lunes, 27 de octubre de 2014

SE HACE CAMINO AL ANDAR


Hace unos días se cumplieron seis meses desde que me cambié de trabajo. El cambio vino casi sin querer, inesperado. Mi idea original era continuar en mi empresa de hace diez años hasta que pudiera dar el salto a mi propio proyecto profesional. Pero si algo me ha quedado claro en los últimos tiempos es que la vida casi nunca sale como nos habíamos imaginado. Para bien o para mal, ella te lleva por su propio camino y los planes... bueno, los planes son sólo eso. 

El caso es que desde que comencé en esta nueva empresa, tomé la decisión de pasar un día a la semana en la oficina de Madrid (en lugar de trabajar en casa, como hago normalmente) para tener algo de contacto con mis compañeros y hacer un poquito de vida social en el contexto laboral. No me arrepiento de la decisión. Afortunadamente, el ambiente en mi nueva empresa es bueno, mis compañeros son amables y divertidos y, en general, me gusta pasar esa pequeña parte de mi semana laboral con ellos. 

El único contratiempo, en mi caso, ha venido a la hora comer. Siendo vegana, la oferta alimenticia en los locales que rodean nuestra oficina es mas bien escasa para mí. Mis compañeros, que sin compartir mis principios y mi forma de vida se han mostrado siempre totalmente respetuosos con todo ello, han intentado por todos los medios buscar un sitio donde podamos comer todos con tranquilidad. Pero, poco a poco, hemos tenido que ir descartando hasta llegar a la conclusión de que, aparentemente, la cosa es imposible. Evidentemente, esto no me agrada, porque la razón por la que vengo a la oficina es precisamente poder pasar tiempo de calidad con mis compañeros (y hacerlo cuando todos tenemos las cabezas metidas en la pantalla del ordenador no es ideal). Sin embargo, en ningún momento me he sentido frustrada, enfadada o triste por la situación: ni viéndome obligada a comer sola, ni teniendo que aguantar los malos modos de algunos camareros. La razón es, básicamente, mi total convencimiento acerca de la forma de vida que he escogido. Hoy, sentada en el parque que rodea nuestro edificio, disfrutando de mi comida y de un sol maravilloso, pensaba en todas las otras personas que, como yo, eligen cada día vivir de manera consecuente con las cosas en las que creen y se me ocurría que, paso a paso, persona a persona, irán cambiando las cosas. De hecho, ya se ven muchos cambios en las ofertas alimenticias de restaurantes y tiendas de nuestro país. El cambio es lento (lucha contra siglos de hábitos alimenticios y culturales) pero yo estoy convencida de que, aunque a veces parezca que todo es en balde, el camino se hace andando y nunca hay que desistir.


Esto es aplicable a todos los ámbitos de nuestra vida. Personalmente, acabo de pasar unas semanas complicadas, tristes... de esas épocas en las que realmente no sabes lo que quieres, por qué lo quieres, a dónde dirigirte ni cómo llegar. Pero gracias a ello también he acabado entendiendo por fin lo que quiere decir eso de que la felicidad es una decisión. Siempre había creído entenderlo, pero lo hacía desde un lugar intelectual, cerebral. En estos días lo he entendido de manera visceral, instintiva. 

Hace poco, mi amiga Yolanda compartió un artículo conmigo que hablaba de echarle ganas a la vida; decía lo siguiente: 

Las ganas de levantarte por la mañana después de un mes de infierno y decir "hoy sí, hoy me como el mundo". Y te lo comes. Punto. Así de fácil. *

Y es que realmente es así. Así de fácil. Porque como andemos esperando a que la vida se nos arregle para ser felices, vamos listos. Es más, si andamos esperando a resolver cosas en nuestra cabeza para ser felices, también estamos perdidos. Yo solía necesitar tenerlo todo claro en mi mente para poder estar tranquila. Andaba todo el día resolviendo, haciendo esquemas y planes en mi cabeza. Y hasta que no quedaba todo claro - aunque sólo estuviera claro en mi cabeza - no me quedaba a gusto. Pero he entendido el increíble peligro de hacer esto: y es que mientras tú te haces tus esquemas mentales - como quien no quiere la cosa - la vida pasa de largo y tú ni te has enterado. 

No hay caminos establecidos. Hasta los que se dibujan nítidos delante de nosotros cambian en un segundo. El asfalto se convierte en arenas movedizas, la luz se vuelve oscuridad, el sol da paso a lluvia torrencial. Todo, de un momento a otro. Hay que recordar que el camino no está delante de nosotros: nosotros somos el camino. Lo creamos al andar. Por eso hay que seguir levantándose tras ese mes difícil y decidir comerte el mundo. Por eso hay que seguir saliendo de casa aunque lo que nos apetezca sea meternos bajo el edredón y que nos avisen cuando la realidad se vuelva bonita. Por eso hay que crear momentos felices, porque nadie es responsable de nuestra felicidad excepto nosotros mismos. La verdadera libertad está en tomar esa decisión cada mañana, en borrar el camino y dibujarlo de nuevo con nuestros propios pasos. Y entonces, sólo entonces - de manera totalmente mágica y espectacular - toda nuestra realidad cambia.


Artículo completo: http://loqueellosnosaben.com/2014/10/23/las-cosas-que-no-tienen-precio/

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