viernes, 30 de octubre de 2015

OTOÑO


Me encanta el otoño. Las hojas amarillas, naranjas y marrones que cubren el suelo como corazones. Los atardeceres rojizos, cuando la temperatura baja y las luces de las casas se encienden. Me encanta echar un vistazo hacia las ventanas mientras paso: la luz acogedora, quizás una mesa de comedor, quizás una cocina con una olla que borbotea, quizás una planta y una foto de familia en la pared... El otoño tiene un no sé qué especial, me hace amar Madrid más que nunca, me hace desear caminar hasta casa (sin importar la distancia) e iluminar mi propia ventana, poner agua a hervir para un té caliente y acurrucarme con una manta a leer en el sofá, con mi perrita dormida a mi lado.

Sé que a mucha gente le deprime ligeramente el otoño. De hecho, hace unos años a mí también me producía cierta melancolía: el frío me hastiaba, la lluvia me incomodaba. Eso ha ido cambiando gradualmente con el tiempo. Sin embargo, no creo que ningún año lo haya disfrutado tanto como lo estoy haciendo ahora. Y sé que en gran parte se debe a mi estado anímico actual, a cómo es mi vida en estos momentos.

Anoche fui al teatro con mi hermana y, después de la obra, sugerí que fuéramos a cenar. Hasta después de la cena, cuando ya habíamos pagado y nos disponíamos a marcharnos, no me di cuenta de que, por primera vez en muchos meses, había hecho un gasto superfluo, innecesario, por el mero placer de hacerlo, sin siquiera pensar en que debo ahorrar dinero. Y es que llevo muchos meses cuidando cada céntimo. Ha sido y sigue siendo necesario: poner en marcha un negocio nuevo no es tarea fácil ni barata. Sin embargo, me gustó mucho comprobar que las cosas se están asentando lo suficiente como para que alguna noche se me pueda olvidar el tema por completo... sin que más tarde se desate una mini-tragedia económica en mi cabecita de autónoma. Y es que, aun con todo el camino que me queda por recorrer, lo cierto es que con trabajo, esfuerzo, tiempo y el apoyo de mis seres queridos, la cosa - afortunadamente - marcha hacia delante.

Además, y dejando el tema económico a un lado, creo que puedo decir sin dudarlo que a día de hoy estoy en el mejor momento de mi vida, en todos los sentidos. No es un momento de alegría desbordada: ha habido otros momentos llenos de enormes emociones, de pasiones, de corazón acelerado y de sentimientos tan grandes, que eran casi imposibles de controlar. Lo de ahora es otra cosa.

Es levantarme cada mañana deseando hacer el 98% de las cosas de mi lista de quehaceres. Y que el otro 2% no me importe hacerlo. Es sentirme realizada tras cada consulta. Es alegrarme con la mejoría de mis pacientes... o bien investigar por qué la mejoría no llega. Es intentar terminar cada día sabiendo que he sido la mejor terapeuta que he podido ser en este momento. Es vivir mi día a día tranquila, sabiendo que, aun con todas las imperfecciones, tristezas y maldades de este mundo, todo pasa y todo sigue y nada importa y todo importa... y todo es, simplemente, parte de esta rueda que gira y gira sin parar. En resumen, creo que lo que me pasa es lo más parecido a la paz interior que he experimentado hasta ahora... y me gusta.

Estar en este estado me ayuda a centrarme, tanto en mi vida personal como en la consulta. Sin querer, se ha puesto en marcha el proceso de conocerme mejor como terapeuta. Cada día descubro alguna pequeña cosa nueva...
- Por ejemplo, me he dado cuenta de que me molesta más que los pacientes lleguen demasiado pronto que algo más tarde de su hora, porque necesito mi tiempo para preparar mi espacio y mi mente antes de recibir a cada uno de ellos.
- También he descubierto que si bebo incluso la cantidad más mínima de alcohol con la comida, mi energía en consulta no es igual por la tarde; por lo tanto, no bebo ni una copa de vino los días que paso consulta.
- No me gusta dejar a los pacientes con las agujas puestas e irme a hacer otra cosa, así que he desarrollado una manera de quedarme con ellos y seguir tratándoles mientras las agujas actúan. Sé que ellos lo aprecian, pero sobre todo, lo hago porque sé que así les estoy dando la mejor terapia posible.
- Siempre que tengo un paciente nuevo, me gusta preparar una tetera con infusión natural y compartirla con él/ella mientras me cuenta el por qué de su consulta. No es simplemente un gesto de hospitalidad: es un ritual que establece una conexión inmediata entre terapeuta y paciente.


Así, poco a poco, he ido descubriéndome como terapeuta, probando, equivocándome y buscando hasta acertar. Y lo que más me gusta es saber que este proceso va a ser así siempre, que es un proceso vivo, que mis rituales y mis terapias y mis manías cambiarán con el tiempo, a medida que mi trabajo evoluciona y a medida que yo cambio como persona.

Y esto, precisamente, es lo que nos enseña el otoño: es época de renovación, de mudar piel, de transformarnos, de evolucionar. Nos habla de atrevernos a cambiar, a dar un paso más en el camino hacia la mejor versión posible de nosotros mismos.

¡Feliz otoño!


1 comentario:

  1. Me genera una alegría inmensa leer este capítulo nuevo en tu vida. De alguna manera, como amiga, fui observando parte de este proceso. Siempre te dije y pensé que este camino era el indicado y que te iría fenomenal, queridisima Parilinda ...también comprendo la incertidumbre y toda esa parte relacionada con lo que no depende de uno. PPero ya ves! Las hojas del otoño caen armoniosamente y los árboles se pintan de amarillo con la misma naturalidad con que marchan tus nuevos pasos...

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