jueves, 13 de diciembre de 2012

EL EGO Y TODOS SUS COMPAÑEROS


Una de las cosas que he ido aprendiendo durante mis años en el teatro es que lo que se muestra de cara al público, lo que se ve desde fuera, no es más que una pequeñísima parte de la realidad, un mero fragmento de un todo mucho más amplio de lo que podríamos imaginar. El teatro - como todas las artes escénicas - es efímero: lo que se crea sólo permanece un momento y después desaparece para siempre. Nunca se volverá a repetir exactamente de la misma forma – esa interpretación, esa réplica, ese sentimiento nunca serán iguales. En esto radica su belleza, pero también la frustración con la que a veces se vive el oficio.

Por otro lado, detrás de ese mundo mágico que se crea sobre el escenario, exclusivo e inigualable, para ese público, en ese preciso instante, hay una cantidad de trabajo extraordinaria. Memorizar textos imposibles, las horas de ensayo, la búsqueda del personaje, la preparación del attrezzo, de la escenografía y del vestuario, el maquillaje, los efectos especiales... el trabajo del actor es relativamente agradecido, porque tras el esfuerzo viene el aplauso (y recibir el aplauso del público es una de las sensaciones más gratificantes que existe en el mundo). Sin embargo, el teatro está lleno de personas que trabajan tanto o más que los actores y que casi nunca reciben esa recompensa. Directores, productores, maquilladores, técnicos y encargados de backstage... son esos seres silenciosos que siempre están entre bambalinas, vestidos de negro y asegurándose de pasar totalmente desapercibidos. Pero la realidad es que, sin ellos, el teatro no existiría.


Alguna vez ya he mencionado en este blog que jamás he trabajado en una obra de teatro sin complicaciones, jamás he estado en una compañía sin problemas. Siempre los hay y es imposible evitarlos. En el teatro, como en todas las artes, ya sea por exceso o por carencia de aplausos, se manejan unos egos descomunales. Esto es parte de nuestra condición humana y se eleva a la máxima potencia en el mundo artístico. Los artistas tenemos cosas tan maravillosas como la pasión, la entrega y una sensibilidad maximizada gracias a años de oficio, pero nuestro lado oscuro es gigantesco y terrible e intenta salir a la luz con cada nuevo proyecto. De cada uno de nosotros depende el aprender a controlarlo.

En cualquier caso, la realidad es que en el teatro, como en la vida, lo que se aprecia a simple vista nunca cuenta la historia completa... detrás del telón de cada escenario, al igual que tras las puertas cerradas de cada hogar, hay egos y humildad silenciosa, Amor y odio, envidias y admiración, puñaladas traicioneras y actos de generosidad... un sinfín de pequeñas historias que completan el todo. En cada nueva vivencia, nos amenazan nuestro ego y todos sus compañeros: traumas, celos, miedo... fantasmas del pasado y del presente que nos anclan y no nos permiten progresar.


Quizás la única manera de asegurarnos de que no nos impiden seguir caminando es recordarnos a nosotros mismos – cada día y todas las veces que sean necesarias – que sólo son eso: fantasmas. No nos pueden hacer daño a menos que se lo permitamos. Las invenciones de nuestro ego sólo sirven para llenarnos de heridas y telarañas. Y el pasado es como un lastre que pesa – implacable - sobre nuestras posibilidades de comenzar de nuevo.

Puede que sea difícil que nuestros fantasmas se evaporen para siempre, pero nuestra determinación sí que puede conseguir dormirlos indefinidamente. Nuestro reto – y la llave a una parte importante de nuestra felicidad – es plantarles cara cada vez que intenten despertar, luchar contra ellos con nuestras mejores armas y seguir creando ese mundo en el que nuestro bienestar es mucho más importante que su existencia.



2 comentarios:

  1. "Don't worry, be happy!"

    También fuera del teatro hay mucho problema con «Ego & Co» :-) Gracias a la actual promoción del "porqué yo lo valgo", y tantos escaparates en los que aparcemos expuestos, ya no sabemos autovalorarnos si no es por medio de opiniones ajenas.

    De vez en cuando no viene mal un «egoboost» pero resulta igual de importante valorarnos nosotros mismos.

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  2. Está buenísimo lo que has escrito, acuerdo contigo, Pari. Y también con Manuel Andrés en cuanto a que "en todos lados se cuecen habas".
    Y sumo algo: los aplausos, o -para ampliar el campo a quienes no son parte del mundo artístico- el reconocimiento por lo que nos ha salido bien después de grandes esfuerzos, dedicación, tiempo empleado, y un largo etcétera es indispensable porque alimenta la usina en cualquier tarea que realicemos. Sobre todo nos reafirma y difumina a los fantasmas!

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