lunes, 25 de enero de 2016

SÍ OCUPA LUGAR


Cuando trabajaba por cuenta ajena - intentando poner en marcha mi negocio a la vez - me frustraba por la falta de tiempo para ampliar mis conocimientos. Me formé como acupuntora y como coach nutricional sacrificando noches y fines de semana y conseguí ambos títulos a costa de falta de sueño, cervicales cargadas por estar demasiadas horas delante de un ordenador y una falta total de tiempo libre. Mereció la pena: tenía unos objetivos muy claros y no me importó hacer ciertos sacrificios para conseguirlos.

Cuando finalmente conseguí dedicarme de lleno a la consulta, me hacía ilusión pensar que, además de levantarme cada mañana para hacer algo que realmente me gustaba, tendría mucho más tiempo para ampliar esos conocimientos, para leer más, diversificar, profundizar y entretenerme con horas de lectura que antes no tenía disponibles.


Como suele pasar, la realidad no ha sido exactamente como me la imaginaba. Parece mentira, pero ahora que no tengo que trabajar durante diez horas al día para otras personas, me da la impresión de que tengo menos tiempo que nunca. Al principio no entendía nada. ¿Cómo era posible? ¿Es que me había vuelto más vaga? ¿Acaso había perdido de pronto la capacidad de multi-tasking que había cultivado durante años y años de combinar mi trabajo de oficina con otras actividades? ¿Estaba perdiendo el tiempo? ¿Dormía demasiado, pensaba en musarañas, mataba el tiempo procrastinando?

Dándole vueltas a todas estas preguntas, he ido comprendiendo las razones reales por las cuales el tiempo parece haberse comprimido tanto en los últimos meses. En primer lugar, no es ningún secreto que yo tengo un verdadero problema a la hora de estar ociosa. Todos los días me pongo el objetivo de descansar, de relajarme, de intentar pasar un ratito sin hacer nada: nunca lo consigo. Veo las fotos de mis amigos en Facebook, sorbiendo copas de vino y compartiendo jarras de cervezas en las terrazas de Madrid y me dan envidia. ¿Toda una tarde de relax? ¿Sin hacer absolutamente nada? ¡Qué suertudos! ¡Yo también quiero! Y, sin embargo, soy completamente incapaz de imitarles. Siempre hay algo que hacer. Siempre hay cosas de las que tengo que encargarme: compras para casa, pedidos para la consulta, planes de nutrición pendientes, ese artículo sobre el tratamiento de la epilepsia a través de la Medicina Tradicional China, Julieta tiene que ir al parque, yo tengo que salir a hacer ejercicio porque hoy aún no me he movido lo suficiente y el blog está sin escribir.


¿Cómo voy a tener más tiempo si me empeño en llenarlo de cosas? Son cosas que cuando trabajaba para otros no me daba tiempo de hacer. Ahora mi tiempo es mío y mis tendencias obsesivo-compulsivas no me dejan utilizarlo para descansar y relajarme. Vaya trampa.

Por otro lado, está también el hecho de que cuanto más sabemos, más queremos saber. Cuando me estaba formando como acupuntora, salía de las clases con una especie de subidón de conocimientos que me hacía tener sed de más. Salía con ganas de comprar todos los libros de referencia, de leer todos los blogs, ver todos los vídeos y apuntarme a todos los cursos. Cuanto más aprendía, más me gustaba lo que estudiaba. Cuanto más sabía, más consciente era de todo lo que NO sabía. Y entonces, de pronto, sentía que no había suficiente tiempo en toda mi vida para desvelar todos los misterios que ocupaban mi mente.

Por supuesto, tenía razón. Nunca dejará de haber cosas que no conozco, tanto en mi oficio como en el resto de mi vida. Y esto es a la vez maravilloso y tremendamente frustrante. Se suele decir que el saber no ocupa lugar, pero para los buscadores, para aquellos a los que nos da subidón entender cada día un poquito más, a la vez que comprendemos que no sabemos casi nada, el saber ocupa muchísimo lugar. Es como una droga que alimenta nuestra imaginación y nos llena, para luego dejarnos vacíos y hambrientos, a sabiendas de que somos pequeños e ignorantes frente a la grandeza de la existencia. El saber lo llena todo y, cuanto más grande se hace, más quiere seguir creciendo.

Quizás el secreto es entender por fin que, por mucho que aprendamos, por mucho que busquemos, investiguemos y comprendamos, seguiremos siendo diminutas hormiguitas en un vasto universo. Y esto es algo bueno, porque significa que, por mucho que vivamos, nuestra existencia nunca dejará de ser un increíble, hermoso e inquebrantable misterio: el mejor regalo divino para nosotros, pequeños seres mortales.