sábado, 17 de agosto de 2013

LA DICTADURA DE LA ESPERANZA

Está siendo un año complicado, para mí y para muchas de las personas que me rodean. Sin comerlo ni beberlo, un año que comenzó de manera prometedora y alegre, ha empezado a llenarse de pérdidas y de dolor. La amalgama de sensaciones y pensamientos que han recogido estos meses ha sido tan grande que es difícil hablar de ella de manera resumida, general. Han ocurrido cosas importantes, tanto fuera como dentro de nosotros, y creo que poco a poco irán saliendo en forma de palabras en este blog.

Esta mañana ando pensando en lo curiosas que son nuestras reacciones a las cosas que nos pasan. En muchas ocasiones, no tienen nada que ver con lo que imaginábamos que iban a ser. De manera totalmente inesperada, reaccionamos mucho mejor o mucho peor de lo que pensábamos. Por otro lado, hay ocasiones en las que nuestras reacciones vienen de un profundo y largo trabajo personal que nos ha cambiado, que nos ha preparado para esos momentos difíciles por los que todos tenemos que pasar.


En mi caso, mi trabajo personal ha hecho que transite todos los acontecimientos y experiencias vitales de estos últimos meses con una tranquilidad que nunca antes había tenido. Recuerdo que hace algunos años trabajé con un director de teatro que hacía ejercicios de relajación con nosotros antes de las funciones. Al final de los ejercicios, siempre nos decía: Corazón calmo. Yo intentaba seguir el consejo, pero hasta ahora no lo había conseguido. En estos días, la experiencia es diferente.

Es difícil explicar el camino que he recorrido para llegar a este momento. Difícil e irrelevante, porque cada individuo tiene su propio camino y contar el mío no aportaría mucho a nadie. Lo que sí puedo decir es que el momento se traduce, sobre todo, en una cuestión de confianza. De confianza en mí misma y sobre todo, en la Vida. Confianza en que Ella sabe mucho más que nosotros, en que es sabia, en que sigue su camino de manera natural, creando un equilibrio que quizás no siempre veamos, pero que verdaderamente siempre está allí.

Los problemas vienen cuando, al no confiar en ese equilibrio, nos desestabilizamos. Solemos decir que la vida es complicada, pero como decía Oscar Wilde, los complicados somos nosotros. La vida está como tiene que estar, el que está fuera de eje es el ser humano. Difícil no estarlo en nuestra sociedad: la sociedad de la impaciencia, de la inmediatez, del escepticismo. Lo queremos todo y lo queremos ya y, a menos que veamos resultados palpables, pensamos que no hay progreso alguno en nuestra búsqueda.


Para complicar aún más las cosas, el ser humano tiene esperanza. Esto es algo bueno: mantener la esperanza hace que sigamos luchando, que busquemos, que nos levantemos después de cada caída. Sin embargo, su combinación con la impaciencia con la que vivimos nuestras vidas puede llegar a ser una bomba. Porque por cada vez que nos permitimos alimentar esa esperanza de nuevo y volver a creer, hay otra caída que nos espera, otro parón en el camino, otro retroceso. Tanto es así, que acabamos viviendo bajo una especie de dictadura de nuestra propia alma, en la cual la esperanza, en lugar de hacernos felices, no nos permite soltar esas cosas que nos hacen daño repetidamente y nos mantiene atrapados en un círculo vicioso de decepción y de dolor.

He aprendido que la manera de liberarnos de esa dictadura de la esperanza, de hacer que ésta vuelva a ser un alimento para el alma en lugar de un sufrimiento, es esa confianza de la que hablo. Conseguir mantener la esperanza y, al mismo tiempo, confiar en que aquello que esperamos llegará cuando tenga que llegar - y no antes - nos convierte en seres mucho más pacientes y acerca nuestro corazón a ese estado calmo del que hablaba mi director.

Anaïs Nin dijo: no vemos las cosas como son, las vemos como somos. Si conseguimos mantener nuestra alma en paz, nuestro mundo mejora, evoluciona, cobra sentido, fluye... tal y como lo hacemos nosotros.


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