jueves, 30 de noviembre de 2017

TRAS LA ESTELA DE GERTRUDIS


La semana pasada, Hamlet se representó en el Colegio Inmaculada Marillac de Madrid. El casting, los días de verano memorizando el papel - rodeada de naturaleza - en el pueblo de mi madre, los ensayos, a los que llegaba con el corazón lleno y el alma envuelta en el personaje y los días de las funciones, en los que todo lo demás perdía importancia y sólo podía pensar en subirme a ese escenario... todo ha pasado tan rápido como en un sueño.

Entender las motivaciones de Gertrudis no fue tarea fácil. Gran parte de mi trabajo sobre el personaje fue llegar a comprenderla, entender el por qué de sus decisiones y de sus acciones, para poder llegar a meterme en su piel con completa convicción. Afortunadamente, hay dos cosas importantes que me unen a ella, dos cosas más fuertes que cualquier duda que pudiera tener: el amor y la pasión.

El deseo de Gertrudis por Claudio es como una cascada imparable, como una fuerza de la naturaleza imposible de aplacar, ni con culpa, ni con lógica ni con ningún tipo de razonamiento. Ese deseo llovió sobre mí con fuerza y permití que se apoderara de mi corazón y de mi cuerpo, sin miedo y sin vacilación. Pero junto al deseo también había amor, no sólo por Claudio, sino también por su marido fallecido y - por supuesto - por su hijo; ese amor maternal que movería montañas. Gertrudis resulta ser víctima de todo ese amor, condenada a vivir dividida entre su hijo y su marido, entre el deseo y la culpa, entre la dicha y la tragedia.


Me enamoré de ella. La quise cada día un poquito más y me costó decirle adiós, aunque me doy cuenta de que no se ha ido del todo, que se va a quedar conmigo... así como lo han hecho todas sus enseñanzas. Gertrudis y yo sabemos que se puede amar a dos personas a la vez, de distintas formas, pero con la misma intensidad. También sabemos que el amor no está reñido con la traición, que nadie es completamente bueno ni completamente malo y que el amor, por muy grande, espectacular y magnífico que sea, no siempre garantiza un final feliz.

Por otro lado, del proceso de Hamlet he aprendido muchas otras cosas. La más importante de ellas ha sido ser consciente de la subjetividad de las críticas, de lo efímero de las opiniones ajenas. Aprender que mi proceso actoral, ése que me ha envuelto entera para convertirme en mejor actriz y en una persona más completa, no tiene nada que ver con lo que piensen los demás, ha sido el paso más grande que he dado gracias a esta producción. El actor - como cualquier artista - parece estar condenado a vivir en el ojo ajeno. Por definición, trabajamos para el público y, al hacerlo, le damos tantísimo poder que corremos el riesgo de olvidar la razón real por la que hacemos lo que hacemos. Esta producción me ha recordado que me dedico al teatro porque no puedo no hacerlo, porque corre por mis venas igual que mi sangre, porque recorre mis pulmones como el aire que respiro, porque me hace mejor persona, porque lo necesito para ser yo.

Isabel Allende dijo una vez: ¿Por qué escribo? Porque estoy llena de historias que me exigen ser contadas, porque las palabras me sofocan, porque me gusta y lo necesito, porque si no escribo se me seca el alma y me muero. Así es como me siento yo con respecto al teatro. Y esta producción me ha hecho recordar y afianzar esta realidad de una vez por todas.

Porque es mi lenguaje. Porque sin él respiro peor. Porque me permite perderme y encontrarme todos los días. Porque exorciza mis demonios. Y porque si el día que me muera mi vida pasa por delante de mis ojos, quiero verme sobre un escenario... que es mi sitio, siempre.