miércoles, 27 de julio de 2016

RAÍZ Y ESENCIA


Mañana me voy de viaje a Budapest. Tal y como ya hice hace cinco años, voy a reunirme con mi pequeña Torre de Babel. Os hablé de ella en esta entrada:

http://mipequenoteatrodesuenos.blogspot.com.es/2011/07/traves-del-tiempo.html

Mi familia, que ha estado desperdigada por el mundo desde que tengo uso de razón, compuesta por personas que han adquirido las costumbres de sus países adoptivos, nuevas generaciones que ya ni siquiera hablan persa, todos nosotros separados, desarraigados de nuestro mundo y convertidos en ciudadanos forzosos del mundo occidental. Y, sin embargo, encontrarme con ellos me hace volver a mi esencia más profunda, me hace sentir arraigada, parte de una tribu, perteneciente al clan.

Cuando era pequeña, el hecho de ser exiliada, de no tener una gran familia a mi alrededor, de no conocer a mis abuelos, a mis primos... me hacía sentir perdida, casi vacía. Me daban envidia mis amigas, porque vivían jugando con sus primos, yendo a la boda de la cuñada de su hermana, visitando a los abuelos el Domingo y peleándose con toda la familia en navidades. Yo sólo tenía a mis padres y a mi hermana y ésa fue una de las razones por las cuales, desde el principio, fuimos una familia tremendamente unida. Con el tiempo, encontré mi propia identidad y el hecho de haber sido arrancada de mi tierra siendo tan pequeña dejó de parecer algo tan trágico. La educación que me regalaron mis padres y los caminos que fui tomando en mi vida hicieron que comenzara a verme, no como una persona desarraigada, sino más bien como una ciudadana del mundo. Los conceptos de nacionalidad, raza e incluso religión se han ido diluyendo en mi cabeza hasta desaparecer y han sido sustituidos por sentimientos de internacionalidad, conexión y espiritualidad.


Uno de los grandes retos del ser humano es encontrar su verdadero ser, su esencia más pura. Vivimos en una sociedad tan condicionada por nuestros miedos, por la inseguridad, por los intereses de unos cuántos, que detrás de cada esquina siempre hay alguien diciéndote quién eres o quién deberías ser. El reto es escapar del camino trazado y buscar la verdad. No es tarea de unos días. Y tampoco creo que sea un trabajo con un principio y un fin. Todo lo que yo he ido construyendo en estos años ha sido a base de mucho trabajo personal y no creo ni por asomo que haya terminado. Lo que sí es cierto es que ahora, a diferencia de hace unos años, convivo conmigo misma con gusto, convencida de que quiero estar en esta relación para toda la vida, segura de que quiero arreglar lo que se vaya rompiendo y, sobre todo, de que puedo hacerlo.

Quizás por eso, porque mi relación conmigo misma ha madurado lo suficiente como para poder volar lejos y sin ayuda, ayer me despedí definitivamente de mi terapeuta de hace ocho años. Los dos estuvimos de acuerdo en que era el momento. Y sin embargo, para mí no fue tarea fácil. No porque me preocupe prescindir de la terapia: estoy más que convencida de que ya no la necesito. Pero ocho años es mucho tiempo y, cuando la persona de la que te despides ha sido una parte tan importante de tu vida, un elemento tan esencial en tu camino para convertirte en la persona que hoy eres, da mucha pena decir adiós. Aunque nos volvamos a ver en otros contextos. Aunque los dos sigamos viviendo en Madrid. Aunque podamos seguir en contacto. Aun así, ayer me sentía exactamente igual que cuando tu mejor amiga se va a vivir a otro país - estás contenta porque vuestras vidas están evolucionando, eres feliz por ella porque está haciendo lo que quiere, pero la sensación de nostalgia y esas ganas de llorar no te las quita nadie.


Por no montarle el numerito en la consulta, y porque realmente no me sentía con fuerzas de decir todo lo que sentía sin llorar, me callé, le abracé y me fui. Y aunque sé que él es consciente de lo que siento porque se lo he dicho muchas veces, también se lo tengo que decir desde este blog porque se lo merece:

Que ha sido la persona que más cosas ha sabido de mí en estos años (más, incluso, que mi propia familia). Que la persona en la que me he convertido existe en gran parte gracias a él y que le estaré eternamente agradecida por haberme ayudado a encontrar mi verdadero yo. Que espero poder ayudar a mis propios pacientes como él me ha ayudado a mí, porque también me ha enseñado a ser mejor terapeuta. Y que sé que no le gustan las muestras de cariño ñoñas, así que le pido perdón por ésta.
Y que le voy a echar de menos.