uno tiene la libertad de ser como quiera ser.  


Gracias a esa decisión de mis padres, no he tenido que vivir tapándome la cabeza con un hijab. No he sido perseguida por mis creencias, ni por la falta de ellas. He tenido libertad de expresión, libertad para vivir mi sexualidad, libertad para dedicarme a lo que me ha dado la gana. He tenido la fortuna de vivir libre.

Sin embargo, estos días no dejo de pensar en todos esos pequeños micro-atentados contra esa libertad. Ésos de los que casi nunca somos conscientes. Ésos que, aunque no nos demos cuenta, nos acompañan en cualquier sociedad. Los describo desde el punto de vista de la mujer, no sólo porque lo soy, sino porque creo que todos podemos estar de acuerdo en que la mujer se suele llevar la peor parte de todas esas afrentas:

¿Vas a salir a la calle vestida así? 
No vayas tan ajustada, que parece que vas provocando
¿Qué hiciste exactamente para evitar la violación?
¡Vaya jaca! ¡Te voy a comer todo el...!
Qué guapa eres... si te maquillaras un poco atraerías todas las miradas
Sácate partido
Tíñete las canas
Con esa cara tan bonita que tienes, si te quitaras esos kilos de más, serías irresistible

Vivimos en una sociedad a la que se le llena la boca hablando de ese gran atentado contra la libertad que es el burkini, pero que falla a la hora de identificar sus propios atentados. Una sociedad en la que la mujer que se acuesta con un hombre casado es un buscona (el hombre es simplemente... un hombre), la mujer que disfruta de su vida sexual es una zorra (el hombre que hace lo mismo es un machote), la mujer que viste de manera sensual porque ama su cuerpo es una fresca (el hombre que se siente con derecho a hacer un comentario soez sobre su aspecto - o incluso a tocarla - está perdonado, porque ella lo iba buscando). 


Al mismo tiempo, la mujer que no se maquilla no se está cuidando, la que tiene unos kilos de más es gorda y vaga, la que no se tiñe las canas se está dejando envejecer, la que está sola después de los 35 es una solterona, la que no ha tenido hijos no sabe lo que es ser una mujer de verdad.

Quizás no vivamos tapándonos la cabeza con un velo, pero nuestro mundo, lejos de ser completamente libre, es en muchos sentidos una fabricación, una ilusión de libertad sustentada por cientos de velos invisibles que casi siempre se nos olvida cuestionar.

Creo que, además de ver la paja en el ojo ajeno, debemos comenzar a prestar atención a lo que pasa aquí, en nuestro entorno, en nuestras propias vidas. Todo atentado contra la libertad de cualquier ser vivo es una aberración. El hijab y el burkini lo son, pero ha llegado el momento de mirar también con ojo crítico lo que pasa en nuestro propio día a día. Únicamente conociendo la realidad de nuestras vidas seremos capaces de rebelarnos contra lo que nos ata y lo que nos empequeñece. Sólo así empezaremos a vivir más cerca de nuestro máximo potencial y, sobre todo, más cerca de la auténtica libertad.